Un hombre desnudo en una bañera será asesinado a puñaladas todas las noches, para detener así la sangrienta revolución que lideriza e imponer con las bayonetas al régimen de un pequeño militar empeñado en ser emperador de Europa. Eso se podrá ver, hasta el 14 de diciembre, gratis en Rajatabla.Se trata del espectáculo Persecución y asesinato de Jean Paul Marat, tal y como fue representada en el sanatorio de Charenton por el marqués de Sade, de Peter Weiss, que hace temporada gracias al profesional y creativo trabajo del versionista y director Ibrahim Guerra y la endemoniada entrega de un selecto grupo de capacitados comediantes empeñados en graduarse como licenciados en Teatro de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Uneartes).
VERSIÓN SIGLO XXI
Este nuevo Marat-Sade –titulo periodístico e inteligible- es una creación literaria basada en la traducción al inglés del original alemán (1963), en la adaptación y el guión cinematográfico (1965) de Peter Brook y, además, en la traducción al español de Alfonso Sastre. “La diferencia de mi versión es que está en prosa, a diferencia de los textos utilizados, escritos en verso. Eso me permitió tratar los planteamientos políticos sin artificios poéticos y métricos, más allá de lo que la prosa abierta me permitía para procesar de manera cruda y directa los diferentes criterios conceptuales que componen la pieza”, puntualiza Guerra.
Marat-Sade no es otra cosa que una aparatosa metáfora de Peter Weiss (Berlín, 8 de noviembre de 1916/Estocolmo, 10 de mayo de 1982), para cuestionar revoluciones y regimenes democráticos y totalitarios surgidos de sangrientos procesos de cambios sociales y económicos, los cuales culminan por arrinconar o restringir las libertades individuales especialmente de todos los que no detentan el poder Él, que sufrió persecución de nazis y comunistas, terminó debatiéndose entre un anarquismo recalcitrante y un existencialismo extremo, al reconocer que las sociedades modernas sí habían inventado las revoluciones para derrotar al oscurantismo, pero no sabían después que hacer con ellas, se desgastaban y terminaban por autoconsumirse, para dar puerta franca a otros sistemas tan autoritarios y sangrientos como los derrocados. Y lo decía por todo lo que había ocurrido en los primeros 80 años del siglo XX, cuando ya la Cortina de Hierro empezaba su derrumbe.
Weiss utiliza segmentos de las historias de Jean Paul Marat, la revolución francesa, además de la rocambolesca y tragicómica saga del Marqués de Sade, para hacer teatro dentro del teatro. Inventa una representación sobre el asesinato de “el amigo del pueblo” a manos de una fanática mujer y la exhibe utilizando a los pacientes del asilo para locos o dementes de Charenton, donde precisamente Sade hacia de la suyas para no desaparecer como intelectual y entretener a la nueva burguesía que había creado el emperador Napoleón. Todo eso ambientado durante el 13 de julio de 1808.
Weiss reiteró las innegables contradicciones del neocapitalismo, donde conviven, y se muestran a diario los dientes, la violencia establecida y la violencia revolucionaria; donde el individuo lucha para que no lo devore un colectivismo impuesto a la fuerza; donde el arte es mercancía y sólo queda hacer otra revolución pero con compromisos, con libertad de mercados y tantos otros lemas que apestan por su vetustez. Es, pues, un pieza de total vigencia en esta vigésima primera centuria.
Tanto la versión literaria como el montaje, ambas creaciones del director Guerra, dejan dos preguntas para que las responda el público: ¿Fue Marat un dictador o un dirigente que solo buscaba el bienestar social a través de la igualdad de todos los ciudadanos? Y ¿por qué fueron los que lo acompañaron en el proceso revolucionario, que liquidó a todos los viejos esquemas de gobierno e instauró un nuevo orden social, quienes procuraron su muerte?
ESPECTÁCULO
El director Guerra utilizó todo el espacio teatral de la Sala Rajatabla para involucrar la acción escénica y el público, colocado de manera bifrontal para el espectáculo. La planta de movimientos, perfecta en su sincronía, era de norte a sur o de oriente a occidente, o circular, para crear así una sórdida atmósfera orgiástica que golpeaba los sentidos de la audiencia, la cual miraba el impactante “juego de tenis” entre el delirante Marat en su bañera o la monstruosa guillotina entregada a su “labor depurativa” , al tiempo que los directivos del asilo y el “divino” Sade disfrutaban, coordinaban o censuraban el rumboso ritual de los locos, que en este caso era uno diestro conjunto de actores venezolanos empeñados en culminar su Profeser de Uneartes-Teatro.
Ese depurado grupo de actuación lo componen: Robert Alberto Álvarez Castro, Yurahy Castro Cáceres, Dora Farias Zamora, Demis Gutiérrez, Rossana Hernández, Rolando Jiménez, Israel Moreno, Fabiola Pinto, María Elena Prieto, Jean Carlos Rodríguez, Ulrike Sánchez, Alonso Santana, Roselyn Sosa y Daniel Suárez. El equipo de producción reúne a Carlos del Castillo, Carmelo Castro, Ruffino Dorta, Inna López, Maigualida Gamero, Frank Silva, Durwin Vicentelli. Pero es imposible dejar de resaltar la entrega de Israel como Sade y de Rolando en su infernal personaje de Marat. Sin ellos no hay obra.
Este montaje de Guerra evoca a los mejores que hiciera Carlos Giménez en la Sala Rajatabla, gracias a la ruptura de su puesta en escena, al desenfado de sus actores y la vigencia de su predica filosófica. Todo eso muy bien servido por este espectáculo, que marca época.
VERSIÓN SIGLO XXI
Este nuevo Marat-Sade –titulo periodístico e inteligible- es una creación literaria basada en la traducción al inglés del original alemán (1963), en la adaptación y el guión cinematográfico (1965) de Peter Brook y, además, en la traducción al español de Alfonso Sastre. “La diferencia de mi versión es que está en prosa, a diferencia de los textos utilizados, escritos en verso. Eso me permitió tratar los planteamientos políticos sin artificios poéticos y métricos, más allá de lo que la prosa abierta me permitía para procesar de manera cruda y directa los diferentes criterios conceptuales que componen la pieza”, puntualiza Guerra.
Marat-Sade no es otra cosa que una aparatosa metáfora de Peter Weiss (Berlín, 8 de noviembre de 1916/Estocolmo, 10 de mayo de 1982), para cuestionar revoluciones y regimenes democráticos y totalitarios surgidos de sangrientos procesos de cambios sociales y económicos, los cuales culminan por arrinconar o restringir las libertades individuales especialmente de todos los que no detentan el poder Él, que sufrió persecución de nazis y comunistas, terminó debatiéndose entre un anarquismo recalcitrante y un existencialismo extremo, al reconocer que las sociedades modernas sí habían inventado las revoluciones para derrotar al oscurantismo, pero no sabían después que hacer con ellas, se desgastaban y terminaban por autoconsumirse, para dar puerta franca a otros sistemas tan autoritarios y sangrientos como los derrocados. Y lo decía por todo lo que había ocurrido en los primeros 80 años del siglo XX, cuando ya la Cortina de Hierro empezaba su derrumbe.
Weiss utiliza segmentos de las historias de Jean Paul Marat, la revolución francesa, además de la rocambolesca y tragicómica saga del Marqués de Sade, para hacer teatro dentro del teatro. Inventa una representación sobre el asesinato de “el amigo del pueblo” a manos de una fanática mujer y la exhibe utilizando a los pacientes del asilo para locos o dementes de Charenton, donde precisamente Sade hacia de la suyas para no desaparecer como intelectual y entretener a la nueva burguesía que había creado el emperador Napoleón. Todo eso ambientado durante el 13 de julio de 1808.
Weiss reiteró las innegables contradicciones del neocapitalismo, donde conviven, y se muestran a diario los dientes, la violencia establecida y la violencia revolucionaria; donde el individuo lucha para que no lo devore un colectivismo impuesto a la fuerza; donde el arte es mercancía y sólo queda hacer otra revolución pero con compromisos, con libertad de mercados y tantos otros lemas que apestan por su vetustez. Es, pues, un pieza de total vigencia en esta vigésima primera centuria.
Tanto la versión literaria como el montaje, ambas creaciones del director Guerra, dejan dos preguntas para que las responda el público: ¿Fue Marat un dictador o un dirigente que solo buscaba el bienestar social a través de la igualdad de todos los ciudadanos? Y ¿por qué fueron los que lo acompañaron en el proceso revolucionario, que liquidó a todos los viejos esquemas de gobierno e instauró un nuevo orden social, quienes procuraron su muerte?
ESPECTÁCULO
El director Guerra utilizó todo el espacio teatral de la Sala Rajatabla para involucrar la acción escénica y el público, colocado de manera bifrontal para el espectáculo. La planta de movimientos, perfecta en su sincronía, era de norte a sur o de oriente a occidente, o circular, para crear así una sórdida atmósfera orgiástica que golpeaba los sentidos de la audiencia, la cual miraba el impactante “juego de tenis” entre el delirante Marat en su bañera o la monstruosa guillotina entregada a su “labor depurativa” , al tiempo que los directivos del asilo y el “divino” Sade disfrutaban, coordinaban o censuraban el rumboso ritual de los locos, que en este caso era uno diestro conjunto de actores venezolanos empeñados en culminar su Profeser de Uneartes-Teatro.
Ese depurado grupo de actuación lo componen: Robert Alberto Álvarez Castro, Yurahy Castro Cáceres, Dora Farias Zamora, Demis Gutiérrez, Rossana Hernández, Rolando Jiménez, Israel Moreno, Fabiola Pinto, María Elena Prieto, Jean Carlos Rodríguez, Ulrike Sánchez, Alonso Santana, Roselyn Sosa y Daniel Suárez. El equipo de producción reúne a Carlos del Castillo, Carmelo Castro, Ruffino Dorta, Inna López, Maigualida Gamero, Frank Silva, Durwin Vicentelli. Pero es imposible dejar de resaltar la entrega de Israel como Sade y de Rolando en su infernal personaje de Marat. Sin ellos no hay obra.
Este montaje de Guerra evoca a los mejores que hiciera Carlos Giménez en la Sala Rajatabla, gracias a la ruptura de su puesta en escena, al desenfado de sus actores y la vigencia de su predica filosófica. Todo eso muy bien servido por este espectáculo, que marca época.
Y por respeto a la historiografdia teatral criolla hay que recordar que hace 40 años esa pieza se montó en el viejo Ateneo de Caracas.La dirigió Horacio Peterson y en ella actuaron, entre otros, Fernando Gómez, Esteban Herrera, Miranda Savio, Manuel Poblete, Ligia Tapias y Héctor Myerston.¡Dos épocas, dos paises, pero un único teatro!
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