Desde que fue inventado sirve para todo, pero en las últimas décadas del siglo XX ha agudizado su oficio como difusor de prédicas médicas y también para ayudar a vivir o a bien morir. Así fue durante parte de los años 80 y 90, cuando había que darle un alto al Sida. Y ahora, más reciente, por virtud de una víctima que se salvó de morir, se le está utilizando como arma contra el cáncer del seno.
Estamos, pues hablando del teatro, el cual desde sus orígenes ha sido un útil medio de comunicación para los pueblos que lo disfrutan. Los artistas lo producen y los espectadores lo contemplan desde tiempos inmemoriales, siempre para divertirse o entretenerse, lo cual conlleva siempre una carga ideológica, porque nunca ha existido un mensaje desprovisto de intenciones. Negarle al teatro la huella ideológica es desconocer los valores de las palabras y las imágenes que estas crean. Como estas premisas tan elementales no han sido eliminadas, a pesar de la presencia competitiva de otros medios informativos, hay gente como Belén Santaella que ha escrito una sorprendente obra teatral sobre el cáncer de seno, terrible enfermedad que diezma a las mujeres, la cual también afecta con menos intensidad a los hombres.
Pechos de seda, que es el monólogo escrito por Belén Santaella y estrenado en París hacia 2005, exhibe la tragicómica situación de Tete, cuarentona, divorciada y madre de dos niños, que tiene un pretendiente con buenas intenciones. Ella lo ama, pero no se atreve a contarle que hace ocho años le fue extirpado el seno izquierdo para detener el avance de un cáncer. Pero ha llegado una noche donde todo se tendrá que revelar, Tete se entera que su novio lo sabe todo, que ya le informaron lo que ella había padecido y que ahora sí la relación podrá fluir hacia una estación de verdadero amor conyugal.
Así de manera sencilla, pero no desprovista de dramatismo y un tanto de comicidad, Tete logra contar todo lo vivido y sufrido, y además todo lo que ella piensa hacer para seguir viviendo, porque ha logrado, con la ayuda médica, detener el proceso de la enfermedad, y poder continuar su viaje existencial sin mayores sobresaltos.
Desde que se estrenó, Pechos de seda ha sido mostrada por la primera actriz Virginia Urdaneta; primero dirigida por Armando Gota y ahora está en manos de Ibrahim Guerra, como se puede apreciar en la Sala Horacio Peterson, donde este veterano director logra una atmósfera fresca, transparente y altamente estimulante o terapéutica.
Sin lugar a dudas, es una hermosa obra con intenciones didácticas, donde Tete tiene reflexiones muy equilibradas sobre la vida y la muerte y cómo emprender esos caminos. Además, por virtud de la actriz y el director, Tete es un ser que irradia simpatía y que invita a ser acompañada en su dramática lucha y en ese encuentro que esa noche tendrá con su novio para el segundo debut.
Estamos, pues hablando del teatro, el cual desde sus orígenes ha sido un útil medio de comunicación para los pueblos que lo disfrutan. Los artistas lo producen y los espectadores lo contemplan desde tiempos inmemoriales, siempre para divertirse o entretenerse, lo cual conlleva siempre una carga ideológica, porque nunca ha existido un mensaje desprovisto de intenciones. Negarle al teatro la huella ideológica es desconocer los valores de las palabras y las imágenes que estas crean. Como estas premisas tan elementales no han sido eliminadas, a pesar de la presencia competitiva de otros medios informativos, hay gente como Belén Santaella que ha escrito una sorprendente obra teatral sobre el cáncer de seno, terrible enfermedad que diezma a las mujeres, la cual también afecta con menos intensidad a los hombres.
Pechos de seda, que es el monólogo escrito por Belén Santaella y estrenado en París hacia 2005, exhibe la tragicómica situación de Tete, cuarentona, divorciada y madre de dos niños, que tiene un pretendiente con buenas intenciones. Ella lo ama, pero no se atreve a contarle que hace ocho años le fue extirpado el seno izquierdo para detener el avance de un cáncer. Pero ha llegado una noche donde todo se tendrá que revelar, Tete se entera que su novio lo sabe todo, que ya le informaron lo que ella había padecido y que ahora sí la relación podrá fluir hacia una estación de verdadero amor conyugal.
Así de manera sencilla, pero no desprovista de dramatismo y un tanto de comicidad, Tete logra contar todo lo vivido y sufrido, y además todo lo que ella piensa hacer para seguir viviendo, porque ha logrado, con la ayuda médica, detener el proceso de la enfermedad, y poder continuar su viaje existencial sin mayores sobresaltos.
Desde que se estrenó, Pechos de seda ha sido mostrada por la primera actriz Virginia Urdaneta; primero dirigida por Armando Gota y ahora está en manos de Ibrahim Guerra, como se puede apreciar en la Sala Horacio Peterson, donde este veterano director logra una atmósfera fresca, transparente y altamente estimulante o terapéutica.
Sin lugar a dudas, es una hermosa obra con intenciones didácticas, donde Tete tiene reflexiones muy equilibradas sobre la vida y la muerte y cómo emprender esos caminos. Además, por virtud de la actriz y el director, Tete es un ser que irradia simpatía y que invita a ser acompañada en su dramática lucha y en ese encuentro que esa noche tendrá con su novio para el segundo debut.
Ahora Belén Santaella debe escribir el segundo acto, porque Tete seguirá viviendo, criando sus hijos y ganándole la batalla al cáncer. Aquí, una vez más, el fin justifica los medios,en este caso el arte batalla por la vida.¡Felicitaciones a ese empeño de Belén, Virginia e Ibrahim, un artista que nunca se retira, que siempre está en guerra contra la muerte.
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