José Ignacio Cabrujas Lofiego (Caracas,17.07.1937/Porlamar (21.10.1995) nos duele a todos. Hasta sus enemigos lamentan su temprana desaparición porque era punto obligado de referencia y con quien se podía discutir. Como periodistas le sacamos hasta el último sumo y como teatreros también, tanto que una de sus columnas periodísticas tuvo un reconocimiento o un detalle hacia nosotros o hacia nuestro trabajo de reseñadores del acontecer escénico, al cual él respetaba. Ahí esta su obra teatral en proceso de ser editada toda, gracias al quijotesco accionar del critico y polemista Leonardo Azpárren Jiménez.
Cabrujas también se destacó en la redacción de guiones para numerosas telenovelas y hasta se transformó en un autentico renovador de ese género audiovisual tan importante. Y gracias al periodista Nelson Hippolytte Ortega, quien lo entrevistó extensamente para una tesis doctoral, durante los años 90 del siglo XX, hemos leído un primoroso texto donde el ilustre artista venezolano habla de ese genero audiovisual tan vital para estos tiempos.
La entrevista completa de Ortega está en la pagina Web Prodavinci.com, pero antes fue publicada en la Revista Iberoamericana 174, enero-marzo 1996, y aquí, para refrescar su memoria, hemos logrado una especial edición de ese valioso trabajo, el cual difundimos para quienes no lo conocieron evalúen sus criterios.
-¿Para qué sirven las telenovelas?
-¿Para qué sirve una ficción? Para que las personas adquieran un sentido superior de su vida, para que la gente se sienta mejor, representada dignamente… Ahora, fines prácticos, ninguno. ¡Claro! la telenovela puede tener fines prácticos secundarios y es bueno usarlos, la lógica lo dice en Latinoamérica, un continente atormentado por problemas donde habría que decir algo, entonces, sí como no, sirvió –como pasó en España con Cristal de la señora Fiallo– para que se redujera el porcentaje de cáncer mamario, un dato absolutamente concreto: la señora Fiallo logró reducir el cáncer mamario en un 20 por ciento, introduciendo esa trama en su novela.
-Pero ése es un espejismo que me parece desvirtuante de la propia telenovela. Hace poco UNICEF me invitó para plantearme los problemas de niños latinoamericanos y de cómo se podía hacer para insertarlos dentro de una telenovela. Yo descubrí allí una ingenuidad: ¿es que ellos creen que una telenovela puede hacer el milagro de que los niños latinoamericanos marchen bien o de que por lo menos se reduzcan sus problemas? Eso es una tontería. Una telenovela sirve para lo que puede servir cualquier obra de carácter literario: para provocar la imagen que tiene el ser humano de sí mismo; una sociedad de sí misma.
-La telenovela padece de cierto anacronismo ¿De dónde salió que tenía que girar en torno de la muchacha de campo, el ascenso social, el villano…?
-Ése es un tema latinoamericano de finales del siglo XIX. Si analizas por un momento toda la tradición del teatro popular latinoamericano, autores como Florencio Sánchez en el Río de la Plata, autores como Rafael Guinand en Venezuela, te darás cuenta de que el tema era casi siempre el hombre o la muchacha ingenua o el campesino engañado por el hombre de la ciudad; ése es un tema muy querido por el universo latinoamericano. Hay quien piensa que podría venir del Barroco, pero en todo caso si vuelves a pasearte por la novelística de Rómulo Gallegos, muy disfrazada de mensaje social y de etcétera, vas a encontrar al hombre civilizador y a la muchachita pobre, como en Doña Bárbara, y también vas a encontrarlo en María de Jorge Isaac, en Peonía…. Son temas latinoamericanos, incluso si nos pusiéramos a meditar un poco sobre el por qué son tan queridos, llegaríamos a la conclusión de que se parecen a la sociedad latinoamericana. La desconfianza del hombre culto, la desconfianza del poderoso, un pueblo oprimido, arrinconado, que ve en el poder, en el dinero, ve en la cultura, incluso, una amenaza.
