La homofobia
existe y mata o arruina la existencia a los seres humanos, ya que, como escribe
el crítico de cine de El Pais,
Carlos Boyero, existen
pavorosos datos de como en múltiples países, subdesarrollados o no, nacer o
crecer con la legítima opción de desear y enamorarse de la gente de tu propio
sexo, supone que te humillen, marginen, acorralen, lapiden, castren, exorcicen
o arranquen la cabeza. “Porque, según los heterosexuales más bestias, o las
leyes de los dioses, o la moral que conviene a los paridos como dios y la
naturaleza mandan, la homosexualidad, además de una aberración es un
imperdonable delito. Si nacer o desarrollarse en posesión de esa condición
sexual en gran parte de la Tierra puede suponer un problema social o
psicológico, todo se reduce a justificarlo con una antipatía o un odio que
justifica todo lo demás”, o sea la homofobia.
La homofobia también
existe en Venezuela, pero su teatro y su
cine, por la voluntad de sus progresistas artistas y de sus nada
complacientes espectadores, entraron en la lucha mundial contra ella y todas las
otras discriminaciones hacia las conductas sexuales no validadas por leyes o
credos religiosos, y lo hicieron por
intermedio de las obras teatrales La
revolución (1971) y La máxima
felicidad (1975) de Isaac Chocrón
y las películas El pez que fuma (1977) de Román Chalbaud, La máxima felicidad (1983) y Macho
y hembra de Mauricio Walerstein.
Pero es hacia
los años 90 cuando los dramaturgos Elio Elio Palencia, Marco Purroy y Johnny Gavlovski, en 1990, y
David Osorio Lovera, en 1991, coincidieron, sin previo acuerdo entre sí, llevar
a escena como elementos dramáticos de
sus piezas a personajes homosexuales infectados
por un retrovirus extraño, el tristemente famoso Síndrome de la
Inmunodeficiencia Adquirida (Sida).En síntesis, esos cuatro venezolanos,
preocupados ante el peligro que se cierne sobre la libertad de los seres
humanos para amar en toda intensidad posible, se fijaron en esa tema del Sida,
lo estudiaron y optaron por escribir sus textos: Anatomía de un viaje, Habitación
independiente para un hombre solo, Hombre y El último brunch de la década.
Añadieron,
pues, a la larga lista de personajes del prototipo venezolano, a homosexuales, bisexuales o heterosexuales
infectados por el Sida, el cual pone en peligro a la humanidad entera, sin
distingos de costumbres amatorias, y/o sexuales. Y eso era precisamente una
novedad en el teatro criollo, para no citar al de otros países. Esas piezas
teatrales, junto a Síndrome (1987) del precursor Amado Naspe son las primeras que
se mostraron en Caracas. Esa respetable lista prosiguió aumentando: Palencia
estrenó en 1997 a Arráncame la vida y
en 2010 se agregó el trabajo de Julio Bouley y José Luis Pérez: Vamos a imaginar que nos estamos tomando un
café treinta años después/ Testimonio teatral en 7 tiempos. Y paremos de contar.
Lamentablemente
el cine criollo se quedó atrás en el tratamientos de esos temas de la homofobia
y el Sida, y es hacia la temporada 2010 cuando Eduardo Barberena lleva a la pantalla
a Cheila, una casa pa´ Maita, basándose
en la obra teatral La quinta de Dayana de Elio Palencia, iniciando así una lista
de valiosas peliculas sobre la llamada temática LGTBI, donde la más reciente es
Desde allá (2016) de Lorenzo Vigas.
MENTIR ANTES DE AMAR
Y recordamos
esta minihistoria criolla sobre la homofobia y el Sida en el teatro y el cine, que no la hemos
leído sino vivido y hasta participado en ella, porque, precisamente, el Tercer Festival de Directores Trasnocho, el cual entró
en la recta final para su culminación, después de haber presentado tres piezas que tocan esos temas, como ocurre en el recientemente
estrenado espectáculo Tom en la granja, del canadiense Michel Marc Bouchard (Quebec, Canadá,
2 de febrero de 1958), cuyo director Carlos Fabián Medina (24 años) escogió
para darle un nuevo enfoque a la cruda temática y presentarla a manera de
lección, contando para ello con la excelente colaboración de los actores Gabriel
Agüero, Elvis Chaveinte, Haydée Faverola y Sahara Álvarez y lo presentará hasta
el domingo 19 de febrero, en Espacio Plural
del Trasnocho Cultural.
Tom en la
granja (2011), pues, no es
ninguna novedad ni un esperpento sobre “actos indecentes”, sino la cruel y amarga historia de Tom, joven publicista de una capital , que viaja al pueblo de su difunto
novio en una apartada zona rural para asistir al funeral y conocer a su familia
política o sanguínea, perfectos extraños para él. A su llegada a la remota
granja, descubre con horror el legado de engaños y mentiras que tras de sí dejó
su compañero. El novio amado - el amigo, el hijo, el hermano, el hombre muerto
que no se puede nombrar - legó una maraña de mentiras y falsas verdades que, de
acuerdo con sus propios diarios de adolescencia, fueron esenciales para su
supervivencia. Ahí conoce a la madre Agatha y el hermano Francis, sin saber que
nadie sabía de su existencia ni de la homosexualidad de su difunto, porque, como
lo explica el dramaturgo, "los homosexuales aprenden a mentir antes de
aprender a amar” ya que no pueden revelar a todo el mundo lo que son o lo que hacen,
porque la homofobia está ahí cual siniestra espada de Damocles que lo despedaza
todo. Aunque los gays, como dicen los psicólogos, saben que sus familias siempre
están enteradas de todo, pero ellas nunca lo aceptan sino ya al final de los
tiempos o cuando la costumbre se hace una cotidianidad.
Una cosa es contarlo aquí, pero otra es ver la
entrega “sadomasoquista” que materializan Agüero y Chaveinte con sus personajes
de Tom y Francis, seres humanos desvalidos que deben acompañarse y bailar hasta
un tango para purgar sus traumas y frustraciones en medio de una sociedad que
no permite esas liviandades que conspiran contras las pautas sociales y las normas
religiosas. Es estrujante verlos tratando de darse afectos cuando lo que
quieren es devorarse cual bestias irracionales, como finaliza toda esa visita
inesperada.
Carlos Fabian
Medina con su montaje, cuya duración alcanza 90 minutos intensos, logra sensibilizar
al espectador a partir de la exposición de los miedos de cada personaje.
"Mi idea es ir más allá de lo que se puede ver. Que en cada diálogo,
momento concreto, y en cada silencio entre los personajes, los que vean la obra
conozcan a fondo las psiques de cada hombre, que se sepa el verdadero
sufrimiento de un individuo que es su mismo juez. Eso duele. Pero duele más
cuando sabemos que a nadie le importa el dolor del otro. El ego va
primero", dice Medina, quien considera que el texto de Bouchard se presta
para tomar ciertas libertades, cosa que él hace muy bien.
Que un venezolano de 24 años haya seleccionado
este texto y lo haya convertido en un estremecedor y correcto montaje por el virtuosismo
de sus intérpretes, demuestra que las nuevas generaciones de artistas y
espectadores están claras de lo que son y lo que les tocará vivir y soportar o
combatir. Y que todo aquello que comenzó en los años 70 no se ha perdido, ha
penetrado y que en la cultura del venezolano la homofobia está presente y la combate
día a día porque es fatal para la libertad, don preciado no solo para los
venezolanos sino para la humanidad entera.
"La homofobia no es el tema obsoleto que
muchos desearían creer, especialmente aquellos cansados ya del tema o aquellos
que creen que si los medios de comunicación están tratando el tema es que ya
habrá alguien ocupándose de solucionarlo", ha reiterado Michel Marc
Bouchard sin pensar en los venezolanos, cuya obra ha sido traducida por primera vez al
castellano y fue exhibida en España
durante la temporada 2016, pero antes, bajo el mismo título, se estrenó
la película de Xavier Dolan, mereciendo el Premio de la Crítica FIPRESCI en el
Festival de Venecia 2013.
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