No es
fácil que funcione una agrupación teatral si carece de apoyo, privado o
público. Algunas para sobrevivir hacen espectáculos comerciales de mayor o
menor riesgo, rozando la pornografía barata
o exhibiendo desnudos de sus intérpretes; incluso se atreven a jugar con
las diversidades sexuales, por aquello de que una loca siempre vende un
montaje, sin preocuparse de su rampante humorada homofóbica y sin miedo a que por pegarle a la familia se arruinen. Metodología
maquiavélica para ganar un round. ¡Todo
o nada para no dejar morir su teatro, el cual ya es un cadáver insepulto!
Pero lo más grave es el deterioro de las
consciencias de unos cuantos de esos teatreros:
son Mefistos o Tartufos, mediocres
además, y los más desesperados hacen equilibrio sobre la cuerda floja de la
riqueza fácil. No aplaudo ni cuestiono tales comportamientos, son adultos y
deben resolver dilemas existenciales y asumir consecuencias. ¡Cada uno responde
por su sayo!
En resumen, el teatro independiente, con excepciones, pasa más trabajos que ratón en
ferretería cuando insiste en montar obras que les gusta, sin contar con actores
rating o padrinos encubiertos, como es el caso de Escena de Caracas, valioso grupete que vimos nacer bajo
los aleros de la Compañía Nacional de Teatro, en 1996,con Árbol que crece torcido
(1996), obra coreográfica teatral elaborada a partir del poemario homónimo
de Rafael Castillo Zapata, bajo la dirección de un creativo y desconocido Miguel Issa.
Desde 1996, Escena de Caracas ha sido fiel a sus
principios estéticos: teatro multidisciplinario
para la búsqueda de nuevas tendencias y lenguajes que permitan la
confrontación directa con el público a partir de problemáticas e inquietudes
comunes, un teatro de contenidos graves y adultos. Una docena de montajes
respetables que convierten a la institución en auténtico baluarte del buen
teatro independiente. Ha sobrevivido porque su gente ha trabajado con nobles
oficios para mantenerla esa positiva alternativa para los caraqueños.
Y para
estar con los tiempos políticos ha exhibido, en la sala Horacio Peterson de
Unearte, el espectáculo Séptico, donde el tradicional
sistema político burgués no queda bien parado. Está basado en la novela Nuestra pandilla (1971) del izquierdista
estadounidense Philip Roth, bajo la versión, creación y dirección de Hernán
Vargas. Es una sátira sobre las campañas
electorales en Estados Unidos y otros países, con políticos inmorales que manipulan
al pueblo con promesas que no cumplirán. La argumentación está muy vista en el
teatro, especialmente por las óptimas obras de Brecht, y por la cruel realidad cotidianidad americana. ¡Nada nuevo bajo el
sol!
Lo interesante de Séptico es la creativa ágil puesta en escena y sus desopilantes
actuaciones, todo eso encuadrado en
dentro de una tesitura de teatro físico con toques grotowskianos. Hay que
exaltar las perfectas performances de Delbis Cardona, Félix Herrera, Neriluz
Acevedo, Gabriel Agüero y Nadeschda Makagonow. ¡Son una esperanza!
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