-Y el amor siempre es el tema central del género.
-El hombre tiene unas características muy raras como lector a través de toda la cultura humana de Occidente: las únicas historias populares de la gran literatura son historias de amor; en realidad, no se ha escrito nada que le haya importado a la gente, me refiero a la gran literatura, que no sea una historia de amor. La guerra y la paz es un ejemplo. En una cátedra universitaria podrás decir que allí hay una reflexión sobre el pensamiento liberal y sobre el nuevo hombre post-revolucionario, entre muchas cosas… Pero, ¿qué hace a esa novela sobrecogedora? ¿Por qué el lector no puede abandonar su lectura? Por aquello de que… él la quiere a ella, y ella se casa con otro. Ése es el problema. Sobre esa autopista, Tolstoy inserta genialmente un universo filosófico y conceptual enorme, profundo, que sería una pena que el lector no lo tomara en cuenta. Cuando la BBC de Londres comenzó la transmisión de La guerra y la paz, en Yugoslavia, yo la veía mordiéndome las uñas y maravillado. Lo que estaba viendo era una historia de amor, y sólo esperaba que él la volviera a encontrar a ella. Para los hombres todo lo que es largo tiene que ser amor. La Ilíada es de amor y la Odisea mucho más. Esos “chorizos” que los hombres han creado –obras monumentales– son, en realidad, historias de amor. Parece mentira, pero no hay otra cosa que obligue a una persona a ver una cosa todos los días, y durante diez meses y doscientas horas de su vida.
-En alguna oportunidad acusaste a las telenovelas de pacatas porque no se podían trastocar los valores sociales, y, por otra parte, había realidades que no se mostraban. ¿Sigues de acuerdo con ese planteamiento?
-No, creo que no. No me reconozco a mí mismo diciendo eso. Si la única obligación que tiene un arte cualquiera es trastocar los valores sociales. Lo que sí recuerdo haber dicho es que la masificación de la telenovela, y por ende del medio televisivo, nos impone ciertas prudencias ante afirmaciones o contenidos que provienen de otras estructuras artísticas. Siempre he citado un ejemplo de un famoso monólogo de Shakespeare sobre el vino, en el cual mediante una forma poética se exalta el valor de que te emborraches como algo extraordinario, elevadísimo.
-Es posible que si logras traducir eso a un lenguaje popular y hacerlo tan impactante como pudo haber sido en su época ese lenguaje de Shakespeare y lo reproduces y catapultas para diez millones de personas, posiblemente terminarías creando una publicidad que favorece al alcoholismo. La televisión tiene una idea de lo que es el sentido público. Hay algo que la emparenta al cuerpo de bomberos, es demasiado masiva, como son los bomberos. El televisor se enciende en la casa con una alegría irresponsable, lo están viendo niños, lo están viendo viejos, o sea, todo el mundo; entonces debes imaginar quién te está viendo.
-La televisión tiene que tener un lenguaje cívico, eso forma parte de lo que yo llamo la humildad de la televisión. En ese sentido el artista tiene que ser humilde, entender que su lenguaje, por primera vez, se traduce en términos muy reales, por lo tanto no puedes estar diciendo disparates. Escuché hace poco un poema de un tipo que le dio Sida, lo leí en una revista americana donde el tipo decía: “me sabe a soda que me de un sida, pues. Lo pasé bien y lo asumo”. Bueno, magnífico. Yo lo creo y digo ¡qué palo de tipo!, pero yo no puedo decir eso por televisión: coño me dio Sida y para el carajo, no, porque cae en un universo brutalmente amplio.
-Para los lectores del poema esa señal pudiera derivar en un acto poético, en un acto violento de rebeldía, pero existe un gran porcentaje de la sociedad para quien eso no deriva en rebeldía sino en un aprendizaje. Yo nunca he tenido esos valores de que éste es bueno y éste es malo. Todavía desprecio esos valores, pero cuando la televisión los coloca, me he acostumbrado a que mucha gente espera de ti algo… la palabra es horrible… constructivo. Yo me he acostumbrado a respetar esa palabra en la televisión.
