Gardié, Vidal-Restifo y Delli en roles históricos |
“Una sola frase será suficiente para
definir al hombre moderno: fornicaba y leía periódicos". Esta sentencia, del periodista y filósofo Albert Camus, la
utilizamos para introducir esta reseña de Compadres,
el segundo aporte del dramaturgo Javier Vidal al teatro venezolano del siglo
XXI, después de entregar y protagonizar Diógenes
y las camisas voladoras, estrenado durante la temporada 2011.
Ambos textos, de la más depurada ficción histórica, pertenecen a una
serie del autor sobre facetas de la historiografía criolla, quien busca suscitar entre su
audiencia una reflexión y la natural relectura de los textos bendecidos por esa
ciencia que es la historia, como tal, en este caso la venezolana.
Vidal, inspirado o azuzado por la historia novelada La guerra de los compadres de Simón Alberto Consalvi, además de otros respetables textos, plasma un
delicioso cuento, en seis escenas, sobre la picara amistad de Cipriano Castro con
Juan Vicente Gómez, teniendo como
testigo o edecán al jovencito Eleazar
López, los hombres que decidieron los destinos de Venezuela entre 1899 y buena
parte de las cuarta y quinta décadas del siglo XX. Tres caballeros andinos que
leían periódicos y libros (o se los hacían leer) y fornicaban con cuanta hembra
se les atravesaba o les proporcionaba el celestinaje palaciego.
Gracias, pues, a la habilidad dramática de Vidal y al tempo y la
pulcritud de la dirección asumida por
Julie Restifo, nuestros espectadores disfrutaran con gozo al ególatra
presidente y enemigo del imperialismo entregado a jugar ajedrez o dominó
vernáculo con su compadre, tratando de sobrevivir a las ambiciones de su rival de aventuras políticas y a la
delicada enfermedad en sus vías urinarias que lo obligó a un viaje sin retorno
a la lejana Alemania, perdiendo así para siempre el control del incipiente pais
petrolero.
Es, pues, la historia novelada de la lenta caída de Castro y la traición
de Gómez que ambicionaba crear y controlar una moderna Venezuela, al tiempo que
alimenta las ambiciones de su adlátere
López. Tres machos modernos que crearon una estructura estatal que aún
sobrevive a pesar de reformas y revoluciones de sus políticos. Trío de
caballeros que gracias al glamour del
poder manipularon a tirios y troyanos, pactaron con los poderosos, liquidaron
sin piedad a sus rivales y al final impusieron
sus proyectos.
Ese glamour del cual hablamos,
es, como lo sostiene Marcho Focchi, el encanto que embellece las cosas,
haciéndolas parecer más de lo que son, es aquello que hace posible el
enamoramiento, es lo que hace posible enseñar, gobernar o psicoanalizar.
Lo notable de Compadres, y se
le agradecemos al autor y la directora, además de la pulcritud actoral Juan
Carlos Gardié, Antonio Delli, Jean Vidal Restifo y Laura Gardié, es que hemos
visto una impactante y hasta conmovedora “película teatral” sobre las cuitas
íntimas de esos tiranuelos que hicieron
lo que se les dio la gana con un sufrido pueblo, pueblo que organizado, décadas
después, decidió participar más activamente en la conducción de sus destinos y en eso anda ahora.
Compadres no es iconoclasta. Reconstruye finamente los perfiles de unos
caballeros que engañaron a sus pueblos hasta que cayeron victimas de sus
ambiciones y por la fuerza de una sociedad consciente y más culta. Esa historia
la venezolana, más o menos la conocemos todos y ya es tiempo de analizarla e
incluso teatralizarla, sin miedo, para digerirla más.
Y sería injusto cerrar esta crónica crítica sin recordar a los lectores-espectadores
que antes de fin de año se verá en los cines venezolanos la película La planta insolente, de Román Chalbaud,
centrada en la saga de Cipriano Castro, otra producción de la Villa del Cine.
“El cabito”, pues, sigue en la escena venezolana, así como Gómez tuvo su
renacimiento cuando RCTV lo mostró en
sus telenovelas, gracias al actor Rafael Briceño y al escritor José Ignacio Cabrujas.
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