Función del viernes 17 de febrero de 2017. |
Por quinta vez en 49 años se presenta la obra El
pez que fuma, de Román Chalbaud, durante este fin de semana en el
Teatro Teresa Carreño – este sábado, 6PM, y mañana domingo, 5PM- , después va
al Teatro de la Ópera de Maracay y regresa a Caracas para una temporada en el
Teatro Nacional. En esta ocasión, la Compañía Nacional de Teatro,
comandada por Alfredo Caldera, es la empresa estatal productora y la
versión escénica es de Ibrahím Guerra, quien respondió así a nuestras
preguntas.
– ¿Por qué
esta pieza?
Estoy
plenamente convencido de que es importantísima para entender el teatro
venezolano de todos los tiempos; especialmente, el que Roberto Lovera De Sola
denomina la Segunda Modernidad, que, para mí, es la definitiva. Fueron César
Rengifo desde la epopeya histórica venezolana, y Román Chalbaud, desde la
lacerante realidad de la Venezuela urbana, capitalina, poblada de autopistas,
de construcciones arquitectónicas, pero poseedora también de un inframundo en
el que la venezolanidad se vio atrapada en involuntarias circunstancias
sociales. Por un lado, se confrontó con la opulencia, y, por otro, las hizo
propias desde espacios a los que solo llegaba el resplandor de una riqueza
inesperada a través de billetes fraudulentos. El pez que fuma registra
una esencia de permanencia, de resistencia a un presente y a un futuro
avasallantes, que arrasaban con todo lo existente. Todo debía cambiar. Las
leyes regulares ya no servían para nada. El parasistema se impuso como una
necesidad, y funcionaba al margen, pero mejor que el oficial. El pez
que fuma es un burdel, en el que, bajo el riguroso control de un ente
superior, oculto en los cajones electorales, que desde la oscuridad maneja con
hilos invisibles la conducta de seres proscritos que, al desnudo, exponen sin
control alguno todas sus emociones. Es, sin lugar a dudas, una gran pieza de
teatro.
–La metáfora
escénica presenta a una prostituta, dueña del burdel, acosada por las leyes y
por los mismos malandros. ¿Cómo explica esa situación en estos tiempos?
Hay quien
dice, por ejemplo, que la contextualización no está en el ambiente del burdel
de la obra, sino en la prostituta que lo regenta, La Garza, mujer de sino
trágico, que sucumbe a sus propios deseos y a sus pasiones. Vista así, sí
podría decirse que es en sí misma un contexto de lujuria, de mando, y, a la
vez, que de entrega, de posesión. Regenta, ordena, y a la vez la vencen sus
pasiones. Siente pena, pero puede ser dura, severa. Frágil en su piedad,
resulta trágica, porque sabe que tiene una finalidad mortal que delimita su
existencia. Como el país, y en esto, la pieza es verticalmente venezolana,
mezcla de manera imperceptible, el drama, la comedia y la tragedia. Las
situaciones pasan vertiginosamente de un género a otro, marcando una dinámica
dramática excepcional, desarrollada sobre un lenguaje escénico de gran pureza.
Posee una evolución argumental técnicamente impecable. Propio de todas las
piezas de Román.
– ¿Tiene
vigencia ese texto o ha sido superado?
