Nuevas propuestas teatrales. |
Como periodista cultural y
crítico teatral registramos con satisfacción que sí hay varias generaciones de relevo del teatro venezolano en esta
segunda década del complejo siglo XXI, pero la más publicitada tiene su espacio,
o escalera, en el Trasnocho Cultural, donde, desde 2015, se adelanta una competencia con directores menores de 30 años para
que convenzan con sus propuestas escénicas. Y nosotros, que las hemos reseñado
y ponderado, estamos optimistas porque demuestran que sí hay artistas en formación
y con talento en veloz desarrollo. El tiempo, que sirve para que la masa del
pan crezca, también será testigo de lo que pueda pasar con esa gente, sinceramente
preocupada por el arte teatral de su pais y además por su crecimiento personal,
como lo demuestran las temáticas abordadas en sus respectivos montajes.
Para este 2017, el Festival de Jóvenes Directores cuenta con ocho
finalistas, quienes, desde el pasado 13 de enero y hasta el 12 de marzo,
presentarán su visión artística tanto al público como al jurado. El grupo de
participantes de este año está integrado por Jhonny Romero, quien dirigió la
obra Casa de sangre y cenizas de José Gabriel Núñez; Greymar Hernández compite
con el texto Adiós a todos de Luis
García-Araus; Pedro Indriago está con Recordando
con ira de John Osborne; Juan
Bautista participará con De alta de
Elio Palencia; Carlos Fabián Medina con Tom en la granja de Michel Bouchard;
Axel Valdivieso dirige El triciclo de
Fernando Arrabal; Rafael Barazarte participa con Comegato de Gustavo Ott y Jesús Navas hará lo propio con Cría de canguros de Karin Valecillos.
El 12 de marzo se conocerán los dos montajes ganadores, los cuales serán
presentados durante tres fines de semana (del viernes 17 de marzo al domingo 2
de abril) en el Espacio Plural de Trasnocho y posteriormente se trasladarán a
la sala La Viga del Centro Cultural Chacao.
DRAMA SOCIOCULTURAL
Después de haber visto la propuesta anti homofóbica de Johnny
Romero (24), desarrollada partir del texto de Núñez, debemos referirnos y
evaluar los sendos trabajos de Greymar Hernández (30) y Pedro Indriago (24) con
las piezas Adiós a todos de García Araus
(Madrid, 1970) y Recordando con ira de
Osborne (Reino Unido, 1929-1994), quienes presentaron agudas y atrevidas
propuestas con innegable calidad profesional.
Y ya en el rol de críticos, nos preocupa que en Venezuela, donde
la mayoría del público teatral es femenino, sean escasas las dramaturgas y las directoras.
¿Por qué ocurre eso? De verdad que no tenemos una respuesta sensata y
convincente hasta ahora y eso preocupa, porque la sensibilidad de la mujer es
necesaria y urgente para los espectáculos teatrales. Eso, por supuesto, siempre
nos ha incomodado, pero como una observación no es suficiente para promulgar
una teoría sobre esa falencia, por ahora debemos reseñar lo que vimos salir del cerebro y las manos de Greymar, la unica mujer del evento, y además
periodista, quien logra plasmar una conmovedora saga sobre un núcleo familiar,
venezolano o iberoamericano por supuesto, donde Miguel, un niño (12 años), ve
como su hogar se desintegra y debe buscar apoyo o cobijo en otro techo, porque
el padre (taxista, de profesión) los abandona, al tiempo que Javier (hermano mayor,
(17 años) se devorado por las drogas psicotrópicas y la madre decide ahogarse
con sus penas y frustraciones en las bebidas espirituosas.
No tuvimos un núcleo familiar como lo propone el dramaturgo, pero
sabemos que sí es trágico casi siempre el destino de sus integrantes y fatal
para cualquier sociedad, porque fomenta todo lo malo y es muy poco lo que apoya
al desarrollo de un país. Debemos resaltar la inteligente solución que Greymar
le da a la obra, al plasmar la visión infantil de Miguel en medio de ese caos incomprensible
para él y logra llevarlo para que madure y decida huir hacia otro hogar, si es
posible que lo consiga. Es hermosa y dramática las escenas que logran y atrapan
y arrugan el alma a más de un espectador, porque es obvio que el destino de Miguel
también es siniestro, aunque huya, porque el desmoronamiento de la sociedad es
general y no hay suficientes compartimientos estancos para salvarse.
Ahí, pues, está la sensibilidad, el toque femenino o maternal de
Greymar para proponer una escenografía gigante (trabajo de Anthony Castillo)
para acentuar la deformante realidad social que quiere además aplastar a Miguel.
Las actuaciones están en desarrollo y se
destacan, especialmente, Virginia Urdaneta (la borracha madre) y Karlina Fernández
en su ambiguo rol de niño Miguel. En síntesis, vimos una especie de espectáculo
de adultos desde la óptica infantil, por la escala de los elementos escenográficos,
y por la dulce narración de ese muchacho desesperado en salvarse. Cuidado, ahí
hay una artista con sensibilidad que cuando tenga todas las herramientas de su trabajo,
puede llegar a ser la directora que necesita nuestro teatro o una de las que se
requiere. Suerte para Greymar Hernández.
OBRA EMBLEMATICA
El británico John Osborne entregó hacia 1956 su pieza Look back in anger (Recordando con ira) y transformó el panorama teatral de los sajones de los años 50 y
cambió así las maneras para escribir un teatro que atrapara audiencias con
temas contemporáneos. Aquí en Venezuela influenció a varias generaciones de
autores hasta fínales del siglo XX. Esa pieza es la saga de un hombre joven inconforme
con el destino que le impone su condición social baja y es
capaz de desafiar al mundo, incluso intenta renunciar al amor por la imposibilidad
de una mejoría de su posición social, pero al final deja de rabiar por lo que no
tiene y se dispone superarse a partir del amor que sí le es correspondido.
Inicialmente puede interpretarse como un dramón telenovelesco, pero
no es así, porque si las telenovelas mayameras fuesen así, otra historia social
estaríamos viviendo. Es una especie de Por
estas calles, la legendaria teleculebra de Ibsen Martínez. En Venezuela causó
una revolución silenciosa, aunque parezca mentira, pero les cambió las brújulas
a muchos autores famosos en el tiempo, quienes asimilaron ese complejo y revolucionario
texto y lo adaptaron al contexto venezolano. Chalbaud, Cabrujas, Chocrón y Santana,
además de Guerra y hasta Rengifo, sobrevivieron a Osborne e hicieron sus
propias piezas.
La adaptación para el montaje criollo la firma Javier Moreno,
quien la hace más digerible y con lo esencial: cuatro personajes que se
despedazan verbalmente y se aman hasta rabiar, porque el amor o su actuación
amorosa es lo único que justifica sus existencias. Es un existencialismo
caribe.
El montaje, convencional además y con serias caídas de su ritmo
escénico, que logra Pedro Indriago, consume algo así como 120 minutos, pero se
soporta por las cuidadas actuaciones de
Saul Mendoza, Isabel Perozo, John González y
Maria Elena Planchart, quienes son, pues, la salvación de todo ese experimento.
Es un espectáculo que puede mejorar y dejar su huella.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario