Rajatabla pretende estar
a tono con los nuevos tiempos teatrales de Venezuela y el mundo. Quiere participar
en la vanguardia y por eso orquesta planes o proyectos artísticos. Tiene, por
primera vez, después del mutis de su fundador Carlos Giménez (1993), a un
director artístico, Vladimir Vera, quien precisamente abre fuegos el 19 de
septiembre con la obra La piel en llamas
del afamado autor catalán Guillem Clua, una producción que comanda William
López, escoltado por Adriana Bustamante y Carla Gardié, y un elenco de profesionales
como Pepe Domínguez, Fedora Freites, Jean Franco De Marchi y Tatiana Mabo, apuntalados
en el musicalizador Eduardo Bolívar.
De esta manera, Guillem
Clua (Barcelona, 1973) será conocido y aplaudido en Caracas por una pieza que ya
está en la cartelera madrileña desde hace varios meses, y la cual aquí suscitará
polémicas, como debe ser.
El dramaturgo Clua admite que empezó
a escribir teatro bastante tarde. “Mi formación profesional es de periodista.
Cursé mi carrera en Barcelona y trabajé como tal durante 10 años. El teatro era
entonces un hobby del que disfrutaba como espectador. No fue hasta el año 2002,
por unos workshops en la Sala Beckett
de Barcelona, que empecé a escribir y es precisamente durante ese año cuando obtuve
un importante galardón por mi primera obra,
Invisibles. Ese éxito me
animó a seguir escribiendo. Y hasta hoy, ahora me estrenan en Venezuela”.
-¿Cómo llega al teatro?
-He tenido la suerte de vivir en un
entorno familiar que siempre ha dado mucha importancia a la cultura, y el
teatro no era una excepción. Mis padres me brindaron una buena educación muy
centrada en las artes. También apoyaron siempre cualquier decisión profesional
que tomara, con respeto, y eso me ayudó mucho a la hora de involucrarme en
muchas actividades culturales que, a la larga, se tradujeron en mi interés por
las artes escénicas. Sin duda, lo que soy hoy se lo debo a ellos.
-¿Cuántos textos estrenados?
-Ahora mismo, llevo estrenados nueve
textos de los cuales: dos son musicales y dos más dramaturgias de teatro-danza,
y sin contar esa primera obra, Invisibles
que permanece aún inédita, aunque ya ha sido publicada. A la espera de estreno
inminente están: La tierra prometida,
una farsa sobre el cambio climático, y La
revolución no será tuiteada, la cual abre temporada del Teatre Lliure de
Gràcia, en Barcelona, durante octubre.
-¿Tiene algún credo teatral?
-Mi preocupación máxima es el
espectador. Mi objetivo como autor es contarle una historia, apelar a sus
sentimientos, emocionarle en el transcurso del montaje y hacerle reflexionar al
acabar la obra. Intento tener eso en cuenta, pero no lo definiría como credo y
tampoco me circunscribo en ninguna corriente artística o escuela preexistente,
al menos de la que yo sea consciente. No renuncio al entretenimiento. Mi última obra, Smiley, es una comedia romántica gay, por ejemplo, pero tampoco a
la reflexión política, social o espiritual, si se tercia.
-¿Satisfecho con los éxitos y molesto por los fracasos?
-Los éxitos siempre satisfacen, pero
su perfume dura muy poco. No hay que trabajar con el éxito en mente, o
garantizas una frustración constante. Para mí el éxito es poder seguir
trabajando, algo muy difícil hoy en día en España, y escribir lo que me gusta.
En el mismo sentido, no considero fracaso algo que has hecho con honestidad e
ilusión, aunque lo haya visto poca gente.
-¿De dónde salió La piel en llamas?
-La obra salió como un estallido de
indignación cuando los Estados Unidos de América invadieron a Irak en una
guerra ilegal en 2003. Muchos fuimos los que salimos a la calle entonces a
gritar "no a la guerra", y yo sentí la necesidad de hacer algo más:
denunciar la injusticia de cualquier conflicto bélico a partir del que había
sido mi oficio hasta hacía muy poco tiempo, el periodismo. La obra cristalizó
cuando leí la historia del fotógrafo Nick Ut y de la niña que fotografió tras
un bombardeo de napalm en la Guerra del Vietnam; ellos quienes tuvieron un
encuentro años más tarde.
-¿Qué críticas ha recibido por sus obras donde aborda conductas sexuales
marginadas en las sociedades conservadoras?
-Pocas veces he recibido críticas concretas sobre las
conductas sexuales de los personajes que aparecen en mis obras. En el caso de La piel en llamas sí que se cuestionó
la necesidad de explicitar los actos sexuales violentos contra Ida (que no
llegan a mostrarse en el texto), pero siempre por el shock que provoca su
sufrimiento y su fatal desenlace, y no tanto por un conservadurismo en ese
terreno. Más polémica fue una de las historias de mi obra Marburg en la que un chico adolescente pide a un hombre mayor que
le infecte del virus del VIH a través del sexo sin protección.
-¿Qué recomienda a las nuevas y las medianas generaciones de
dramaturgos?
-Que escriban. Sin miedo. Sin
tapujos. Sin pensar en lo que pensarán los demás. Que sean honestos con lo que
quieren contar.
-¿Conoce alguna obra venezolana o qué conoce del teatro que se produce en
estas tierras?
-Me avergüenza decir que no estoy muy
familiarizado con el teatro venezolano y sus autores. ¡Espero poder rellenar
ese agujero intelectual en el futuro!
-¿Dispuesto a visitar Caracas?
-¡Naturalmente!
Otro reto al público caraqueño
Según la crítica española, La piel en llamas le propone a los
espectadores un viaje emocional e intelectual que se transforma en un reto
porque los obliga a considerar y cuestionar esa línea amarilla que separa a los
poderosos de los necesitados. No es una comedia evasiva, sino todo lo
contrario. Sus personajes, dos parejas, están conflictuados de principio a fin
y bajo la sombra de la guerra que pasó y la que puede repetirse, a pesar del
aparato propagandístico de la ONU. Desmonta además el negocio de la publicidad
sobre los conflictos bélicos y la forma en que se lucra con el dolor ajeno,
todo en medio de una profesión, la del reportero gráfico, que es honesta en sus
objetivos, pero que está comercializada sin muchos miramientos. Ya veremos que
ocurre en Caracas con este espectáculo de Rajatabla en su nueva etapa.
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