-¿Qué diferencia encuentras entre la telenovela de los años sesenta y la de los noventa?
-La diferencia tecnológica, de mayor realidad del género. Paulatinamente, ha ido conquistando una mayor realidad, ése es un proceso importante para analizar. La telenovela ha conquistado primero su propia autenticidad. Los que hemos escrito telenovelas a lo largo de ese escribir, nos hemos dado cuenta de algo: la telenovela existe como un género con unas características. El problema no está en alterar el género a fin de negarlo, sino en encontrar dentro de él su propio rescate, su propia trascendencia e importancia que lo catapulte como un gran género. Ése ha sido quizás el enigma, la tentación, el no sé, el espejismo, quizás. Estoy convencido de eso. Cuando yo escribí La Dueña, me convencí de que una telenovela culebrónica vale la pena; es decir, que el sustituto de la telenovela no puede ser el realismo, el realismo es una cosa absolutamente disparatada en la telenovela. Ésta se puede salvar, si ese es el caso, y si podemos utilizar esa palabra que me cuesta usarla… bueno, enaltecer, subir, elevar –diría– siempre y cuando sea fiel a sí misma, siempre y cuando no quiera introducir elementos que la desvirtúen, siempre y cuando no me avergüence el género. Hay una necesidad impostergable en el escritor de telenovelas del futuro, de entender que eso es la telenovela y aceptarla con cierta humildad, como es. Voy a utilizar recursos del melodrama, voy a utilizar recursos que provienen del siglo XIX, voy a utilizar unas peripecias, voy a utilizar algo que es muy deleznable para quien piensa la narrativa en términos realistas. La telenovela no se puede salvar por el realismo, la telenovela se puede salvar y se puede engrandecer y dignificar y llegar a extremos extraordinarios, a mi criterio, por Shakespeare, por Sófocles, por los griegos, no por el realismo.
-La telenovela es un delirio de la conducta. Si yo tuviera que definirla, utilizaría una palabra muy gringa porque no encuentro otra: la telenovela es el show del sentimiento, y no un espectáculo porque le temo a esa palabra en español. Espectáculo no es igual que show. Show es una confabulación de factores, de técnicas, de luces, de colorido, que sobre un acontecimiento, por ejemplo de tipo musical ocurre. Todos hemos visto un show de Sting por situar un valor de nuestra época. Si redujéramos a Sting a un realismo, ¿qué sería? Un señor con una precaria voz, muy vergonzosa voz. Imaginemos que lo tenemos sentado en esta sala donde estamos tú y yo hablando. ¿Que sería? Un señor que toca tímidamente esa guitarra y canta muy precariamente unas canciones; ése no es el Sting que tú y yo conocemos cuando lo vemos en un video donde su imagen, su voz y su guitarra son ultra amplificadas. De repente empiezan a funcionar pantallas gigantescas, su imagen se fragmenta, aparecen rayos láser y una cantidad de empaques sonoros, visuales y de entorno que logran que Sting se pueda catapultar como una figura moderna casi post-romántica, impetuosa, a tono con lo que el hombre de hoy en día considera una gran cosa, un gran acontecimiento.
-La telenovela participa de ese fenómeno. En la modesta fisonomía latinoamericana, ella trata de engrandecer, catapultar, exagerar, hiperbolizar un sentimiento, a fin de hacerlos absolutamente drásticos y perturbadores ante la masa. ¿Cómo se puede creer que una persona prende la televisión para ver la realidad? ¿Cómo se puede creer que un espectáculo de ficción sustituye a un noticiero? Eso es absurdo. Hoy en día hay noticieros lo suficientemente melodramáticos, convincentes para mostrarnos una noticia desgarradora en lo sentimental, en lo emotivo. La telenovela podría enfocar la realidad como lo decíamos la otra vez, como una textura, como un detalle, como un estilo, pero a fin de cuentas las características en sí de la historia determinan grandes acontecimientos.
