Murió vivo Isaac Chocrón, un nombre propio muy grande del teatro venezolano. Guapeó contra su cáncer óseo y se fue de gira a las una de la mañana del 6 de noviembre de 2011, tras 81 años, un mes y 11 días de aportar cultura y mucho amor a su país.
El teatro para el maracayero Chocrón comenzó cuando Romeo Costea (Braila, Rumania, 1922), durante en la temporada caraqueña del 1959, le montó Mónica y el florentino. Antes, en el 1956, publicó Pasajes, su primera novela. Desde entonces no paró, nadie ni nada, ni sus enfermedades, lo podían detener en su carrera de escritor de éxitos teatrales y literarios. Todas sus piezas teatrales están envenenadas, tienen contenidos duros o pesados para que el público los descubra, los saboree y termine aceptándolos.
Lo hizo con Asia y el Lejano Oriente (la venta de un país), Okey (la compraventa de los seres humanos, no siempre al mejor postor), La revolución (el drama combatiente de la homosexualidad latinoamericana), La máxima felicidad (las dificultades existenciales de la bisexualidad), Mesopotamia (la vejez y las trampas para que sea feliz y acompañada), Escrito y sellado (la amistad y el amor más allá de la muerte), El acompañante (la inconmensurable soledad de los artistas) y Solimán, el magnífico (la muerte es el fin de todos, incluso de los mas poderosos), entre otras obras.
La vida dura con la familia sanguínea, la pasión y el amor con la familia elegida, la resistencia para seguir viviendo y la muerte como conclusión de todo lo hecho y de lo no realizado también, fueron sus fantasmas. Y él los llevó a la escena. Por ese terminó siendo el gran patriarca del teatro venezolano.
El poeta Leonardo Padrón escribió que Chocrón es uno de los pocos venezolanos que pudo elegir lo que iba a hacer con su vida. Escogió el teatro, quizás, porque, como dijo Oscar Wilde, "es inmensamente más real que la vida". Seleccionó su propia manera de ejercer el amor. Renunció a una carrera académica, era economista, para casarse con su propia imaginación. Uso la escritura como oxígeno de sus pulmones, pero sobre todo eligió no traicionarse jamás. Desde ese siempre, no dejó de provocarnos con sus más de 20 obras de teatro, sus siete novelas y sus libros de ensayos. Además enseñó, que siempre tenemos dos familias: con la que se nace, la sanguínea, y la que elegimos, a partir de la amistad y de los afectos.
La última obra
Hace cinco años, un pool de amigos como Javier Vidal, Juan Carlos Gardié, Juan Carlos Alarcón y Annabelle Brun, todos dentro de un dispositivo escenográfico hiperrealista y con olor a cebolla y condimentos culinarios, creado por Edwin Erminy, dirigido por Michel Hausmann, lo homenajearon con el preciso montaje de su más reciente pieza, Los navegaos, en el teatro Trasnocho Cultural.
Los navegaos no es más que la saga de dos hombres mayores, Juan y Brauni, por encima de los 60 años, o sea en el proceloso camino de “los envejecientes”, cuya paz del retiro en su casa de la isla Margarita es alterada por la repentina visita de un familiar -Parol, mudo, pero no sordo, además- y por la materialización del fantasma de la muerte, la cual esperaban para más adelante, pero llegó y sin anunciarse. Hay además en la pieza un símbolo que advierte sobre el final de sus vidas, como es el corte de unas trinitarias que amenazan derrumbar los muros de ese refugio de la pareja de amantes masculinos, que eso fueron durante algo así como 40 años, ahora convertidos en amigos hasta el final, y está además la básica presencia de una cachifa o mujer de servicio, Luz.
Esos cuatro personajes crean situaciones cómicas por lo que hacen, más no por lo que dicen, y le dan un ritmo entretenido a la obra, especialmente por los intentos del mudo de hacerse comprender por los otros y por los espectadores, como es lógico. No es frecuente en el teatro encontrarse con un personaje con limitaciones como el mudo Parole.
