sábado, julio 04, 2009

Encrucijada Rajatabla

Peligra el futuro de la Fundación Rajatabla. Al salir el Ateneo de Caracas de la sede que le construyeron los regimenes presidenciales de Caldera, Pérez y Herrera, por cesación del comodato de 20 años, y serle reasignada a Uneartes, se descubrió que también pertenece al Estado aquel galpón de ladrillos rojos donde, desde 1972, Carlos Giménez desarrolló su estética y sus proyectos teatrales, hasta morir el 28 de marzo de 1993, y el cual ahora quedó bajo la responsabilidad del ente universitario.
En consecuencia, Rajatabla tuvo que cerrar la cantina popular que tenía en su patio trasero, con la cual financiaba el 70% por ciento de su presupuesto, vendiendo pastelitos con queso y cervezas, y además atendiendo a un público que no le era esquivo. Ahora, su presidente Francisco Alfaro tendrá que buscar, con lo único que saben hacer –actuar- cómo cubrir ese agudo déficit que compromete la sobrevivencia del grupo, con una nómina de 20 artistas y empleados, además de los gastos básicos para el mantenimiento de la construcción. ¡Sin bolívares y sin escenarios no hay actores ni espectáculos posibles!
Nostalgia
Y como Rajatabla nació bajo el alero del Ateneo que comandaba María Teresa Castillo de Otero, aquel 28 de febrero de 1971 con el evento musicoteatral Tu país está feliz, nada mejor para despedirlo de la plaza Morelos que con una teatralización de la novela Cuando quiero llorar no lloro de Miguel Otero Silva (1908/1985), utilizando actores veteranos y menos nuevos y además alumnos del Taller Nacional de Teatro algunos con detectables talentos, Y fue con MOS el nostálgico adiós porque el director Giménez sí hizo auténticos espectáculos con sus novelas Fiebre (1972), Casas muertas (1987) y Oficina No. 1 (1992), además de la adaptación que el mismo escritor pergeñó de La venganza de Don Mendo de Pedro Muñoz Seca para dos exitosas temporadas.
Cuando quiero llorar no lloro, la novela, transcurre en Venezuela, entre el 8 de noviembre de 1948 y el mismo día en 1966, fecha del nacimiento y muerte de los tres protagonistas: Victorino Pérez, Victorino Perdomo y Victorino Peralta. Uno es el muchacho pobre, el marginal del cerro, condenado por las condiciones sociales a ser un delincuente. El otro pertenece a la clase media, estudiante de sociología que se incorpora a la lucha armada de la época, aupado por la persecución política contra su padre, un clásico marxista. El tercero es el heredero de una rica familia, que entre sus privilegios de clase se encuentra el haberse acostumbrado a hacer lo que le da la gana, y debido a ello se convierte en un patotero y en refinado practicante de la violencia gratuita. Al primero lo matan los policías, al segundo los agentes de la seguridad política del Estado y el tercero perece durante un accidente por exceso de velocidad o fallas mecánicas de su lujoso vehiculo. A través de estos tres personajes, MOS, retrata una época, una sociedad, y a un país, que 42 años después no es igual… pero tienes varias coincidencias en este complejo siglo XXI.
Lamentablemente, las buenas intenciones del grupo Rajatabla para hacer un homenaje a las personas y a los tiempos que se fueron, no se pudieron degustar por la torpe adaptación y la maltrecha puesta en escena a cargo de Domínguez. Desechó la optima versión que le dio gratuitamente Vicente Lira y optó por un guión con prólogo y epílogo carentes de teatralidad, además de varias escenas lineales y literarias, y unos “chorizos” con brujas que permitían que en la puerta de su casa se masticara el poema Canción de otoño en primavera de Rubén Darío (de donde MOS saco el titulo para su narración) y los feos excesos con dos mariquitas que desvirtuaron la esencia ideológica de la pieza literaria y que fueron un regalo del director. Un texto teatral no puede tener redundancias y menos cuando intenta recrear etapas de la historia venezolana, especialmente los años 6o, cuando la izquierda criolla jugó a la revolución armada. El montaje deslució con innecesarias plataformas gigantes que lastraron el ritmo. Todo un batiburrillo de desaciertos, saturado con guiños a la gringa comedia musical West Side History, que conspiraron contra la frescura del espectáculo.
No obstante, tal desatino se soportó, durante casi tres horas, porque había más de 60 personas en escena. Ahí destacaron, por sus propios esfuerzos, Gabriel Agüero, Elvis Chaveinte y Abilio Torres (el mejor de todos) como los Victorinos, acompañados de Francisco Alfaro, Pedro Pineda, Gerardo Luongo, Rolando Giménez, Dora Farías, Rufino Dorta, Yurahy Castro, Simona Chirinos, Soraya Orta, Rossana Hernández, Demis Gutiérrez, Adriana Bustamante, Tatiana Mabo, Jean Carlos Rodríguez, Verlú Briceño, Johnny Torres y Mariana Calderón, entre otros.
Por ahora, Rajatabla debe reorganizarse mejor, no solo en lo gerencial, si no también en lo estético, tarea nada fácil, ya que llevan 16 años sin la guía y el talento creativo de su fundador Carlos Giménez. !Está, pues, en una comprometida encrucijada!

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