-Todo en la cultura moderna, en la cultura audiovisual, incita a los grandes acontecimientos. ¿Quién hace televisión con los pequeños? Nadie. Son programas menores, subalternos que renuncian a la masa. Hay una desesperada necesidad en nuestro mundo del gran acontecimiento; es decir, los que vimos en televisión los cohetes norteamericanos en Bagdad… ¿estuvimos presenciando qué? ¿Una guerra? Para un hombre como yo eso no era una guerra, era un show tecnológico de la industria militar norteamericana y, a la vez, era un acontecimiento dramático frente a nuestros ojos.
-Se estaban produciendo unas muertes anónimas en esa especie de Nintendo; estábamos viendo morir personas, lo que no vimos cuando éramos niños durante la Segunda Guerra Mundial. En aquél entonces mirábamos una imagen fraccionada, unos cohetes que caían, unas bombas, unos disparos. Pero aquí CNN estaba transportando la vida, hoy pasa, ahora pasa. Por lo tanto dentro de esa estructura mental, donde un show musical tiene que ser lo nunca visto, lo nunca oído, no tiene sentido. Cuando uno va a escuchar –hablando en términos gringos– a Madonna, por ejemplo, ¿cuándo la vamos a escuchar en sus límites? Nunca. Madonna cada vez que hace un espectáculo para televisión, del cual se va a derivar un video, un video láser, o un disco compacto, hace algo único, irrepetible, definitivo. Madonna en la intimidad con una guitarrita, en sus propios límites… imagínatela… sólo por vía de excepción, que ya es un espectáculo. Entonces, decir en este instante la gran Madonna se reduce a este límite, es un momento reconocible, es un momento perdurable. Cuando la telenovela entra dentro de los límites del actual lenguaje audiovisual, debería mostrar lo nunca visto, por lo tanto el que hable de realismo, ¿qué está diciendo?, ¿qué significa eso? ¿qué es eso en la cultura de masas?, ¿qué es el realismo ante los hombres que ven televisión? Nada. La cuota de realismo que tienes en televisión es que el dólar amaneció a tantos bolívares o que el Dow Jones se cayó en tal y cual porcentaje.
-¿Qué buscas reflejar en tus telenovelas? ¿Tu condición de hombre de clase media?
-Sí, quiero reflejarme a mí mismo, mis sensibilidades, mis opiniones; quiero reflejar la dignidad de la gente que es un tema que me obsesiona. Quiero contar la historia de dignidades y no de enseñanzas. Me importan algunos símbolos que en esta sociedad son efectivos y emocionantes como la solidaridad. Supongo que lo que más tengo dentro de mí cuando quiero escribir una telenovela es decir con orgullo: ¡Somos gente estupenda!
-“El fracaso” si es que se puede llamar “fracaso” de El paseo de la gracia de Dios, precisamente por no tener el rating de Por estas calles te hizo decir en privado: “No quiero quedar como la abuelita de las telenovelas” ¿Qué significa eso?
-Que no quiero quedar como el tipo que trató de hacer pervivir un género… de verdad que no tiene sentido, son razones ya mías, de mi propia vida, pero ¡vamos! con esta novela terminó un ciclo de mi vida, no sólo el ciclo de la telenovela, un ciclo de mi vida. A mí no me gusta fracasar, yo le tengo pánico a esa palabra. Para mí la telenovela se me está transformando en un fracaso, en un fracaso. Yo no te estoy diciendo se acabó la telenovela para mí, no; al mismo tiempo he dicho a quien me ha querido oír que ésta es mi última telenovela.
