Las rocambolescas peripecias del campesino noruego Peer Gynt y su idílico regreso al lado de Solveig, la mujer que amó toda su vida, recreadas fantásticamente en la sala Anna Julia Rojas, por el autor escénico Carlos Giménez y el exultante grupo Rajatabla, le cambiaron la brújula existencial a ese liceísta venezolano. Tenía 16 años y hasta esa larga noche de aquel mayo de 1991 pretendía ser médico o veterinario o químico o quizás hasta sacerdote, porque su familia ha estado cercana a la religión católica.
Dairo Luis Piñeres Chamorro (2 de febrero de 1975) se lo contó todo a su mamá y desde el lunes siguiente no pensó más en ese difícil bachillerato en ciencias. Se entusiasmó por las humanidades y todas las actividades del grupo teatral que comandaba Otilia Docaos en el liceo Gustavo Herrera.“Salí tan impresionado por lo que contaba el dramaturgo Henri Ibsen y la forma impactante como Giménez, durante 270 minutos, había llevado al escenario el periplo de Peer Gynt, que mi único anhelo era aprehender el arte teatral y lograr algún día hacer cosas como las que había visto. Lo que me pasó fue como el rayo que le cayó a Saulo de Tarso en su camino a Damasco y el cambio notable de su vida hasta convertirse en el apóstol Pablo”, lo explica, con esa notable parábola cristiana, 17 años después, cuando ya es todo un personaje clave para la generación del relevo teatral criollo.
El flamante bachiller Piñeres Chamorro ingresó al Instituto Universitario de Teatro (Iudet) y al mismo tiempo hizo los talleres teóricos y prácticos que le impartieron agrupaciones como el Contrajuego y el GA-80. Además se entusiasmó con los Festivales Liceístas J.A. Porte Acero que organizaba el Ateneo de Caracas. Esas experiencias fueron vitales para él y la ambiciosa muchachada que aceptó su guía, porque se erigió en líder de una generación que se había proclamado “la del relevo”. No sabían nada y tenían que aprender cómo formar un grupo, quién lo dirige, cómo se constituye y quiénes lo integran.
“Estábamos locos por hacer teatro y no sabíamos lo que era. Poseídos por esas ganas juveniles de estar en un escenario, de esparcir el ego y nuestra diminuta fama. Decidimos hacerlo y así nació Séptimo Piso y debutamos hacia 1996 con Credit Bill, versión de Los intereses creados de Jacinto de Benavente. La buena gente de Fundarte nos dio 50 mil bolívares para los gastos de la producción y la mostramos en la Sala Carlos Giménez, en el sótano de la Torre Este de Parque Central”.
No se graduó en el Iudet hasta 1999 porque su tesis sobre el teatro hiperealista de Ibrahim Guerra le exigió demasiado tiempo, además ya comenzaba a ser solicitado por actrices y actores para que “les resolviera un montaje”. El trabajo conspiró piadosamente contra su titulo académico, característica de las nuevas generaciones de teatreros del siglo XXI. Desde 1996 al 2008 con su agrupación Séptimo Piso ha escenificado 22 obras y con otras agrupaciones o incipientes empresas culturales ha realizado 57 montajes.
Y como punto notable de su ascendente carrera, ahora monta para la Compañía Nacional de Teatro, nada más y nada menos que Los días felices de Samuel Beckett, que será mostrada en la Casa del Artista durante las primeras semanas de este abril, protagonizada por Diana Volpe. Todo un acertijo donde una mujer enterrada hasta la cintura (más tarde lo estará hasta el cuello) es despertada por un timbre y a partir de ese momento, y con su esposo al lado, ella no dejará de repetir lo feliz que está. “Ha sido una maravillosa experiencia con esta primera actriz y ese texto polisémico”.
Admite que su técnica teatral es la intuición como poesía escénica. Dejar que el artista hable, que utilice su creación. Cuando descubre una obra permite que ella se humanice y se encargue de su guía, que le hable al oído para ver cómo se mueve, cómo habla, cómo se ve en escena. “Creo, pues, en el teatro y lo hago por la eterna libertad que da la escena para crear. Creo en la libertad de los dramaturgos, de los actores, de los vestuaristas, de los escenográfos y de los productores. Y para romper con los paradigmas establecidos es importante la intuición”.
Hervidero de gente
Dairo Luis, nacido del cubano Álvaro Piñeres y de la colombiana Teresita de Jesús Chamorro, cuenta que sus progenitores se instalaron en Caracas, tras conocerse en Cartagena, “Soy hijo único, pero mi papá tiene otro descendiente en Nueva York, donde vive desde hace largos años”. Cree en su patria Venezuela y en sus artistas y, en ese sentido, su trabajo continuará centrando en las nuevas generaciones. No sabe hacer otra cosa que el teatro y advierte que está emergiendo una nueva generación.“Siento algo que está naciendo dentro del teatro joven, estamos viendo unas buenas actuaciones. Hay un hervidero de gente con esperanzas. Espero dejar gente que me releve y que Séptimo Piso vaya más allá de un director, productor o artista. Eso sí, cuando no tengamos nada que decir, prefiero que se acabe, siempre debemos conectar con alguien".
