Culmina la Primera Muestra de Dramaturgia Nacional “Homenaje a Gilberto Pinto”, integrada por las puestas en escena de las piezas Los dioses del sur de Vicente Lira, Contacto de Carmen García Vilar, La jaula big shop de Héctor Castro y José Amindra de Roberto Azuaje. El gesto de organizar un concurso y seleccionar, además de producir y representar cuatro obras, es un acto de características patrióticas -con todo el significado del término- gracias al grupo Rajatabla, ya que ha favorecido a escritores de la tan desasistida literatura dramática vernácula. Valioso esfuerzo para hacer conocer el verdadero estado de ese vital sector de las artes escénicas. Ojalá que la institución pueda organizar más eventos como este, sin miedo a los resultados, porque el país sí necesita ver y ponderar a sus poetas escénicos. ¡El teatro criollo debe estar permanentemente en escena y si está bien realizado, pues, será doblemente bueno!
Actualmente hace temporada, en la sala Rajatabla, el espectáculo José Amindra, creado por Dairo Piñeres a partir del texto de Roberto Azuaje (Caracas, 6 de octubre de 1965) y producido por Francisco Alfaro, quien también actúa al lado de Germán Mendieta, Pedro Pineda, Gerardo Luongo, Dora Farias, Rufino Dorta y el joven Jean Franco de Marchi, además de nueve estudiantes del Taller Nacional de Teatro.
Azuaje ha escrito su drama José Amindra, que se desarrolla, a lo largo de 90 minutos, sobre los dos últimos años de la vida de Francisco de Miranda. Escogió el aleccionador y siniestro lapso que vivió el Precursor de la Independencia Americana (Caracas, 28 de marzo de 1750/Cádiz, 14 de julio de 1816) en la prisión de Las Cuatro Torres, del arsenal de La Carraca. Ahí pasa revista a su rocambolesca vida, mientras redacta cartas y sueña, infructuosamente, como escapar para reanudar su magna tarea libertaria. ¡Indomable venezolano!
Escribió sobre Miranda -José Amindra le dio un premio de dramaturgia de Fundarte en el 2004- porque lo considera un ser carismático, noble, humano, sibarita, real y por la vigencia de su filosofía política para este siglo XXI, en especial su pasión por la unidad de las naciones americanas y su prédica sobre la necesaria independencia económica. “No es que el pensamiento mirandino sea superior como tal, sino que es la base de todos los movimientos libertarios en América Latina”, afirma el autor, que además es abogado.
En el ámbito de su prolija investigación para la dramaturguia de tan importante argumento, Azuaje respeta los textos históricos, particularmente las misivas de José Amindra (uno de los seudónimos del ilustre caraqueño) y hace un complejo hilado de situaciones, algunas ficcionadas y otras calcadas de relatos conocidos, hasta que la muerte se lleva al héroe hacia una fosa común. El dramaturgo lo despide con su versión del cuadro que Arturo Michelena recreó sobre Miranda reposando en La Carraca, pero antes –otro detalle del dramaturgo- degusta una hallaca, que le elabora la enamoradiza dueña de una taberna.
El director Piñeres (otro caraqueño, de 33 años) optó por una puesta en escena de características “historicistas”, apuntalada en el trabajo del escenógrafo Héctor Becerra, quien reconstruye las celdas donde recluyeron a Miranda, y en el vestuario correctamente reciclado. Y para animar más la propuesta dramatúrgica, pues creó al sobrio personaje del Miranda joven (Jean Franco de Marchi), especie de fantasma blanco que sigue al protagonista durante toda la jornada. Hay una creciente atmósfera de tensión, con algunos toques de humor, y una correcta guía para que fluyan parejas las actuaciones, donde destaca, como tenía que ser, Francisco Alfaro en el rol de Miranda.
Creemos que con un montaje más contemporáneo, especialmente con el vestuario y la parafernalia de la soldadesca, el espectáculo habría alcanzado mayores niveles de trasgresión, teniendo en cuenta la obvia vigencia política del texto. Pero lo mostrado resultó válido y bueno. ¡Eso es lo que hay!
