El Teatro Nacional Juvenil de Venezuela (Tnjv) nació en un viejo sofá de cuero marrón de mi apartamento en Parque Central. Ahí se sentaron Carlos Giménez y Aníbal Grunn y proyectaron utilizar las artes escénicas como herramientas para formar a necesarios ciudadanos-comediantes, a principios de los años 90. Copiando al Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles, del maestro José Antonio Abreu, pretendían instalar 24 módulos regionales para apuntalar las nuevas generaciones. El proyecto rodó y rodó, pero en el camino se interpuso la muerte del líder (1993) y lo que ocurrió es la triste historia de la comarca: varios aprendices de brujo defenestraron aquello, se esfumaron los dineros conseguidos y en estos momentos la responsabilidad del Tnjv reposa en manos de Héctor Becerra y Luis Rendón.
En todo ese trecho recorrido durante los últimos 17 años ha mostrado aceptables espectáculos y lanzado una cuantificable generación que reclama a gritos su espacio donde exhibirse, pero está clausurado y en el sótano 1 de la misteriosamente incendiada Torre Este de Parque Central.
Recordamos la saga de ese proyecto de ciudadanía y teatro que lucha para no desaparecer definitivamente, porque vimos su espectáculo El secreto de la luna, del dramaturgo Julio César Beltzer, escenificado precisamente por Aníbal Grunn, en la sala Rajatabla, y con las plausibles actuaciones de Marcos Alcalá, Jorge Cogollo, Christian Martínez e Irabé Seguías, entre otros.
Lamentablemente, esta reaparición del Tnjv no resultó exitosa. Hay demasiado “ruido” entre la obra y la puesta en escena. La pieza combina la ficción de los hombres lobos y la dura realidad de las conductas sexuales en una sociedad campesina. Es otra joyita del realismo mágico pero la amputaron y no se explica sola. Necesita una pulcra versión.
Como es obvio, el espectáculo no “cuaja”, deja numerosos interrogantes al espectador y eso es fatal porque el teatro no se transmite con programas de mano ni notas de prensa. Es un “dulce” para directores que usan composiciones escénicas con imágenes, sombras chinescas, juegos físicos y mucho humo, pero no logra transmitir suficiente información sobre lo que pasa con aquel chico-chica de 15 años y su juego con cuchillos para ser lo que es y no lo que los otros quieren que sea.
El decano de los críticos teatrales de Argentina, Ernesto Schoo, escribió en la revista Noticias, del 2000, con respecto al estreno de El secreto de la Luna, de su compatriota Julio César Beltzer, que en todas las familias hay problemas, pero en ésta, la que plasmó en su obra los tiene en grado superlativo. “Nomás comenzar y el padre, irascible, mata a un caballo díscolo y luego se suicida (su fantasma seguirá hostigando a los demás, en una sobrevida muy corpórea, como que le exige al actor deambular completamente desnudo todo el tiempo). La madre, al parecer con varios pasados a cuestas, todavía amamanta a uno de sus hijos adolescentes y amaga tener relaciones sexuales con el mayor. La viejísima abuela anda por ahí, mascullando conjuros y maldiciones. Y el menor ha sido criado, desde que nació, como mujer: lo llaman Thelma, lo visten con polleras y ejerce su encanto andrógino sobre sus contemporáneos de ambos sexos”.
“El eje de esta enigmática -y muy bella- obra de Beltzer (ganadora de varias distinciones, entre ellas, la de ser representada en el Cervantes) es el mito del lobizón, con fuerte subrayado de su componente sexual. Para evitar que el séptimo hijo varón salga en las noches de luna llena a destripar a transeúntes incautos, la familia ha recurrido a ese engaño, con vistas a un desenlace cruento, un sacrificio ritual cuya índole no conviene revelar aquí, pero que opondrá, según la teoría freudiana, a Eros y Thanatos, el impulso vital contra la pulsión de muerte”.
El crítico advierte que no puede deducir que El secreto de la Luna sea una pieza hermética, ni para iniciados. “Al contrario: aunque con zonas de oscuridad, donde reside el misterio poético que envuelve a todos los mitos, en su propuesta hay mucho de costumbrismo y hasta -como lo señala el autor en el programa de mano- de herencia del radioteatro provinciano de 40 años atrás”.
