José Ignacio, hijo de José Ramón y Matilde Lofiego de Cabrujas, fue feliz. Y lo decimos ahora, tal como lo enseña Sófocles por intermedio del corifeo de su Edipo Rey, ya que no se debe considerar feliz a un humano hasta que éste haya traspasado el umbral de la muerte sin desventura alguna.
José Ignacio, parido en Caracas el 17 de julio de 1937 y fallecido en Porlamar el 21 de octubre de 1995, era un venezolano feliz. Amó intensamente, se casó dos veces y procreó sendos hijos con Democracia López e Isabel Palacios, pero sólo Diego lo sobrevive. Participó en la fundación del mayor invento teatral del siglo XX: El Nuevo Grupo, y en la mágica aventura que convirtió a un rancho sindical en espacio teatral paradisíaco, donde mostró inolvidables espectáculos, además de su última pieza sobre un deportista devorado por el salvaje neocapitalismo. Y, por si fuese poco, escribió 15 textos teatrales, dignos de ser escenificados de nuevo, además de redactar mil y tantos argumentos sobre pasiones insólitas, intrigas y situaciones memorables para alimentar ese maravilloso invento latinoamericano que son las telenovelas, cuando las mismas no son prostituídas por los dueños de los medios audiovisuales. Y se convirtió en el Cicerón caraqueño, gracias a sus columnas periodísticas, donde advertía la buena ruta o el desatino de la patria. Fue, pues, un hombre feliz, a pesar que un brujo le advirtió que por cábala su fecha de nacimiento anunciaba una inesperada falla de su apasionado corazón cualquier día, tal como ocurrió. Hasta el último minuto amó a su país y su gente, como siempre lo había demostrado. ¡Fue un hombre feliz!
Y para estos 70 años de Cabrujas, que habría festejado con mucha ópera y abundantes viandas, además de unas cuantas sátiras sobre los criollos sobrevivientes de ese siglo XXI, sus amigos le inventaron un libro, modesto por sus páginas, únicamente 54, pero grandioso porque ahí seis atrevidos compatriotas, además de la prologuista Yoyiana Ahumada, lo analizaron en todas sus facetas como intelectual, suscitando una sana envidia para que los lectores rebusquen sus obras y textos y los degusten, para así disfrutar muchas cosas que ellos redescubrieron.
Yoyiana explica que la publicación Cabrujas: ese ángel terrible se hizo porque José Ignacio es una de las inteligencias contemporáneas más completas en Venezuela, por su compromiso con el país y “su capacidad de preguntarse qué somos como proyecto y como resultado de una historia; por ser un extraordinario dramaturgo que convierte al teatro en el mejor espejo de las sombras colectivas de la sociedad venezolana”.
Puntualiza que no exagera, “porque en un país con una memoria tan ingrata es una fiesta que nos sigamos acordando y necesitando de una mente que nos dejó huérfanos hace 12 años. Además, sobre él apenas existen los libros Cabrujerías de Francisco Rojas Pozo, Catia tres voces de Milagros Socorro; un par de tesis de grado, y, que yo sepa la de magíster literae que es la mía: Venezuela la obra inconclusa de José Ignacio Cabrujas”, además de los textos críticos del profesor Leonardo Azparren Giménez.
Los análisis compilados en ese libro apuntan a destacar las claves presentes en toda su obra: la historia como lección no aprendida, en un ciclo donde el futuro es resultado de los errores del pasado; el cuento contado desde el personaje de la sombra, no el de la gran historia; un manejo de la compasión frente a sus criaturas (artículos de opinión; teatro y telenovela); un tejido que convirtió a su mirada en una sociología de los sentidos; una articulación operática de sus discursos (arias, tríos, solos) y el manejo de las piezas escriturales como partituras; una presencia del enmascaramiento y la teatralidad como mirada del arte y la vida; y el humor como recurso estético y filosófico para contar su macrorelato que es Venezuela.
Yoyiana recuerda que es imposible copiar a Cabrujas, “era producto de sus circunstancias, pero sí puede ser emulado, como ocurre con los libretistas de televisión que enseñó o con los dramaturgos hijos de su influencia como Elio Palencia y el propio Ibsen Martínez. “Es irrepetible, como lo somos todos, pero es posible que se produzca mayor interés en seguir escudriñando en su obra, para entender las claves de cómo leer este país”.
—¿Podemos sobrevivir sin Cabrujas?
—Hay hombres que luchan un día y son buenos, pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles. Brecht, dijo eso y para mí se equivocó; somos efímeros y prescindibles. Pero hay inteligencias que uno extraña: Uslar Pietri, Cabrujas, Nuño, Elizabeth Schön. Cabrujas, como dijo Pilar Romero, nos acompañaba a entender nuestra cuesta abajo en la rodada.