Otras sagas
Una rápida reflexión sobre esa larga despedida del Miranda prisionero por los españoles, nos hizo buscar similitudes con las sagas de otros luchadores latinoamericanos, quienes también terminaron trágicamente, como son los casos, no bien aclarados, del colombiano Jorge Eliécer Gaitán, el argentino Ernesto “Che” Guevara, la inmolación o ejecución del chileno Salvador Allende y el accidente del panameño Omar Torrijos. Hay una especie de maldición o sino trágico que siempre ha perseguido a los próceres de este continente, versiones humanas de los mitos griegos de Prometo y Sisifo, como es el caso de José Amindra. Es posible que el destino les haya reservado, por ahora, esas luces en la oscuridad, esos tristes epílogos, en razón de los intereses que tocaron y también porque nuestros pueblos aún no han superado su ignorancia ancestral, que no es una fábula.
Actualmente hace temporada, en la sala Rajatabla, el espectáculo José Amindra, creado por Dairo Piñeres a partir del texto de Roberto Azuaje (Caracas, 6 de octubre de 1965) y producido por Francisco Alfaro, quien también actúa al lado de Germán Mendieta, Pedro Pineda, Gerardo Luongo, Dora Farias, Rufino Dorta y el joven Jean Franco de Marchi, además de nueve estudiantes del Taller Nacional de Teatro.
Azuaje ha escrito su drama José Amindra, que se desarrolla, a lo largo de 90 minutos, sobre los dos últimos años de la vida de Francisco de Miranda. Escogió el aleccionador y siniestro lapso que vivió el Precursor de la Independencia Americana (Caracas, 28 de marzo de 1750/Cádiz, 14 de julio de 1816) en la prisión de Las Cuatro Torres, del arsenal de La Carraca. Ahí pasa revista a su rocambolesca vida, mientras redacta cartas y sueña, infructuosamente, como escapar para reanudar su magna tarea libertaria. ¡Indomable venezolano!
Escribió sobre Miranda -José Amindra le dio un premio de dramaturgia de Fundarte en el 2004- porque lo considera un ser carismático, noble, humano, sibarita, real y por la vigencia de su filosofía política para este siglo XXI, en especial su pasión por la unidad de las naciones americanas y su prédica sobre la necesaria independencia económica. “No es que el pensamiento mirandino sea superior como tal, sino que es la base de todos los movimientos libertarios en América Latina”, afirma el autor, que además es abogado.
En el ámbito de su prolija investigación para la dramaturguia de tan importante argumento, Azuaje respeta los textos históricos, particularmente las misivas de José Amindra (uno de los seudónimos del ilustre caraqueño) y hace un complejo hilado de situaciones, algunas ficcionadas y otras calcadas de relatos conocidos, hasta que la muerte se lleva al héroe hacia una fosa común. El dramaturgo lo despide con su versión del cuadro que Arturo Michelena recreó sobre Miranda reposando en La Carraca, pero antes –otro detalle del dramaturgo- degusta una hallaca, que le elabora la enamoradiza dueña de una taberna.
El director Piñeres (otro caraqueño, de 33 años) optó por una puesta en escena de características “historicistas”, apuntalada en el trabajo del escenógrafo Héctor Becerra, quien reconstruye las celdas donde recluyeron a Miranda, y en el vestuario correctamente reciclado. Y para animar más la propuesta dramatúrgica, pues creó al sobrio personaje del Miranda joven (Jean Franco de Marchi), especie de fantasma blanco que sigue al protagonista durante toda la jornada. Hay una creciente atmósfera de tensión, con algunos toques de humor, y una correcta guía para que fluyan parejas las actuaciones, donde destaca, como tenía que ser, Francisco Alfaro en el rol de Miranda.
Creemos que con un montaje más contemporáneo, especialmente con el vestuario y la parafernalia de la soldadesca, el espectáculo habría alcanzado mayores niveles de trasgresión, teniendo en cuenta la obvia vigencia política del texto. Pero lo mostrado resultó válido y bueno. ¡Eso es lo que hay!
Otras sagas
Una rápida reflexión sobre esa larga despedida del Miranda prisionero por los españoles, nos hizo buscar similitudes con las sagas de otros luchadores latinoamericanos, quienes también terminaron trágicamente, como son los casos, no bien aclarados, del colombiano Jorge Eliécer Gaitán, el argentino Ernesto “Che” Guevara, la inmolación o ejecución del chileno Salvador Allende y el accidente del panameño Omar Torrijos. Hay una especie de maldición o sino trágico que siempre ha perseguido a los próceres de este continente, versiones humanas de los mitos griegos de Prometo y Sisifo, como es el caso de José Amindra. Es posible que el destino les haya reservado, por ahora, esas luces en la oscuridad, esos tristes epílogos, en razón de los intereses que tocaron y también porque nuestros pueblos aún no han superado su ignorancia ancestral, que no es una fábula.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario