Luis
Pardi fue un valioso integrante de una
generación venezolana que tuvo siempre como mística el trabajo y el amor por el
oficio artístico, afirma la investigadora Jenny Rollandad.
A su
desaparición, el 8 de mayo de 1990, una pérdida lamentable para las artes escénicas
criollas, había sido el director de la Escuela Nacional de Teatro “Cesar
Rengifo”, y estaba dedicado, casi a tiempo completo, la celebración del Día Nacional del Teatro, cada 28 de junio, según decreto
del Ejecutivo.
Luis
Egisto Pardi Barazarte, el nombre nombre legal del susodicho Luis Pardi, había
nacido en Boconó, Estado Trujillo, durante el mes de octubre de 1927, en el
seno de una familia muy tradicional, descendiente de italianos y de vascos, y quizás eso
explica su segundo nombre, Egisto, personaje clave en muchas tragedias de los autores griegos.
Más
que actor, Pardi fue museógrafo, un hombre que tuvo conciencia de la
importancia que resulta para la memoria de un país, y en este caso el teatro. Su esfuerzo fue casi individual y resulta
difícil entender como compaginó tantas actividades con su trabajo de
recopilación. Además de dirigir la “Cesar Rengifo” fue el presidente del fondo
de Asistencia Económica del Artista, el cual contaba con los auspicios de Fundarte.
Desde ese cargo peleó diariamente para dar dignidad y holgura a los comediantes
que ya habían rendido sus respectivos tributos a la actuación y estaban
“jubilados”.
Este
trujillano, que también fue comunicador social, egresado de la UCV, entregó a la Biblioteca Teatral “Carlos Salas”
su trabajo de investigación de más de 20 años, y trabajaba todos los días para mostrar sus
remozados bríos en su labor.
La
periodista Miriam Fleilich, en entrevista que publicó El Nacional del 28 de junio de 1987,le preguntó por qué un muchacho pueblerino, de familia
conservadora, que tomaba agua de Vichy
o vinos italianos y consumían quesos
importados, en lugar de irse para Mérida o a Popayán a seguir una carrera
profesional eligiera como leiv motiv
al teatro.
Pardi
contó que su madre
era una dama que leía mucho. “Teníamos una biblioteca familiar muy importante
para la época y que gracias a luz de las lámparas de carburo, porque no había
electricidad todavía, leíamos a Gabriela Mistral, a Emilio Salgarí, a Alejandro
Dumas y al padre Borges, cuyos textos estaban absolutamente prohibidos para nosotros.
Sí nos pescaban algo grave iba pasar”.
“Uno
de mis tíos abuelos, don Pascual de Luca, italiano manejaba El Círculo de los
Andes, una empresa cinematográfica que llevaba, a lomo de mula, las películas mudas
que venían de Europa, en su mayoría de Italia, para exhibirlas a los pueblos
del Táchira, Mérida y Trujillo. Por eso conocí a Lys Putti, Francesca Bertini,
a Edna Purviana (la compañera de Chaplin), a Douglas Fairbanks y otros tantos.
Veía a esas heroínas y aquellos héroes,
tras lo cual me pregunta: ¿Dios mío cómo se puede llegar a eso? Esas películas existen
y están archivadas en nuestra casa de los Andes y eso no se toca. Las tías las prohibían.
Todos los años se desenrollaban, se les pone parafina, y se les guarda de
nuevo. Son auténticos tesoros cinematográficos”.
Pardi
no recordó, según la periodista
Frelichi, cuando se instaló en Caracas,
pero sí fue a finales de los años 40.Aqui terminó su bachillerato en el liceo “Andrés
Bello” y luego curso periodismo en la Universidad Central de Venezuela. Se
graduó y fue crítico teatral, con seudónimo, pero no continuó porque fue descubierto. “Cuando supieron que
yo era, nada menos que, El convidado de Piedra, lo dejé, porque me estaba ganando muchos enemigos”.
Hacia
1956, después de dos años de estudios en el Teatro Universitario de la UCV, que
a la sazón era dirigido por Guillermo Korn, Georgina de Uriarte y Nicolás
Curiel, debutó con “Palabras en la arena” del español Antonio Buero Vallejo.
Hacia
1957 fundó el grupo teatral de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP). Al
año siguiente estrenó en La concha Acústica de Bello Monte la obra La dama boba de Lope de Vega, dirigida
por Alberto de Paz y Mateos y luego Otelo,
bajo la batuta de Román Chalbaud; también Panorama
bajo el puente de Arthur Miller. “Tuve la suerte de trabajar con Chalbaud, cuando
se creó la Compañía Nacional de Comedias y considero que es y era el mejor
director del país”.
Entre obras y obras hace giras por Colombia, Perú y Ecuador. A finales de los años 60 es contratado por La Voz de Alemania,
en Bogotá, para hacer locución y redactar programas culturales. Lo invitaron,
además, para integrar el jurado del Festival de Cine en Berlín, durante dos años
seguidos.
Al
regresar, lo contrataron para ingresar al elenco estable de la Compañía Nacional
de Teatro, del Inciba, en 1972, y hacia 1975 lo nombran director del Museo
Nacional de Teatro, al lado de María Teresa Castillo de Otero Silva, Rafael
Narvarte y Rebeca Singer.
“En
estas corrientes turbulentas del teatro venezolano y del mundial, que siempre
las hay, uno tiene que manejarse con cierta diplomacia porque los teatreros
son personas muy sensibles, somos hipersensibles.
Tenemos que manejar muy bien las situaciones y el idioma, porque somos hipersensibles. No hay
que olvidar que los actores interpretamos y una frase mal formada puede crear
una tormenta inconveniente en un ensayo, en un estreno o en una temporada”.
Y
finalmente, la Fleilich le volvió a preguntar
por qué era su gusto por el teatro y por qué le había dedicado su vida
entera.
“El
teatro es hermoso por lo evolutivo, por lo creativo, porque nunca termina. Ha
subsistido a pestes, revoluciones, guerras y es mi pasión; porque el teatro es
vivo, tiene sangre, no depende sino del ser humano”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario