Sofía Imber. |
Tenía 11 años y le cobraba un fuerte
(cinco bolívares de esa época) al periodista Alberto Ravell por trabajar en un
programa de Radio Continente. Era “Astrid, la estrella del piano”, nombre
artístico de una niña que a los tres años había llegado en los brazos de Naum
Imber y Ana Barú, huyendo de la persecución de los comunistas rusos desatada
contra los judíos de Soroca, en Besarabia.
Así nos lo contó Sofía Imber, en
octubre de 2007 y después de tres años
de su mutis final, aquel 20 de febrero de 2017, la evocamos con la última
entrevista que nos dio. A más de unos cuantos años de esos inolvidables recuerdos y
cuando en su balance vital dejó una impresionante tarea de promotora cultural,
como fue la creación, puesta en marcha y ubicación destacada del Museo de Arte
Contemporáneo de Caracas, con el apoyo del Estado venezolano, además de haber
realizado varias décadas de buen periodismo televisivo, radial y escrito, la
otrora “Astrid” o sea Sofía Imber (viuda en dos ocasiones) reconoció que “la
vida es como una caraota... es nada”.
Fue en una invernal noche dominical
caraqueña y en esa soledad de la quinta Sir, comprada por 600 mil bolívares en
la década de los 60, Sofía no explicó porqué ubicaba la vida al nivel de esos
apetitosos granos negros, pero sí saboreó un vaso de ginebra con agua de quina,
servida por la eficaz peruana Elsa, mientras acariciaba sus tres perros e intentaba cargarlos. Comentó que todavía la radio permite propalar mentiras y engañar a
los pueblos. No sucede lo mismo con la televisión y muy en especial la que ella
hizo con su esposo Carlos Rangel, dirigidos por el experto Daniel Farías. En
esa televisión sin manipulación, los ojos decían una cosa, la boca otra y las
manos revelaban otros asuntos, dejando así prácticamente “desnudo” al
entrevistado que no sabía mentir o disimular su enojo al ser descubierto.
Y eso hizo temible a la pareja
televisiva, pero a la vez era la más buscada por aquellos interesados en
venderse en el horario tan especial de Buenos días. ¿Los
rocambolescos cambios políticos hicieron de la TV un arma temible o fue la TV
la que alteró la política?, es una pregunta que ella se formuló.
Como la nostalgia es tan inocultable como la tos, recordó su dilatada pasantía por los medios impresos, especialmente cuando redactaba la columna “Sofía la intransigente” en El Nacional.
Como la nostalgia es tan inocultable como la tos, recordó su dilatada pasantía por los medios impresos, especialmente cuando redactaba la columna “Sofía la intransigente” en El Nacional.
Ella aclaró, quizás tarde, que el
calificativo “la intransigente” fue un error de los temibles duendes de las
imprentas. Había escrito “Sofía la exigente”, como la llamaban en el MACC. Pero
ese equívoco gustó y así se le conoció, cuando precisamente no era para nada “intransigente”
sino todo lo contrario. Nunca cambió ese título porque no le gusta dar
explicaciones a nadie, aunque ahora lo hizo para dejar sin sombras esa saga.
La memoria la refugia en los sórdidos
y húmedos sótanos de Parque Central, entre 1972 y el 23 de enero de 2001,
aquella inolvidable etapa de “pedigüeña”, cuando no hubo Gobierno a quien no
solicitara los millones de dólares necesarios para erigir y dotar con calidad
al MACC. Comenzó en 64 metros cuadrados y dejó más de cuatro mil metros cuadros
para salas de exposiciones, oficinas y depósitos. Además de cuatro mil piezas
artísticas, “ninguna mediocre”, sin olvidar los 200 Picasso, entre papel y
óleos. ”No hay dinero en el país para comprar obras como las que ahí están.
Todos sus autores murieron y son irrepetibles”. Tampoco dijo cuánto se invirtió
ahí y recomienda revisar los presupuestos asignados, porque cuando salió dejó
dos millardos en las cuentas de la institución.
Asegura que su presencia en esos sótanos, a lo largo de 29 años, donde trabajó día y noche, manteniéndose permanentemente informada y cultivando las relaciones con los otros museos del mundo, le permitió forjar un equipo enamorado de su trabajo y entender al MACC como centro educador. Insiste en que la Interpol, el FBI y otros cuerpos policiales deben encontrar el óleo de Henry Matisse, Odalisca con pantalón rojo, oficialmente desaparecido o hurtado o robado el 3 de diciembre de 2002, “cuando yo ya no estaba ahí”.
Asegura que su presencia en esos sótanos, a lo largo de 29 años, donde trabajó día y noche, manteniéndose permanentemente informada y cultivando las relaciones con los otros museos del mundo, le permitió forjar un equipo enamorado de su trabajo y entender al MACC como centro educador. Insiste en que la Interpol, el FBI y otros cuerpos policiales deben encontrar el óleo de Henry Matisse, Odalisca con pantalón rojo, oficialmente desaparecido o hurtado o robado el 3 de diciembre de 2002, “cuando yo ya no estaba ahí”.
Y lo dice abiertamente: “el museo ya
no me interesa; quedó atrás. Ahora estoy dedicada a rescatar, complementar y
preservar, con el apoyo de la buena gente de la Universidad Católica Andrés
Bello, más de 3.700 copias de las entrevistas que Carlos Rangel y yo hicimos a
personalidades nacionales y mundiales entre 1969 y 1986, en nuestro Buenos
Días”. En ese trabajo consume todas sus tardes y la “hace muy feliz porque ahí
trabajo para rescatar la memoria viva de una etapa gloriosa del país”.
Descartó escribir sus memorias.
Prefiere vivir el ahora y su momento. Deja así que otros escriban su paso por
esta vida, donde procreó cuatro hijos y tres nietos. ”Vivo con inmenso placer
mi rol de abuela”.
Este periodista conoció a Sofía Imber
en 1969, cuando editaba su columna “Criticandito” para el diario La
Verdad (ya desaparecido). Un espacio único y testimonio fiel, durante
muchos años, del mundo de las artes plásticas vernáculas, que se favorecería
después con la aparición del MACC.
APARECIO EL MATISSE
Sofía Imber, fundadora del Museo de
Arte Contemporáneo y emblemática promotora de arte en Latinoamérica, se sumó al
flujo incesante que tuvo la exposición Odalisca con pantalón rojo, y llegó, en
una visita el martes 10 de febrero de 2015, la cual arrancó una ovación
de parte de un grupo de niños que se encontraban estudiando la obra del célebre
pintor francés Henry Matisse, y donde en su recorrido por las salas del MAC
mostró mucha satisfacción y orgullo por el estado en el que están las obras del
referido ente ubicado en la Zona Cultural de Parque Central.
Esta amante de las artes plásticas
tejía miles de comentarios durante su paseo como: el Francis Bacon - Figure
at a washbasin (Personaje ante un lavabo)- está
igualito; esa obra – y señalaba Los Mercaderes de Marisol
Escobar- fue la primera que adquirió el museo; este Georges Braque – y se
refería a Le Billard (El Billar) de la serie del mismo
nombre hay tres en el mundo pero éste es el mejor.
Ímber no dejaba de admirar el
gran amor que los trabajadores del MAC le imprimen al museo, “es
fabuloso puedes estar contenta de trabajar aquí, es un
privilegio”. Dijo que reconocía “el trabajo que se está haciendo
poco a poco, a pesar de todas las dificultades que hay en este momento” y
extendió una invitación muy particular: “le puedo decir al público que no se
pierdan de lo bueno que es esto, es un tesoro, que lo están cuidando las
personas que aquí trabajan para que ustedes puedan venir, y la mayor de
veces posibles, porque hay muy buenas obras”.
Durante su paseo brillaron sus ojos
al revivir anécdotas de algunas obras de la colección, entre ellas recordó las
dificultades que tuvo en la aduana para traer la escultura La Novia de
la artista Niki de Saint Phalle o los trámites para adquirir y cómo embaló
la Suite Vollard de Pablo Picasso.
La visita al MAC de esa mujer
entregada al arte que dejó un legado indiscutible, aún flota en las
palabras que dirigió a la generación de niños y jóvenes visitantes: “Los
felicito por venir al museo y admirar las obras de arte, agradezco que estén
aquí, sigan haciéndolo, ustedes son el presente y el futuro del país,
verlos aquí para mí es un orgullo, éste museo es un gran museo y seguirá
siéndolo”, suscribe la periodista Teresa Quilez.
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