La obra
ocurre en 1968, y no sé si por estrategia o por picardía dramatúrgica,
específicamente, el 10 de octubre, día del nacimiento de Román en Mérida, año
1931. Esto demarca, ya de por sí, un contexto histórico, y, desde luego,
social. Pero la obra no habla ni se recrea en la historia patria. Se desarrolla
dentro de su propia circunstancia argumental. Esa época, siendo la obra
estrictamente criolla, se desarrolla dentro de una Venezuela resplandeciente
por el brillo petrolero, que vivía en la abundancia, en la riqueza, en el
derroche. Es significativo que a una de las paredes del burdel le hayan crecido
hongos. Este y otros detalles hablan claramente de que se trata de una casa
gastada, empobrecida y marginal, en medio de ese mundo de oropel. De otro
aspecto de esa riqueza bullanguera y trivial de la Venezuela de los sesenta,
pero sus personajes no están dentro de esa mecánica oficial, enriquecida, que caracteriza
el medio social que los circunscribe. Están marginados, por lo que no es
difícil suponer que posean sus propias formas de vida. Conforman una especie de
Estado paralelo, que tiene sus leyes y normas, y en el que la economía se rige
por las cifras escritas en papelitos en los que se anotan los consumos de los
clientes del burdel. La Garza, la dueña, los contabiliza y administra. No es
una economía formal, es un parasistema administrativo propio, en el que está
prohibido que las putas firmen vales, pero que, sin embargo, y a la usanza del
Estado oficial, se hacen, para extraer, a escondidas de la dueña, dinero de la
caja registradora, valga decir, de las arcas del burdel. Hay muchísimas señales
en la pieza, de que pudiera pensarse que se trata de una recreación firme de
una situación país. En el tráfico de influencias, en el ejercicio del poder a
través del sexo, de las relaciones y tratos sobre colchones desvencijados y
manchados de sangre seca. Todas podrían identificar a una Venezuela que luce
corrompida, sin historia. En este sentido, si se puede decir que la obra marca
un momento histórico.
Doble elenco
“Delicioso, pero sumamente difícil, ha sido
trabajar con dos elencos. La Compañía Nacional de Teatro convocó a pruebas a
quienes quisieran participar en ella. Aparte de dos actrices, Aura Rivas y
Francis Rueda, quedaron en el elenco estable unas 30 personas. En este sentido, me tocaba a mí seleccionar a
quienes considerara adecuados para interpretar
la pieza de Román. Tomé una decisión drástica, que fue aceptada por los
directivos, de que todos la hicieran. Ya yo tenía en mente a Francis para La
Garza, a Aura para La Argentina, y a un hombre de teatro que admiro, Luis
Domingo González. A estos tres personajes les creé nuevas circunstancias argumentales
para, si cabe, robustecer y afianzar aún más sus discursos dramáticos. Para mí,
estos tres intérpretes eran imprescindibles, y, en los tres casos, por fortuna,
en el elenco estaban Norma Monasterios y Trino Rojas, que también se encuadran
perfectamente en esos personajes. La exacerbada teatralidad de Andy Pérez,
Jesús Hernández y Ludwig Pineda encajaban perfectamente dentro de lo que me
propuse. Citlalli Godoy y Larry Castellanos desarrollaron una dificilísima
construcción de El Ganzúa. Keudy López fue una verdadera sorpresa, no lo
conocía; él, además, es el encargado de realizar los arreglos y de la
interpretación al piano de los segmentos musicales del montaje, que dirigen
Norma y Jesús. Los acompañan Francisco Aguana, quien creó una característica para
componer El Robin, y Arturo San no solo interpreta varios personajes, sino que,
además, me ayuda en la dirección del batallón. Juliana
Cuervo y María Tellis interpretan a la Marlene de la obra. Dentro de la
maestría de los actores del elenco, ninguno contaba con las características de
pubertad que requieren dos personajes, Juan y Selva María. Citamos a cuatro
actores que forman parte del emergente, Ángel Pelay, Nitay La Cruz, Marcela
Lunar y Oriana Martins, para escoger a esos dos intérpretes. Los dejamos a los
cuatro. Pero la verdadera sorpresa para mí fue Jean Manuel Pérez. Si de alguien
pudiera decir que es un intérprete integral, es de él. Su larga trayectoria en
la danza, en la música, siempre en roles dramáticos, le otorgan las
características para interpretar al nada fácil Jacinto, que emblematizó tanto
en el teatro como en el cine, el legendario José Salas. Con este doble elenco
me siento en mis orígenes.
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