martes, marzo 11, 2008

La vigencia de Mariela Romero

El teatro nació cuando el hombre decidió contar o explicar experiencias propias o soñadas y tuvo ante sí a sus congéneres para que las escucharan y las imaginaran. Desde entonces es la más auténtica manifestación de la inteligencia humana para transmitir informaciones y sentimientos. Muchos han intentado destruirlo o silenciarlo, pero ha sido imposible y por eso siempre está renaciendo, más fuerte, más agresivo y además más temible. Y tal es su grandeza que se ha transformado o servido de materia o plataforma básica para desarrollar primero el cine y después la televisión, quienes serían sus hijos. ¡Que algunos lo utilicen para el mal es otra cosa!
Solamente la extinción de la humanidad podrá decretar la muerte del teatro, pero mientras se asoma ese momento aquí en Caracas las representaciones no se han detenido y es por eso que en el minúsculo teatrino del Laboratorio Teatral Anna Julia Rojas (salida sur del Metro Bellas Artes) se presenta un montaje que Luis Alberto Rosas realizó didácticamente con El inevitable destino de Rosa de la Noche, de Mariela (Ibarra) Romero (Caracas, 1952).
Más conocida internacionalmente en estos tiempos por sus telenovelas, unas 34, entre adaptaciones y plausibles creaciones, Mariela Romero debutó como autora teatral hacia 1967 con Algo alrededor del espejo, pero es durante 1976 cuando irrumpe con El juego, merecedor de un premio del Ministerio de Justicia. Ahí, precisamente muestra a dos mujeres que para superar miserias existenciales optan por una serie de acciones lúdicas que culminan aparatosamente. Tiene, además de la obra que Rosas hizo espectáculo, otros textos como Este mudo circo, El juego de los vampiros, El cáncer es curable no lo malgaste, El vendedor y Esperando al italiano (dos de sus éxitos de taquilla), además de El regreso del Rey Lear. Pero en todas esas piezas reitera las constantes que la caracterizan: el mundo femenino en lucha contra complejos contextos machistas y los conflictos socioeconómicos donde están envueltas sus heroínas o antiheroínas.
Su teatro, como lo demuestran Rosas y sus actores, mantiene su vigencia. Se trata de un melodrama sobre un terceto de indigentes que luchan para sobrevivir en medio de una sociedad que los excluye o persigue. Ahí se materializan a los desposeídos Pedro y Juan, resueltos por Diego León y Javier Figueroa, quienes asaltan y conocen a Rosa (encarnada por Karla Fermín), prostituta decadente que se transforma en musa para esos desvalidos y desata una confrontación, preñada de obvio erotismo, que culmina trágicamente. ¡El teatro copia crudas realidades!
Este montaje, limitado en su planta de movimientos por el espacio escénico, y la dirección de actores, demuestran un intenso y laborioso trabajo de Rosas hasta obtener un producto de calidad artística, conseguido además con mínimos recursos. Es notable la aparición de esos tres jóvenes comediantes, quienes demuestran su sólido proceso de capacitación, adelantado en diferentes instituciones caraqueñas.

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