-Y a lo mejor es verdad y nunca más hago otra, pero si hago otra es porque encontraré una manera de hacerla y una circunstancia de producción para hacerla absolutamente distinta a la de este momento. Es un discurso que tengo que meditar, no es fácil, tengo que ir contra mí mismo, contra vicios, contra hábitos, contra un know how que yo tengo de la telenovela. Ponerlo en el cesto de la basura, que es lo que quiero y no es fácil. Nada se pone fácilmente en la basura, pero necesito hacerlo porque no tiene sentido; es decir, una cosa que me doy cuenta que sería ya muy deshonesto conmigo mismo, me doy cuenta que eso está muriendo, muriendo…
Cabrujas también se destacó en la redacción de guiones para numerosas telenovelas y hasta se transformó en un autentico renovador de ese género audiovisual tan importante. Y gracias al periodista Nelson Hippolytte Ortega, quien lo entrevistó extensamente para una tesis doctoral, durante los años 90 del siglo XX, hemos leído un primoroso texto donde el ilustre artista venezolano habla de ese genero audiovisual tan vital para estos tiempos.
La entrevista completa de Ortega está en la pagina Web Prodavinci.com, pero antes fue publicada en la Revista Iberoamericana 174, enero-marzo 1996, y aquí, para refrescar su memoria, hemos logrado una especial edición de ese valioso trabajo, el cual difundimos para quienes no lo conocieron evalúen sus criterios.
-¿Para qué sirven las telenovelas?
-¿Para qué sirve una ficción? Para que las personas adquieran un sentido superior de su vida, para que la gente se sienta mejor, representada dignamente… Ahora, fines prácticos, ninguno. ¡Claro! la telenovela puede tener fines prácticos secundarios y es bueno usarlos, la lógica lo dice en Latinoamérica, un continente atormentado por problemas donde habría que decir algo, entonces, sí como no, sirvió –como pasó en España con Cristal de la señora Fiallo– para que se redujera el porcentaje de cáncer mamario, un dato absolutamente concreto: la señora Fiallo logró reducir el cáncer mamario en un 20 por ciento, introduciendo esa trama en su novela.
-Pero ése es un espejismo que me parece desvirtuante de la propia telenovela. Hace poco UNICEF me invitó para plantearme los problemas de niños latinoamericanos y de cómo se podía hacer para insertarlos dentro de una telenovela. Yo descubrí allí una ingenuidad: ¿es que ellos creen que una telenovela puede hacer el milagro de que los niños latinoamericanos marchen bien o de que por lo menos se reduzcan sus problemas? Eso es una tontería. Una telenovela sirve para lo que puede servir cualquier obra de carácter literario: para provocar la imagen que tiene el ser humano de sí mismo; una sociedad de sí misma.
-La telenovela padece de cierto anacronismo ¿De dónde salió que tenía que girar en torno de la muchacha de campo, el ascenso social, el villano…?
-Ése es un tema latinoamericano de finales del siglo XIX. Si analizas por un momento toda la tradición del teatro popular latinoamericano, autores como Florencio Sánchez en el Río de la Plata, autores como Rafael Guinand en Venezuela, te darás cuenta de que el tema era casi siempre el hombre o la muchacha ingenua o el campesino engañado por el hombre de la ciudad; ése es un tema muy querido por el universo latinoamericano. Hay quien piensa que podría venir del Barroco, pero en todo caso si vuelves a pasearte por la novelística de Rómulo Gallegos, muy disfrazada de mensaje social y de etcétera, vas a encontrar al hombre civilizador y a la muchachita pobre, como en Doña Bárbara, y también vas a encontrarlo en María de Jorge Isaac, en Peonía…. Son temas latinoamericanos, incluso si nos pusiéramos a meditar un poco sobre el por qué son tan queridos, llegaríamos a la conclusión de que se parecen a la sociedad latinoamericana. La desconfianza del hombre culto, la desconfianza del poderoso, un pueblo oprimido, arrinconado, que ve en el poder, en el dinero, ve en la cultura, incluso, una amenaza.
-Y el amor siempre es el tema central del género.
-El hombre tiene unas características muy raras como lector a través de toda la cultura humana de Occidente: las únicas historias populares de la gran literatura son historias de amor; en realidad, no se ha escrito nada que le haya importado a la gente, me refiero a la gran literatura, que no sea una historia de amor. La guerra y la paz es un ejemplo. En una cátedra universitaria podrás decir que allí hay una reflexión sobre el pensamiento liberal y sobre el nuevo hombre post-revolucionario, entre muchas cosas… Pero, ¿qué hace a esa novela sobrecogedora? ¿Por qué el lector no puede abandonar su lectura? Por aquello de que… él la quiere a ella, y ella se casa con otro. Ése es el problema. Sobre esa autopista, Tolstoy inserta genialmente un universo filosófico y conceptual enorme, profundo, que sería una pena que el lector no lo tomara en cuenta. Cuando la BBC de Londres comenzó la transmisión de La guerra y la paz, en Yugoslavia, yo la veía mordiéndome las uñas y maravillado. Lo que estaba viendo era una historia de amor, y sólo esperaba que él la volviera a encontrar a ella. Para los hombres todo lo que es largo tiene que ser amor. La Ilíada es de amor y la Odisea mucho más. Esos “chorizos” que los hombres han creado –obras monumentales– son, en realidad, historias de amor. Parece mentira, pero no hay otra cosa que obligue a una persona a ver una cosa todos los días, y durante diez meses y doscientas horas de su vida.
-En alguna oportunidad acusaste a las telenovelas de pacatas porque no se podían trastocar los valores sociales, y, por otra parte, había realidades que no se mostraban. ¿Sigues de acuerdo con ese planteamiento?
-No, creo que no. No me reconozco a mí mismo diciendo eso. Si la única obligación que tiene un arte cualquiera es trastocar los valores sociales. Lo que sí recuerdo haber dicho es que la masificación de la telenovela, y por ende del medio televisivo, nos impone ciertas prudencias ante afirmaciones o contenidos que provienen de otras estructuras artísticas. Siempre he citado un ejemplo de un famoso monólogo de Shakespeare sobre el vino, en el cual mediante una forma poética se exalta el valor de que te emborraches como algo extraordinario, elevadísimo.
-Es posible que si logras traducir eso a un lenguaje popular y hacerlo tan impactante como pudo haber sido en su época ese lenguaje de Shakespeare y lo reproduces y catapultas para diez millones de personas, posiblemente terminarías creando una publicidad que favorece al alcoholismo. La televisión tiene una idea de lo que es el sentido público. Hay algo que la emparenta al cuerpo de bomberos, es demasiado masiva, como son los bomberos. El televisor se enciende en la casa con una alegría irresponsable, lo están viendo niños, lo están viendo viejos, o sea, todo el mundo; entonces debes imaginar quién te está viendo.
-La televisión tiene que tener un lenguaje cívico, eso forma parte de lo que yo llamo la humildad de la televisión. En ese sentido el artista tiene que ser humilde, entender que su lenguaje, por primera vez, se traduce en términos muy reales, por lo tanto no puedes estar diciendo disparates. Escuché hace poco un poema de un tipo que le dio Sida, lo leí en una revista americana donde el tipo decía: “me sabe a soda que me de un sida, pues. Lo pasé bien y lo asumo”. Bueno, magnífico. Yo lo creo y digo ¡qué palo de tipo!, pero yo no puedo decir eso por televisión: coño me dio Sida y para el carajo, no, porque cae en un universo brutalmente amplio.
-Para los lectores del poema esa señal pudiera derivar en un acto poético, en un acto violento de rebeldía, pero existe un gran porcentaje de la sociedad para quien eso no deriva en rebeldía sino en un aprendizaje. Yo nunca he tenido esos valores de que éste es bueno y éste es malo. Todavía desprecio esos valores, pero cuando la televisión los coloca, me he acostumbrado a que mucha gente espera de ti algo… la palabra es horrible… constructivo. Yo me he acostumbrado a respetar esa palabra en la televisión.
-¿Qué diferencia encuentras entre la telenovela de los años sesenta y la de los noventa?
