Más vale tarde que nunca.Y así ha sido. Un año despues de su centenario se monta Final de partida, la segunda pieza de Samuel Beckett, el más controversial autor del siglo XX, ese que puso a repensar a la humanidad en las prédicas filosóficas de San Agustín, Aristóteles y Platón.
Y todo eso es porque Héctor Manrique se ha apoderado de la cartelera teatral con su ejemplar triple rol de productor, director y actor. Ha llenado el espacio que dejaron José Ignacio Cabrujas, Fausto Verdial, Juan Carlos Gené y el mismo Carlos Giménez, quienes enriquecieron las temporadas de los años 70, 80 y 90 del siglo pasado. Él solito empuja el carromato, contando con la complicidad de algunos teatreros en tan singular tarea.
Este Manrique, venezolano nacido en Madrid el 14 de enero de 1963, aunque no es filósofo de academia, tiene una asombrosa pasión por la sabiduría progresista, adquirida al calor del cigarrillo, el café con leche y las buenas lecturas, además de las sanas influencias de sus maestros. Eso lo llevó a montar, en 1996, Esperando a Godot, pieza cimera del irlandés Samuel Beckett (1906-1989) sobre el sin sentido y la desolación de la vida humana. Ahora, para reiterar esa filosofía esencialista, la cual niega la libertad del ser humano y la imposibilidad de cambiar su destino, ha escenificado, con gran acierto y ejemplar cuarteto de actores, Final de partida. Un desolador número de circo trágico entre el todopoderoso Hamm venido a menos y el sirviente Clow que abre los ojos y se dispone a abandonarlo para que perezca en compañía de sus agónicos progenitores Nagg y Nell. Esa truculenta filosofía de la muerte se diluye en la escena por el hiperkinético juego de sus personajes y las verdades de sus líneas. De otra manera sería un ladrillo intragable y capaz de escaldar al más paciente de los espectadores
Final de partida se puede digerir como una prédica filosófica de advertencia para una sociedad amenazada por las guerras y los holocaustos y la incapacidad de los seres humanos para alterar su destino o al menos procurarse otro mejor. También se puede leer como el derrumbe de un sistema dictatorial y la huida de los sirvientes que abandonan al tirano, dejando a la sociedad en una ruina total pero con un mínimo de deseos de reiniciar la marcha.
Beckett tiene fundamentos para sus desoladores mensajes teatrales, pues vivió la Segunda Guerra Mundial y después el peligro del hongo nuclear en manos de las Cinco Potencias. El riesgo de una conflagración atómica y otro tipo de destrucciones no están conjurados, lo cual hace que la vida sea una aventura. Pero aunque se eliminaran todos esos artefactos de destrucción la vida humana no tiene mayores explicaciones. Está todavía el ciudadano en condiciones de acelerar su fin o disfrutar de lo que tenga a su alcance.
Hay por supuesto algunas filosofías que sin negar la sin razón de la existencia humana ofrecen otros destinos o soluciones. Hay alternativas en la despensa cultural, pero el día a día no tiene tregua, devora sin miramientos teatrales. ¿Cierto o falso?
Por ahora hay que reconocer que Daniel Rodríguez, Juan Vielma, Juan Vicente Peláez y Melisa Wolfdam están luciéndose en escena con su trágico Final de partida, dándole verdad a sus personajes, en la sala Horacio Peterson del Ateneo de Caracas.¡Hay ahí un relevo actoral extraordinario!
Este Manrique, venezolano nacido en Madrid el 14 de enero de 1963, aunque no es filósofo de academia, tiene una asombrosa pasión por la sabiduría progresista, adquirida al calor del cigarrillo, el café con leche y las buenas lecturas, además de las sanas influencias de sus maestros. Eso lo llevó a montar, en 1996, Esperando a Godot, pieza cimera del irlandés Samuel Beckett (1906-1989) sobre el sin sentido y la desolación de la vida humana. Ahora, para reiterar esa filosofía esencialista, la cual niega la libertad del ser humano y la imposibilidad de cambiar su destino, ha escenificado, con gran acierto y ejemplar cuarteto de actores, Final de partida. Un desolador número de circo trágico entre el todopoderoso Hamm venido a menos y el sirviente Clow que abre los ojos y se dispone a abandonarlo para que perezca en compañía de sus agónicos progenitores Nagg y Nell. Esa truculenta filosofía de la muerte se diluye en la escena por el hiperkinético juego de sus personajes y las verdades de sus líneas. De otra manera sería un ladrillo intragable y capaz de escaldar al más paciente de los espectadores
Final de partida se puede digerir como una prédica filosófica de advertencia para una sociedad amenazada por las guerras y los holocaustos y la incapacidad de los seres humanos para alterar su destino o al menos procurarse otro mejor. También se puede leer como el derrumbe de un sistema dictatorial y la huida de los sirvientes que abandonan al tirano, dejando a la sociedad en una ruina total pero con un mínimo de deseos de reiniciar la marcha.
Beckett tiene fundamentos para sus desoladores mensajes teatrales, pues vivió la Segunda Guerra Mundial y después el peligro del hongo nuclear en manos de las Cinco Potencias. El riesgo de una conflagración atómica y otro tipo de destrucciones no están conjurados, lo cual hace que la vida sea una aventura. Pero aunque se eliminaran todos esos artefactos de destrucción la vida humana no tiene mayores explicaciones. Está todavía el ciudadano en condiciones de acelerar su fin o disfrutar de lo que tenga a su alcance.
Hay por supuesto algunas filosofías que sin negar la sin razón de la existencia humana ofrecen otros destinos o soluciones. Hay alternativas en la despensa cultural, pero el día a día no tiene tregua, devora sin miramientos teatrales. ¿Cierto o falso?
Por ahora hay que reconocer que Daniel Rodríguez, Juan Vielma, Juan Vicente Peláez y Melisa Wolfdam están luciéndose en escena con su trágico Final de partida, dándole verdad a sus personajes, en la sala Horacio Peterson del Ateneo de Caracas.¡Hay ahí un relevo actoral extraordinario!
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