Obras teatrales
José Ignacio, parido en Caracas el 17 de julio de 1937 y fallecido en Porlamar el 21 de octubre de 1995, era un venezolano feliz. Amó intensamente, se casó dos veces y procreó sendos hijos con Democracia López e Isabel Palacios, pero sólo Diego lo sobrevive. Participó en la fundación del mayor invento teatral del siglo XX: El Nuevo Grupo, y en la mágica aventura que convirtió a un rancho sindical en espacio teatral paradisíaco, donde mostró inolvidables espectáculos, además de su última pieza sobre un deportista devorado por el salvaje neocapitalismo. Y, por si fuese poco, escribió 15 textos teatrales, dignos de ser escenificados de nuevo, además de redactar mil y tantos argumentos sobre pasiones insólitas, intrigas y situaciones memorables para alimentar ese maravilloso invento latinoamericano que son las telenovelas, cuando las mismas no son prostituídas por los dueños de los medios audiovisuales. Y se convirtió en el Cicerón caraqueño, gracias a sus columnas periodísticas, donde advertía la buena ruta o el desatino de la patria. Fue, pues, un hombre feliz, a pesar que un brujo le advirtió que por cábala su fecha de nacimiento anunciaba una inesperada falla de su apasionado corazón cualquier día, tal como ocurrió. Hasta el último minuto amó a su país y su gente, como siempre lo había demostrado. ¡Fue un hombre feliz!
Y para estos 70 años de Cabrujas, que habría festejado con mucha ópera y abundantes viandas, además de unas cuantas sátiras sobre los criollos sobrevivientes de ese siglo XXI, sus amigos le inventaron un libro, modesto por sus páginas, únicamente 54, pero grandioso porque ahí seis atrevidos compatriotas, además de la prologuista Yoyiana Ahumada, lo analizaron en todas sus facetas como intelectual, suscitando una sana envidia para que los lectores rebusquen sus obras y textos y los degusten, para así disfrutar muchas cosas que ellos redescubrieron.
Yoyiana explica que la publicación Cabrujas: ese ángel terrible se hizo porque José Ignacio es una de las inteligencias contemporáneas más completas en Venezuela, por su compromiso con el país y “su capacidad de preguntarse qué somos como proyecto y como resultado de una historia; por ser un extraordinario dramaturgo que convierte al teatro en el mejor espejo de las sombras colectivas de la sociedad venezolana”.
Puntualiza que no exagera, “porque en un país con una memoria tan ingrata es una fiesta que nos sigamos acordando y necesitando de una mente que nos dejó huérfanos hace 12 años. Además, sobre él apenas existen los libros Cabrujerías de Francisco Rojas Pozo, Catia tres voces de Milagros Socorro; un par de tesis de grado, y, que yo sepa la de magíster literae que es la mía: Venezuela la obra inconclusa de José Ignacio Cabrujas”, además de los textos críticos del profesor Leonardo Azparren Giménez.
Los análisis compilados en ese libro apuntan a destacar las claves presentes en toda su obra: la historia como lección no aprendida, en un ciclo donde el futuro es resultado de los errores del pasado; el cuento contado desde el personaje de la sombra, no el de la gran historia; un manejo de la compasión frente a sus criaturas (artículos de opinión; teatro y telenovela); un tejido que convirtió a su mirada en una sociología de los sentidos; una articulación operática de sus discursos (arias, tríos, solos) y el manejo de las piezas escriturales como partituras; una presencia del enmascaramiento y la teatralidad como mirada del arte y la vida; y el humor como recurso estético y filosófico para contar su macrorelato que es Venezuela.
Yoyiana recuerda que es imposible copiar a Cabrujas, “era producto de sus circunstancias, pero sí puede ser emulado, como ocurre con los libretistas de televisión que enseñó o con los dramaturgos hijos de su influencia como Elio Palencia y el propio Ibsen Martínez. “Es irrepetible, como lo somos todos, pero es posible que se produzca mayor interés en seguir escudriñando en su obra, para entender las claves de cómo leer este país”.
—¿Podemos sobrevivir sin Cabrujas?
—Hay hombres que luchan un día y son buenos, pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles. Brecht, dijo eso y para mí se equivocó; somos efímeros y prescindibles. Pero hay inteligencias que uno extraña: Uslar Pietri, Cabrujas, Nuño, Elizabeth Schön. Cabrujas, como dijo Pilar Romero, nos acompañaba a entender nuestra cuesta abajo en la rodada.
Obras teatrales
Ahora será un reto para los que mantienen viva la historia de Cabrujas llevar a escena algunos de estos 15 textos:
Los insurgentes (1956). Juan Francisco de León (1959). El extraño viaje de Simón el Malo (1961). Triángulo, junto con Román Chalbaud e Isaac Chocrón (1962). En nombre del rey (1963). Días de poder (1964). Fiésole (1968). Profundo (1971). La soberbia milagrosa del general Pío Fernández, en la obra colectiva Los siete pecados capitales (1974). Acto cultural (1976). El día que me quieras (1978). Una noche oriental (1982). El americano ilustrado (1986). Autorretrato de artista con barba y pumpá (1990). Sony (1995).
Los insurgentes (1956). Juan Francisco de León (1959). El extraño viaje de Simón el Malo (1961). Triángulo, junto con Román Chalbaud e Isaac Chocrón (1962). En nombre del rey (1963). Días de poder (1964). Fiésole (1968). Profundo (1971). La soberbia milagrosa del general Pío Fernández, en la obra colectiva Los siete pecados capitales (1974). Acto cultural (1976). El día que me quieras (1978). Una noche oriental (1982). El americano ilustrado (1986). Autorretrato de artista con barba y pumpá (1990). Sony (1995).
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