El soldado se lleva a la monja: el amor y el sexo desafían a la guerra. |
En estos históricos momentos el venezolano Luigi Sciamanna escribe
y monta obras teatrales originales, tal como lo hizo durante los últimos años: La novia del gigante (2012), El gigante de mármol (2013) y ahora con 400 sacos de arena. Tres muestras de su sólida erudición y su peculiar
estilo de teatralización que exige de los espectadores un tanto de paciencia
ante la extensión de sus representaciones, pero todo eso es superable ante la
novedad de lo que plasma y la calidad de
su factura.
400
sacos de arena- hace temporada en
Teatro de Chacao en abril -el viernes 4 y sábado 5, en doble función,a las 11 am y y las 5 pm - es un delicioso ritual religioso -la misa y otras ceremonias
clericales son estremecedores eventos -no porque la salvación de La
ultima cena, de Leonardo Da Vinci sea el
plausible pretexto dramático, sino porque se desarrolla en una atmosfera
conventual y se usan como textos principales a selectos fragmentos de la
Biblia, especialmente la epístola de San Pablo a los corintios (“El amor
todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”), además de numerosos salmos y canticos .La
carne del espectáculo es la
reconfortante palabra de Dios y sus profetas, mientras 12 monjas y un soldado
colocan 400 sacos de arena para defender, del inminente bombardeo de los
Aliados sobre Milán en aquel 15 agosto
de 1943 agosto, la pared que soporta el fresco davinciano en el convento de Santa María de las
Gracias.
Históricamente, quienes protegieron La
ultima cena fueron los religiosos de esa iglesia, pero Sciamanna les cambió
el sexo y recreó toda una saga con las monjitas entregadas a sus oraciones y el
natural flechazo entre el militar y una de la más ardientes de las religiosas. Se suscita así una historia de amor que evoca a la pieza La casa de Bernarda Alba de Federico
García Lorca, pero ahí el nuevo Pepe el romano, el musculoso soldado Martín Peyrou, sí se lleva a la amorosa monjita (Mariaca Semprún le da sangre y carne
a tan inesperada Adela), mientras la abadesa (una celestina Bernarda, encarnada maravillosamente por Elba Escobar) organiza la
huida de sus féminas para que no las maten las bombas que sí provocaron finalmente la caída del régimen fascista de
Mussolini. O sea que también es un brioso alegado contra la perversa política
del totalitarismo, enemigo de la vida y el amor.
En síntesis, la rocambolesca historia de amor se sobrepone al hecho histórico
del salvataje de la pieza de arte y el público queda atrapado y exultante al
ver como el amor y el sexo son aún las pulsiones más nobles y más hermosas de los seres humanos, los que en
otros escenarios se inventan la guerra para después proclamar la necesidad de
la paz. Siempre la realidad será superior a la ficción, en este caso, y el
público por eso aplaudió frenéticamente, además porque el amor prohibido
siempre alimenta el deseo y la
imaginación es un monstruo que no solo devora multitudes sino reinos completos.
La puesta en escena, con perfiles minimalistas y usando 13 sillas
contemporáneas, se concentra en esas
monjitas, un tierno ariete contra la
barbarie. ¡Bravo por Luigi Sciamanna y por la monja Isabel Palacios dirigiendo
a esas coreutas!
Como colofón del espectáculo, el cual duró 135 minutos, recuerdo como los
colombianos poetas piedracielistas eran capaces de destruir un mundo con tal de
construir un verso, aquí nuestro Luigi
Sciamanna, un tanto en la tónica de Maquiavelo, trueca monjes por monjas de clausura, salva a Jesús y
sus apóstoles, pero reivindica al amor y el sexo por encima de otras
invenciones humanas, como la religión y sus enternecedores rituales.
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