miércoles, febrero 12, 2020

Escindida llega al Festival de Jóvenes Directores

Carlos Giménez murió en el año 1993.

El dramaturgo venezolano Elio Palencia está en Madrid y desde allá responde a unas preguntas sobre su pieza Escindida, la cual  será estrenada y hará temporada en el Centro Cultural Trasnocho, del 14 al 23 de febrero, en el Festival de Jóvenes Directores.
 Nos dice Elio:
Cuando conocí La Habana en 1987 con Rajatabla y el montaje de Casas Muertas, en aquellos tiempos de nuestro inolvidable Carlos Giménez, la ciudad y su gente me enamoraron enormemente; establecí relaciones de amistad que continuaron y crecieron, y como lo que te enamora, deseas seguirlo, disfrutarlo y conocerlo más, regresé.
Escindida nace, pues, de una estancia que tuve en La Habana a principios de los noventa, justo cuando empezaba el llamado “Período Especial” (Después de la caída de la URSS y por tanto Cuba quedó sin ese respaldo económico en medio del bloqueo); una estancia de privilegio, entonces, porque pude quedarme con familias amigas, integrarme y vivir la fantasía de “mimetizarme” en la cotidianeidad; “pasar por un habanero más” en unos tiempos en los que como turista no era nada fácil. Pues, ese viaje fue una inmersión interesantísima que me regaló muchas sensaciones, constataciones, negaciones, dudas, experiencias de autoconocimiento y de profunda humanidad… pero, sobre todo, me generó interrogantes. Y, claro, a mí las interrogantes me inquietan, quiero responderlas… y ahí está el teatro, la escritura como posibilidad para ponerlas a jugar en función de la dialéctica de dramático, del ver “qué pasa”, de poner gente a hablar en medio de situaciones e intentar observar, entender aunque sea un poco.
Empecé a escribirla en 1991, justo al llegar a Caracas, pero percibí que no expresaba, ni en forma ni en contenido, aquello que se movía dentro de mí y que se alejaba de tajantes blancos y negros, que conllevaba a matices, ruido y silencios, ambigüedades y entrelíneas… ¡y ya sabemos lo incómodas e inasibles que resultan tanto las ambigüedades como las entrelíneas! Insistía, pero nada. La aparqué. Dos años después decidí retomarla, sacarme eso de dentro. Ya vivía en Madrid con la experiencia tanto de la emigración propia como de la cubana (era época de una diáspora enorme, la del hambre) y de la relación con cubanos de dentro que venían de viaje a eventos teatrales del CELCIT y el FIT de Cádiz, me sentía con más herramientas y me puse a ello. Me costó muchísimo encontrar una forma que expresara algo que trascendiera –sin excluirlas- fáciles posiciones polarizadas o deterministas, que se remitiera a sensaciones y preguntas… que rezumara humanidad (finalmente, como concluyó Cabrujas, sobre todo “el teatro es la gente”) y por tanto no desestimara lo impreciso, los agujeros negros, lo indeterminado… eso que puede dar placer, pero también incomodar”.
La mejor forma que encontré fue tomar mi premisa en la que estaban una familia, sus sueños y frustraciones, la precariedad y el hambre… y me acerqué a autores maestros (entonces, participaba de un taller de dramaturgia), me dispuse a jugar al homenaje tanto con la densidad beckettiana o brechtiana, como con la performance, la intertextualidad o la ligereza de la conga, el drama costumbrista y el sainete… Gracias a jugar a ese eclecticismo y persistir en él  –con los escollos y dolencias, pero también alegrías que significa jugar con materiales tan diversos, y tú lo sabes- fue que pude poner “fin” en un borrador, que después trabajé y más tarde envié al Premio Marqués de Bradomín para Jóvenes Autores Teatrales de España, e inesperadamente –no muchos extranjeros lo habían ganado- me lo otorgaron. La editaron y el premio en metálico me dio para vivir varios meses y conocer parte de Marruecos. En algún periódico español, alguien me nombró como “el escritor cubano…”. Supongo que algo parecido le habrá pasado a Rómulo Gallegos cuando escribió Una brizna de paja en el viento, a raíz de su vivencia como exiliado en La Habana. Hasta ahora no se había estrenado, sólo alguna lectura dramatizada en público. Cuando gané el premio, se la envié a Rajatabla –una de mis casas- y sé que la leyeron, pero entonces ya no estaba Carlos Giménez. Estoy seguro de que él hubiese cuando menos propiciado su producción. Un par de directores talentosos y que respeto me habían halagado pidiéndomela para llevarla a escena, pero es una pieza tan fronteriza desde el punto de vista ideológico y estético que la “obvia ubicación” de los interesados me parecía muy peligrosa para los matices que siempre he cuidado como esencia de la pieza. Además de esto el momento y contexto en el que me la pidieron, también hicieron que me abstuviera de autorizarlo. Algo que quizás les fue difícil de comprender pero preferí no correr el riesgo de que un texto mío se prestara a la propaganda y mucho menos defender a algún polo, cosa que no deja de ofender a la inteligencia. Las circunstancias han cambiado y los tiempos también”.
Ahora, un joven director, Francisco Aguana, se ha visto conmovido por ella –cosa que me halaga, extraña y produce curiosidad- y me ha parecido pertinente abrirla la puerta para jugar con ese texto, hacer su primera propuesta a partir de él, arriesgarse y comprometerse con un proceso en el que un creador –y más si cuando sucedieron los hechos que la inspiraron no había nacido- tendría muchos retos por delante. Quedó seleccionado para el Festival y me parece estupendo que esté poniéndole al alma, en una época en la que ese tipo de teatro es muy difícil de producir sin apoyos públicos o privados. Se ha gestionado un elenco muy bueno y un equipo de profesionales con ilusión y esperanza. De modo que todo ese riesgo me produce respeto y admiración, al igual que su carrera como actor y por ello le he prestado todo el apoyo que me ha sido posible. Hacer algo así es esperanzador no sólo para el teatro y las artes, sino para todo lo mejor que pueda visualizarse como futuro en el país.
Y para cerrar, te cuento que el año pasado escribí un musical de pequeño formato para un director venezolano que vive en Londres y tres cantantes líricos de Madrid. Y ahora me encuentro rayando algunas hojas y tecleando acerca de estampas y personajes de un pasado más o menos cercano, algo muy íntimo, pequeñito (lo llamo “un cuadrito”) que me permite moverme lo más libremente que puedo en mi memoria y en los temas que generalmente me mueven… y en el autoconocimiento (Sócrates, delante jajaja) …no mucho más.
Gracias, Edgar.          

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