-La diferencia tecnológica, de mayor realidad del género. Paulatinamente, ha ido conquistando una mayor realidad, ése es un proceso importante para analizar. La telenovela ha conquistado primero su propia autenticidad. Los que hemos escrito telenovelas a lo largo de ese escribir, nos hemos dado cuenta de algo: la telenovela existe como un género con unas características. El problema no está en alterar el género a fin de negarlo, sino en encontrar dentro de él su propio rescate, su propia trascendencia e importancia que lo catapulte como un gran género. Ése ha sido quizás el enigma, la tentación, el no sé, el espejismo, quizás. Estoy convencido de eso. Cuando yo escribí La Dueña, me convencí de que una telenovela culebrónica vale la pena; es decir, que el sustituto de la telenovela no puede ser el realismo, el realismo es una cosa absolutamente disparatada en la telenovela. Ésta se puede salvar, si ese es el caso, y si podemos utilizar esa palabra que me cuesta usarla… bueno, enaltecer, subir, elevar –diría– siempre y cuando sea fiel a sí misma, siempre y cuando no quiera introducir elementos que la desvirtúen, siempre y cuando no me avergüence el género. Hay una necesidad impostergable en el escritor de telenovelas del futuro, de entender que eso es la telenovela y aceptarla con cierta humildad, como es. Voy a utilizar recursos del melodrama, voy a utilizar recursos que provienen del siglo XIX, voy a utilizar unas peripecias, voy a utilizar algo que es muy deleznable para quien piensa la narrativa en términos realistas. La telenovela no se puede salvar por el realismo, la telenovela se puede salvar y se puede engrandecer y dignificar y llegar a extremos extraordinarios, a mi criterio, por Shakespeare, por Sófocles, por los griegos, no por el realismo.
-La telenovela es un delirio de la conducta. Si yo tuviera que definirla, utilizaría una palabra muy gringa porque no encuentro otra: la telenovela es el show del sentimiento, y no un espectáculo porque le temo a esa palabra en español. Espectáculo no es igual que show. Show es una confabulación de factores, de técnicas, de luces, de colorido, que sobre un acontecimiento, por ejemplo de tipo musical ocurre. Todos hemos visto un show de Sting por situar un valor de nuestra época. Si redujéramos a Sting a un realismo, ¿qué sería? Un señor con una precaria voz, muy vergonzosa voz. Imaginemos que lo tenemos sentado en esta sala donde estamos tú y yo hablando. ¿Que sería? Un señor que toca tímidamente esa guitarra y canta muy precariamente unas canciones; ése no es el Sting que tú y yo conocemos cuando lo vemos en un video donde su imagen, su voz y su guitarra son ultra amplificadas. De repente empiezan a funcionar pantallas gigantescas, su imagen se fragmenta, aparecen rayos láser y una cantidad de empaques sonoros, visuales y de entorno que logran que Sting se pueda catapultar como una figura moderna casi post-romántica, impetuosa, a tono con lo que el hombre de hoy en día considera una gran cosa, un gran acontecimiento.
-La telenovela participa de ese fenómeno. En la modesta fisonomía latinoamericana, ella trata de engrandecer, catapultar, exagerar, hiperbolizar un sentimiento, a fin de hacerlos absolutamente drásticos y perturbadores ante la masa. ¿Cómo se puede creer que una persona prende la televisión para ver la realidad? ¿Cómo se puede creer que un espectáculo de ficción sustituye a un noticiero? Eso es absurdo. Hoy en día hay noticieros lo suficientemente melodramáticos, convincentes para mostrarnos una noticia desgarradora en lo sentimental, en lo emotivo. La telenovela podría enfocar la realidad como lo decíamos la otra vez, como una textura, como un detalle, como un estilo, pero a fin de cuentas las características en sí de la historia determinan grandes acontecimientos.
