martes, marzo 04, 2008

Penitentes está entre T. Williams y E. Palencia

En estos días, cuando se recuerdan los 25 años de la muerte del dramaturgo norteamericano Tennesse Williams, el venezolano Elio Palencia ha podido mostrar en la escena caraqueña, apuntalado por el grupo Teatrela, su más reciente texto Penitentes, creado a partir de un complejo suceso homosexual. ¡El teatro copia a la vida y en ocasiones la vida se inspira en el teatro!
Sin pretender desmeritar la creación de Palencia, sino buscando otros enfoques para contrastar opiniones en medio de un contexto teatral banal y abiertamente comercial, que no es precisamente lo que pasa con Penitentes, recordamos que Williams dijo que siempre había creído que si el tema de una obra es importante, no se debe permitir que detalles tangenciales como la orientación sexual concreta de los personajes desvirtúen su significado; “de hecho no creo que exista nada parecido a una orientación sexual concreta. Creo que todos somos sexualmente amigos”.
¿Pasa eso con la pieza de Palencia?
Él ha escrito que lo que más le interesa es la indagación en elementos de la venezolanidad, y su interés es compartir preguntas acerca de quienes y cómo somos como sociedad, “para ver cómo coño, sabiéndonos un poco más, avanzamos. Trato la homosexualidad, generalmente como otredad. Además abordo el machismo, la doble moral, la intolerancia y el irrespeto al otro, la situación de la mujer, el embarazo precoz, la dificultad criolla para la coherencia, nuestros mapas como seres caribes, etcétera. Pero siempre en mi inquietud por la responsabilidad individual, como los personajes dentro de un contexto social, como es la Venezuela que me ha tocado vivir”.
Dejamos a los espectadores que opinen o juzguen lo que dicen estos autores, pero después de que hayan visto el espectáculo al cual nos referimos y que además recomendamos, porque se atreve a salir de la bastarda comercialización que hay en la escena criolla.
PENITENTES
El cura católico Jorge Piñango Mascareño (Barquisimeto, 47 años) apareció asesinado en una habitación del caraqueño hotel Bruno, el 22 de abril de 2006. Las investigaciones que esclarecieron las causas de dicha muerte (asfixia mecánica y hematomas en la región occipital y nasal) y además identificaron al supuesto criminal (Andrés José Rodríguez Rojas), inspiraron al dramaturgo Elio Palencia para que pergeñara su oportuna, estrujante y valiente pieza Penitentes, la cual, bajo la creativa y excelente dirección de Costa Palamides, hace temporada en el Celarg, con las sólidas, convincentes y plausibles actuaciones de Ludwig Pineda, Delbis Cardona y José Gregorio Martínez, tres generaciones actorales de gran valía.
Ese suceso, calificado como “homicidio con alevosía, hurto de vehículo automotor, y obtención de bienes o servicios mediante mecanismos informáticos”, fue un festín para los investigadores y los medios de comunicación porque señalaron al muerto y su homicida (de 24 años) de practicar conductas homosexuales y proxenetismo. Pero Palencia (Maracay, 45 años), sin acusar a nadie, salvo recordar en el prólogo y el colofón del espectáculo las características de tan sangriento y escandaloso suceso, creó un clima expectante para su obra y logró plasmar ante su curiosa y comprometida audiencia una especial reflexión sobre los comportamientos sexuales en Venezuela y al mismo tiempo un análisis de los niveles de homofóbia que existen en esta sociedad.
Penitentes, que se desarrolla en un solo acto de 65 minutos, es el drama de un muchacho gay que visita en la cárcel al joven que mató a su amigo sacerdote en la habitación de un hotel, tras haberlo conocido en un antro gay. La obra, que es un desgarrador grito de rechazo contra los estereotipos sociales, y más allá de los dimes y diretes sobre la sexualidad, el celibato. la prostitución y la marginalidad social y cultural, es una joya dramatúrgica donde se juega hábilmente con las unidades de acción, tiempo y espacio cual si fuese el ensayo para una filmación.
Si la obra es audaz en sus planteamientos y en su estructura, la puesta en escena también obtiene un equilibrio visual al aplicar el concepto del teatro arena (el público rodea a los actores) para mostrar a sus personajes en la cama del hotel o en la discoteca o en la cárcel. Están encerrados y espiados por “el crítico de las mil cabezas”, todo eso con un ritmo escénico acelerado y llevando el compás de la música de una estruendosa discoteca, porque es ahí donde esos tres hombres sellaron sus destinos, un espacio donde la palabra es desplazada por el ruido de sus infiernos particulares.
El director Palamides obtiene, y con precisión, que en ese espacio escénico y con la entrega desenfadada de sus tripleta de actores se materialice un angustiosa y aleccionadora metáfora capaz de conmover a su audiencia y advertirle los riesgos que conlleva vivir en una sociedad donde los prejuicios impiden no sólo la libertad sino la existencia misma.
Y hay que reconocer el trabajo de Coco Seijas y Juan Carlos Azuaje como los eficaces productores, ya que sin ellos el trabajo artístico habría sido difícil o nunca se hubiese llegado a la escena.

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