martes, noviembre 25, 2008

¿Reìr o llorar con el teatro de discapacitados?

Federico García Lorca enseña que el teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los seres humanos pueden poner en evidencia morales viejas o equivocadas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y el sentimiento de la humanidad. Y nosotros insistimos en que reír o llorar son bálsamos para la gente sensible que acude a los teatros. Y algo de eso pasa con los espectadores que presencien los 60 minutos del hermoso espectáculo San Marcos de Venecia, modesto, por su sencillez conceptual, y ejemplar teatro sobre dos discapacitados, que hace temporada en la Sala Horacio Peterson, producido por Eliseo Pereira para el Teatro Arena y con la extraordinaria performance de William Cuao y Juan Carlos Alfonzo.
No es frecuente degustar una creación teatral centrada en personajes con discapacidades físicas, psíquicas o/y sensoriales. Pocos escritores dramatizan situaciones con pacientes de síndrome de Down o limitaciones a su inteligencia o condiciones físicas. Hay un respeto, en el ámbito cultural, hacia esos seres que no son como la mayoría y carecen de “ese algo” que sólo está al alcance de Dios o la naturaleza.
Pero apareció Julio Cesar Alfonzo con su San Marcos de Venecia (2005) para plasmar la historia de Benedicto y Carlos María, tonticos o mongólicos del pueblo La Pastora de Tarure, y aludir a la discriminación en que viven y el trágico desenlace de una hermosa amistad. Fue escrita para reivindicar a los seres humanos con discapacidades intelectuales frente a los ojos de los “normales”.
Dice Alfonzo que uno de los objetivos dramáticos más resaltantes que se propuso mostrar es el profundo sentido humanitario que los mueve. Después quise mostrar la bota de la intolerancia pisoteando la flor de la bondad. Y con esta pieza teatral espero, con humildad, sensibilizar al espectador sobre este tema. Tal vez muchos piensen que San Marcos de Venecia trata sobre la amistad, -y también es así-, pero, primero, denuncio la intolerancia”. Y damos fé que lo que dice se ve o se detecta en la escena y conmueve al más duro de los espectadores o aquellos que viven con la cabeza entre el cemento.
Y si escribir o reflexionar sobre el día a día de discapacitados genera más de un nudo en la garganta o una catarata en los lacrimales, hacerlos carne y hueso en un escenario es también sumamente complejo, porque exige de los comediantes un exhaustivo trabajo interior con soporte en memorias visuales y emociones, hasta crear a Benedicto y Carlos Maria, quienes aman a Dios y practican su fe públicamente, están cercanos a la adolescencia y con serios problemas en el lenguaje, la locomoción y con gestos que denotan problemas cerebrales, pero con corazón y sentimientos como pocos, al tiempo que se conmueven por las dolencias de los otros, quienes precisamente no son como ellos.
El montaje se desarrolla sobre un rectángulo de sombras y luces, repleto de hojas secas y un modesto banco. Es la plaza que un desconocido denominó "San Marcos de Venecia", pero ahí un ser de carne y hueso llora su soledad, aunque en ocasiones lo acompaña el fantasma de su amigo, que se sacrifica para defenderlo.Creemos que este espectáculo requiere de un mayor trabajo con la iluminación, especialmente porque deben apuntalarse o cuidarse más las escenas oníricas, cuando el fantasma de Benedicto acompaña a Carlos María. Pero eso depende las condiciones técnicas de la sala donde lo exhiban.
¿Hay qué reír por la ingenuidad de los personajes o llorar ante la cruda realidad que la escena reproduce a una escala artística?¡Es un dilema más en esta Venezuela del siglo XXI!

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