-Todo en la cultura moderna, en la cultura audiovisual, incita a los grandes acontecimientos. ¿Quién hace televisión con los pequeños? Nadie. Son programas menores, subalternos que renuncian a la masa. Hay una desesperada necesidad en nuestro mundo del gran acontecimiento; es decir, los que vimos en televisión los cohetes norteamericanos en Bagdad… ¿estuvimos presenciando qué? ¿Una guerra? Para un hombre como yo eso no era una guerra, era un show tecnológico de la industria militar norteamericana y, a la vez, era un acontecimiento dramático frente a nuestros ojos.
-Se estaban produciendo unas muertes anónimas en esa especie de Nintendo; estábamos viendo morir personas, lo que no vimos cuando éramos niños durante la Segunda Guerra Mundial. En aquél entonces mirábamos una imagen fraccionada, unos cohetes que caían, unas bombas, unos disparos. Pero aquí CNN estaba transportando la vida, hoy pasa, ahora pasa. Por lo tanto dentro de esa estructura mental, donde un show musical tiene que ser lo nunca visto, lo nunca oído, no tiene sentido. Cuando uno va a escuchar –hablando en términos gringos– a Madonna, por ejemplo, ¿cuándo la vamos a escuchar en sus límites? Nunca. Madonna cada vez que hace un espectáculo para televisión, del cual se va a derivar un video, un video láser, o un disco compacto, hace algo único, irrepetible, definitivo. Madonna en la intimidad con una guitarrita, en sus propios límites… imagínatela… sólo por vía de excepción, que ya es un espectáculo. Entonces, decir en este instante la gran Madonna se reduce a este límite, es un momento reconocible, es un momento perdurable. Cuando la telenovela entra dentro de los límites del actual lenguaje audiovisual, debería mostrar lo nunca visto, por lo tanto el que hable de realismo, ¿qué está diciendo?, ¿qué significa eso? ¿qué es eso en la cultura de masas?, ¿qué es el realismo ante los hombres que ven televisión? Nada. La cuota de realismo que tienes en televisión es que el dólar amaneció a tantos bolívares o que el Dow Jones se cayó en tal y cual porcentaje.
-¿Qué buscas reflejar en tus telenovelas? ¿Tu condición de hombre de clase media?
-Sí, quiero reflejarme a mí mismo, mis sensibilidades, mis opiniones; quiero reflejar la dignidad de la gente que es un tema que me obsesiona. Quiero contar la historia de dignidades y no de enseñanzas. Me importan algunos símbolos que en esta sociedad son efectivos y emocionantes como la solidaridad. Supongo que lo que más tengo dentro de mí cuando quiero escribir una telenovela es decir con orgullo: ¡Somos gente estupenda!
-“El fracaso” si es que se puede llamar “fracaso” de El paseo de la gracia de Dios, precisamente por no tener el rating de Por estas calles te hizo decir en privado: “No quiero quedar como la abuelita de las telenovelas” ¿Qué significa eso?
-Que no quiero quedar como el tipo que trató de hacer pervivir un género… de verdad que no tiene sentido, son razones ya mías, de mi propia vida, pero ¡vamos! con esta novela terminó un ciclo de mi vida, no sólo el ciclo de la telenovela, un ciclo de mi vida. A mí no me gusta fracasar, yo le tengo pánico a esa palabra. Para mí la telenovela se me está transformando en un fracaso, en un fracaso. Yo no te estoy diciendo se acabó la telenovela para mí, no; al mismo tiempo he dicho a quien me ha querido oír que ésta es mi última telenovela.
-Y a lo mejor es verdad y nunca más hago otra, pero si hago otra es porque encontraré una manera de hacerla y una circunstancia de producción para hacerla absolutamente distinta a la de este momento. Es un discurso que tengo que meditar, no es fácil, tengo que ir contra mí mismo, contra vicios, contra hábitos, contra un know how que yo tengo de la telenovela. Ponerlo en el cesto de la basura, que es lo que quiero y no es fácil. Nada se pone fácilmente en la basura, pero necesito hacerlo porque no tiene sentido; es decir, una cosa que me doy cuenta que sería ya muy deshonesto conmigo mismo, me doy cuenta que eso está muriendo, muriendo…
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