Por ahora los Festivales Internacionales
y realizó Carlos Giménez a lo largo de dos décadas, ya no se harán más. Fue fácil cambiarlo, lo difícil ha sido sustituirlo a lo largo de los últimos 15 años de su mutis. ¡Vendrán tiempos mejores y es posible que ese imaginario telón vuelva a subir para los FITC!
Por ahora hay que reseñar que totalmente gratis, sí, gracias al Festival de la Francofonía 2008 se presentaron cuatro funciones, en el Celarg y el Teatro San Martín de Caracas, del excelente espectáculo Siswe Banzi est mort (Siswe Banzi está muerto) escrito por Athol Fugard, John Kani y Winston Ntshona. Se trata de una depurada creación escénica del legendario director Peter Brook (Londres, 21 de marzo de 1925) y su agrupación francesa Théâtre des Bouffles de Nord, con la cual, una vez más, arremete contra la discriminación racial en el mundo, demostrando su concepto de que en el escenario lo invisible se materializa.
Fuimos testigos de cómo el público caraqueño disfrutó hasta la saciedad por la vigencia de la pieza y el virtuosismo de los histriones que, además, rompieron la barrera del lenguaje verbal galo, aunque había subtítulos en español.
Sizwe Banzi est Mort recuerda cómo fue la situación de los negros en Sudáfrica durante 345 años (1652-1997), pero que al mostrarla ahora invita a reflexionar sobre la actual y trágica situación de los inmigrantes ilegales, quienes se atreven a salir de sus países para insertarse en las economías más desarrolladas, pero carentes de mano de obra barata, tal es el caso de Estados Unidos o España. Es el drama de los latinoamericanos “espaldas mojadas” que desafían restricciones fronterizas (muralla sur de The United States of America) o los africanos que en sus pateras se lanzan al mar en ruta a las Canarias para materializar un futuro incierto o perecer en el intento.
Ahí se recuerdan las proscritas leyes del Gobierno sudafricano que no permitía a los habitantes de las townships (áreas urbanas de la población negra durante el apartheid) salir de ellas sin un pasaporte especial, pero los negros desafiaban tal prohibición porque necesitaban trabajar para mantener a su familia. Y por eso materializan la fábula del inmigrante sin papeles (Sizwe Banzi) que se ve en la necesidad de asumir la identidad de un muerto, sin sospechar que su personalidad quedaría mutilada al tener que compartirla con un fantasma, y la saga del fotógrafo Buntu que cuenta su experiencia en una cadena de producción de la Ford, en el gueto sudafricano de New Brighton. Esas historias se funden en una sola y al final Sizwe la pregunta a Buntu: Un hombre negro, ¿podría no tener problemas? Y el otro le responde: Imposible, el problema es nuestra piel.
El espectáculo se logra -un escenario deslastrado de escenografías aparatosas para materializar el concepto del espacio vacío que predica Brook- con el magistral trabajo de los intérpretes Habib Dembelé y Pitcho Womba Konga, quienes combinan el mimo, la expresión gestual y la actuación cómica, con lo cual la metáfora es obvia: el apartheid o la segregación prosigue contra los que no son blancos, posiblemente ya no en Sudáfrica, donde ya los negros no son extranjeros, sino en otros continentes, donde un pasaporte es la puerta hacia una horrenda vida de explotación. ¡Ahí el teatro está en deuda con la vida misma!
Fuimos testigos de cómo el público caraqueño disfrutó hasta la saciedad por la vigencia de la pieza y el virtuosismo de los histriones que, además, rompieron la barrera del lenguaje verbal galo, aunque había subtítulos en español.
Sizwe Banzi est Mort recuerda cómo fue la situación de los negros en Sudáfrica durante 345 años (1652-1997), pero que al mostrarla ahora invita a reflexionar sobre la actual y trágica situación de los inmigrantes ilegales, quienes se atreven a salir de sus países para insertarse en las economías más desarrolladas, pero carentes de mano de obra barata, tal es el caso de Estados Unidos o España. Es el drama de los latinoamericanos “espaldas mojadas” que desafían restricciones fronterizas (muralla sur de The United States of America) o los africanos que en sus pateras se lanzan al mar en ruta a las Canarias para materializar un futuro incierto o perecer en el intento.
Ahí se recuerdan las proscritas leyes del Gobierno sudafricano que no permitía a los habitantes de las townships (áreas urbanas de la población negra durante el apartheid) salir de ellas sin un pasaporte especial, pero los negros desafiaban tal prohibición porque necesitaban trabajar para mantener a su familia. Y por eso materializan la fábula del inmigrante sin papeles (Sizwe Banzi) que se ve en la necesidad de asumir la identidad de un muerto, sin sospechar que su personalidad quedaría mutilada al tener que compartirla con un fantasma, y la saga del fotógrafo Buntu que cuenta su experiencia en una cadena de producción de la Ford, en el gueto sudafricano de New Brighton. Esas historias se funden en una sola y al final Sizwe la pregunta a Buntu: Un hombre negro, ¿podría no tener problemas? Y el otro le responde: Imposible, el problema es nuestra piel.
El espectáculo se logra -un escenario deslastrado de escenografías aparatosas para materializar el concepto del espacio vacío que predica Brook- con el magistral trabajo de los intérpretes Habib Dembelé y Pitcho Womba Konga, quienes combinan el mimo, la expresión gestual y la actuación cómica, con lo cual la metáfora es obvia: el apartheid o la segregación prosigue contra los que no son blancos, posiblemente ya no en Sudáfrica, donde ya los negros no son extranjeros, sino en otros continentes, donde un pasaporte es la puerta hacia una horrenda vida de explotación. ¡Ahí el teatro está en deuda con la vida misma!
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