sábado, octubre 23, 2010

Manteca a la venezolana

Para los que no tienen memoria o pretenden olvidarlo todo, menos que existen y conspiran contra la existencia de los demás, les recordamos que nada de lo que se hace en la escena teatral es producto del acaso. Lo que se exhibe es consecuencia de aportes, sueños materializados y trabajos de un conjunto de artistas en décadas anteriores y su incesante continuación de tal tarea. Y, fundamentalmente, porque hay público acrecentado y culturizado para exigir más productos y de más calidad. Reiteramos esto en tiempos de revolución, para que nadie se engañe y piense siempre en función de la comunidad, y así se pueda trabajar mejor o se aprecie con mayor conocimiento e interés lo que consume o en lo que se participa.
Y por eso rememoramos como el chileno Horacio Peterson (22 de abril, 1922/25 de noviembre, 2002) vino a Caracas desde Argentina para continuar el proyecto cinematográfico La balandra Isabel llegó esta tarde de Carlos Hugo Christensen, a finales de la década de los 40 del siglo XX. Asociado a la actriz y maestra Juana Sujo inició un movimiento didáctico y modernizador con las artes escénicas. Fundó la Escuela de Teatro del caraqueño Ateneo y en los años 70 creó el Laboratorio Teatral Anna Julia Rojas y logró ubicarlo en la salida Sureste del Metro de Bellas Artes, gracias al apoyo del Centro Simón Bolívar y el Conac (ahora Ministerio del Poder Popular para la Cultura), desde 1994.
Ese espacio existe para las nuevas generaciones de teatreros y sigue abierto gracias al apoyo del Estado y por la paciencia y el amor de Carmen Jiménez. Ahí suministran práctica y teoría a nuevos teatreros y además los exhiben, como lo soñaba Peterson, quien sí formó a miles de actores y actrices, montó más de 120 piezas y desarrolló un especial método de capacitación, el cual se aplica en su Laboratorio, ese que ahora necesita crecer para continuar siendo más útil y para llegar a más juventud que sueña con su mañana que es el del país que quieren ver.
Y fue en ese Laboratorio donde se mostró, durante tres semanas, al plausible y conmovedor espectáculo Manteca del dramaturgo, poeta y actor cubano Alberto Pedro Torriente. Una comedia dramática sobre un complejo momento en la vida de tres hermanos de distintas y definidas personalidades, quienes deben decidir sobre la vida de alguien y su ejecución. Es la noche de Año Nuevo y todo gira en torno a comenzar otro ciclo y una nueva vida.
Manteca es además una saga sobre un hogar en el día a día, sobre la unión y los lazos afectivos que deben prevalecer pese a la diversidad de pensamientos que puedan existir en ese núcleo sanguíneo. En la escena es la Cuba de la última década del siglo XX, pero ahora o mañana puede ser cualquier otro país, porque la raza humana es una sola y está cambiante y ondulante como el mar, como diría Porfirio Barba Jacob.
Este es un respetable trabajo actoral de Ernesto Montero, Jesús Delgado y Varinia Arráiz, comandados por Morris Merentes, con una obra sobre la esencia de la vida de los cubanos en las últimas décadas, donde usan lenguajes y acciones directas y aleccionadoras. Nada de diatribas gratuitas ni de panfletos. Todo lo contrario: una adustez que asombra. Una obra maestra de teatro a la cubana.
“Tal como dice uno de los personajes: la democracia de la que tanto se habla está dentro de esa familia, donde cada quien puede tener su manera de pensar pero la sangre se respeta”, reflexiona Morris Merentes en torno a su montaje, el cual ha sido todo un acontecimiento por su calidad, a la venezolana, lograda por tres jóvenes que asaltan la escena como si fuesen versiones prometéicas de una generación que no quiere ser como el último pasajero del vagón del tren de la historia. ¡Deben mostrarse en otras salas!



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