Dairo Luis Piñeres Chamorro (2 de febrero de 1975) se lo contó todo a su mamá y desde el lunes siguiente no pensó más en ese difícil bachillerato en ciencias. Se entusiasmó por las humanidades y todas las actividades del grupo teatral que comandaba Otilia Docaos en el liceo Gustavo Herrera.“Salí tan impresionado por lo que contaba el dramaturgo Henri Ibsen y la forma impactante como Giménez, durante 270 minutos, había llevado al escenario el periplo de Peer Gynt, que mi único anhelo era aprehender el arte teatral y lograr algún día hacer cosas como las que había visto. Lo que me pasó fue como el rayo que le cayó a Saulo de Tarso en su camino a Damasco y el cambio notable de su vida hasta convertirse en el apóstol Pablo”, lo explica, con esa notable parábola cristiana, 17 años después, cuando ya es todo un personaje clave para la generación del relevo teatral criollo.
El flamante bachiller Piñeres Chamorro ingresó al Instituto Universitario de Teatro (Iudet) y al mismo tiempo hizo los talleres teóricos y prácticos que le impartieron agrupaciones como el Contrajuego y el GA-80. Además se entusiasmó con los Festivales Liceístas J.A. Porte Acero que organizaba el Ateneo de Caracas. Esas experiencias fueron vitales para él y la ambiciosa muchachada que aceptó su guía, porque se erigió en líder de una generación que se había proclamado “la del relevo”. No sabían nada y tenían que aprender cómo formar un grupo, quién lo dirige, cómo se constituye y quiénes lo integran.
“Estábamos locos por hacer teatro y no sabíamos lo que era. Poseídos por esas ganas juveniles de estar en un escenario, de esparcir el ego y nuestra diminuta fama. Decidimos hacerlo y así nació Séptimo Piso y debutamos hacia 1996 con Credit Bill, versión de Los intereses creados de Jacinto de Benavente. La buena gente de Fundarte nos dio 50 mil bolívares para los gastos de la producción y la mostramos en la Sala Carlos Giménez, en el sótano de la Torre Este de Parque Central”.
No se graduó en el Iudet hasta 1999 porque su tesis sobre el teatro hiperealista de Ibrahim Guerra le exigió demasiado tiempo, además ya comenzaba a ser solicitado por actrices y actores para que “les resolviera un montaje”. El trabajo conspiró piadosamente contra su titulo académico, característica de las nuevas generaciones de teatreros del siglo XXI. Desde 1996 al 2008 con su agrupación Séptimo Piso ha escenificado 22 obras y con otras agrupaciones o incipientes empresas culturales ha realizado 57 montajes.
Y como punto notable de su ascendente carrera, ahora monta para la Compañía Nacional de Teatro, nada más y nada menos que Los días felices de Samuel Beckett, que será mostrada en la Casa del Artista durante las primeras semanas de este abril, protagonizada por Diana Volpe. Todo un acertijo donde una mujer enterrada hasta la cintura (más tarde lo estará hasta el cuello) es despertada por un timbre y a partir de ese momento, y con su esposo al lado, ella no dejará de repetir lo feliz que está. “Ha sido una maravillosa experiencia con esta primera actriz y ese texto polisémico”.
Admite que su técnica teatral es la intuición como poesía escénica. Dejar que el artista hable, que utilice su creación. Cuando descubre una obra permite que ella se humanice y se encargue de su guía, que le hable al oído para ver cómo se mueve, cómo habla, cómo se ve en escena. “Creo, pues, en el teatro y lo hago por la eterna libertad que da la escena para crear. Creo en la libertad de los dramaturgos, de los actores, de los vestuaristas, de los escenográfos y de los productores. Y para romper con los paradigmas establecidos es importante la intuición”.
Hervidero de gente
Dairo Luis, nacido del cubano Álvaro Piñeres y de la colombiana Teresita de Jesús Chamorro, cuenta que sus progenitores se instalaron en Caracas, tras conocerse en Cartagena, “Soy hijo único, pero mi papá tiene otro descendiente en Nueva York, donde vive desde hace largos años”. Cree en su patria Venezuela y en sus artistas y, en ese sentido, su trabajo continuará centrando en las nuevas generaciones. No sabe hacer otra cosa que el teatro y advierte que está emergiendo una nueva generación.“Siento algo que está naciendo dentro del teatro joven, estamos viendo unas buenas actuaciones. Hay un hervidero de gente con esperanzas. Espero dejar gente que me releve y que Séptimo Piso vaya más allá de un director, productor o artista. Eso sí, cuando no tengamos nada que decir, prefiero que se acabe, siempre debemos conectar con alguien".
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