Por supuesto que en el desangelado montaje venezolano no hay desnudos masculinos, ni tampoco se aprecia lo que sí vieron en Argentina, pero en la versión escénica criolla si hay unos cuantos senos al aire, pero ni así aquello comunica y eso es fatal en el teatro que es el primer invento comunicacional del hombre, cuando lo que se dice acompaña al gesto o este apuntala la palabra. Revisarse y pensar mucho más, es lo que debe hacer este director, que tiene talento a borbotones pero carece de tiempo para madurar sus creaciones, especialmente cuando aborda trabajos con la ansiosa muchachada del Tnjv.
El Tnjv sigue en la fila de los proyectos para consolidarse y el teatro necesita resultados positivos.
En todo ese trecho recorrido durante los últimos 17 años ha mostrado aceptables espectáculos y lanzado una cuantificable generación que reclama a gritos su espacio donde exhibirse, pero está clausurado y en el sótano 1 de la misteriosamente incendiada Torre Este de Parque Central.
Recordamos la saga de ese proyecto de ciudadanía y teatro que lucha para no desaparecer definitivamente, porque vimos su espectáculo El secreto de la luna, del dramaturgo Julio César Beltzer, escenificado precisamente por Aníbal Grunn, en la sala Rajatabla, y con las plausibles actuaciones de Marcos Alcalá, Jorge Cogollo, Christian Martínez e Irabé Seguías, entre otros.
Lamentablemente, esta reaparición del Tnjv no resultó exitosa. Hay demasiado “ruido” entre la obra y la puesta en escena. La pieza combina la ficción de los hombres lobos y la dura realidad de las conductas sexuales en una sociedad campesina. Es otra joyita del realismo mágico pero la amputaron y no se explica sola. Necesita una pulcra versión.
Como es obvio, el espectáculo no “cuaja”, deja numerosos interrogantes al espectador y eso es fatal porque el teatro no se transmite con programas de mano ni notas de prensa. Es un “dulce” para directores que usan composiciones escénicas con imágenes, sombras chinescas, juegos físicos y mucho humo, pero no logra transmitir suficiente información sobre lo que pasa con aquel chico-chica de 15 años y su juego con cuchillos para ser lo que es y no lo que los otros quieren que sea.
El decano de los críticos teatrales de Argentina, Ernesto Schoo, escribió en la revista Noticias, del 2000, con respecto al estreno de El secreto de la Luna, de su compatriota Julio César Beltzer, que en todas las familias hay problemas, pero en ésta, la que plasmó en su obra los tiene en grado superlativo. “Nomás comenzar y el padre, irascible, mata a un caballo díscolo y luego se suicida (su fantasma seguirá hostigando a los demás, en una sobrevida muy corpórea, como que le exige al actor deambular completamente desnudo todo el tiempo). La madre, al parecer con varios pasados a cuestas, todavía amamanta a uno de sus hijos adolescentes y amaga tener relaciones sexuales con el mayor. La viejísima abuela anda por ahí, mascullando conjuros y maldiciones. Y el menor ha sido criado, desde que nació, como mujer: lo llaman Thelma, lo visten con polleras y ejerce su encanto andrógino sobre sus contemporáneos de ambos sexos”.
“El eje de esta enigmática -y muy bella- obra de Beltzer (ganadora de varias distinciones, entre ellas, la de ser representada en el Cervantes) es el mito del lobizón, con fuerte subrayado de su componente sexual. Para evitar que el séptimo hijo varón salga en las noches de luna llena a destripar a transeúntes incautos, la familia ha recurrido a ese engaño, con vistas a un desenlace cruento, un sacrificio ritual cuya índole no conviene revelar aquí, pero que opondrá, según la teoría freudiana, a Eros y Thanatos, el impulso vital contra la pulsión de muerte”.
El crítico advierte que no puede deducir que El secreto de la Luna sea una pieza hermética, ni para iniciados. “Al contrario: aunque con zonas de oscuridad, donde reside el misterio poético que envuelve a todos los mitos, en su propuesta hay mucho de costumbrismo y hasta -como lo señala el autor en el programa de mano- de herencia del radioteatro provinciano de 40 años atrás”.
Por supuesto que en el desangelado montaje venezolano no hay desnudos masculinos, ni tampoco se aprecia lo que sí vieron en Argentina, pero en la versión escénica criolla si hay unos cuantos senos al aire, pero ni así aquello comunica y eso es fatal en el teatro que es el primer invento comunicacional del hombre, cuando lo que se dice acompaña al gesto o este apuntala la palabra. Revisarse y pensar mucho más, es lo que debe hacer este director, que tiene talento a borbotones pero carece de tiempo para madurar sus creaciones, especialmente cuando aborda trabajos con la ansiosa muchachada del Tnjv.
El Tnjv sigue en la fila de los proyectos para consolidarse y el teatro necesita resultados positivos.
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