Con respecto a Los navegaos hay que advertir como Chocrón recurre a todas sus tradiciones estilísticas teatrales, desarrolladas a lo largo de su veintena de piezas, en cuanto a la temática, los conflictos, la pureza del lenguaje y, fundamentalmente, el mensaje que quiere hacerle llegar al publico por intermedio de interrogantes que el mismo debe responderse. El público, para el cual siempre se trabaja, ríe a mandíbula batiente de las tragedias de la pareja de "envejecientes" y el drama del mudo para comunicarse.
Escribía para hablar con Dios
Y en el complejo ping pong con los periodistas, desde que se hizo famoso, a quienes nunca evadió, nos dijo en una ocasión, cuando cumplió 75 años, esto que lo define:
-Yo fui criado en la religión judaica y cuando niño participaba en las grandes fiestas y aprendí a leer fonéticamente el hebreo, porque ya tenía la chispa del teatro por dentro, para mi Bar Mitzvab. Eso gustó tanto a unos judíos religiosos que le ofrecieron a mi papá una beca para que yo terminara mis estudios en Estados Unidos y de esa manera yo seria el primer rabino nacido en Venezuela. Mi papá Elías al escuchar tal propuesta, me mando a estudiar a una escuela militar de Estados Unidos… y todo el mundo sabe lo que pasó después. Pero con el paso de los años, me he dado cuenta de que Dios para mí es como la luz de una vela o como la luz del Sol. Es una esencia, que de alguna manera me dirige y me da confianza”.
Chocrón no invocaba a Dios e incluso sus amigos judíos le reclamaban porque no visitaba frecuentemente la sinagoga. “Pero yo les digo que soy un judío laico, una expresión que aprendí en Israel, No soy tan religioso. Creo que mi manera de comunicarme con Dios es escribiendo”.
Ahora que Chocrón sale de escena, se le recordará no solo por su teatro y su novelística, además de su pulcra ensayística, sino por sus extraordinarias anécdotas personales, donde quizás haya suficiente material para obras teatrales de quienes lo sobrevivan y logren escribirlas.
Nosotros, modestamente, lo tenemos en el melodrama El fantasma de Bonnie, escenificada en la sala Rajatabla, en mayo de este año, por Dante Gil y su agrupación Veneteatro.
Excelente maestro
Chocrón era un excelente maestro no solo desde la cátedra, sino también por intermedio de sus declaraciones para la prensa. En una entrevista con Stefanía Mosca, puntualizó las diferencias notables entre el teatro y la novela.
El enseñó ahí que “en una obra de teatro, al empezar, hay una situación extraña, tensa, irregular, que afecta a los personajes y los personajes se transforman por esa situación, al mismo tiempo. Aparece una mamá que le dice a su hijo: "Tú eres un perro. Yo no te quiero ver más". Ya hay una situación. Para el público el teatro son preguntas que se van hilvanando. Nadie entra a escena y dice: "Mi nombre es Isaac Chocrón, mi cédula de identidad es ésta, yo vivo en tal parte y tal parte y mi mamá es una perra". No, dice: "Tú eres una perra, mamá". El teatro tiene esa inmediatez. Lo más importante en el teatro, como en la vida, no es lo que uno dice, sino los tonos, los tonos con que se habla. Yo puedo decir: "El gato es negro", y de acuerdo a como yo lo diga, puede ser una declaración de amor o puede ser el mayor insulto. El teatro sucede o no sucede, y no hay tutía…La novela es otra cosa. La novela tiene una intimidad envidiable. El que escribe, escribe solo, y lo que escribió lo lee una sola persona. Es una cosa muy íntima entre dos: una persona del pasado y la persona del momento, la que está leyendo. Por otra parte, en una narración, las descripciones pueden ser muy detalladas y ahí, quizá, está el arte del novelista. Uno detalla lo que ve. En una obra de teatro uno no puede decir: "Hamlet tiene 28 años, es rubio, de ojos azules, tiene 30 de cintura". No, porque de pronto Hamlet lo puede interpretar un gordito de 36 años, de pelo afro y es una maravilla”.
El teatro para el maracayero Chocrón comenzó cuando Romeo Costea (Braila, Rumania, 1922), durante en la temporada caraqueña del 1959, le montó Mónica y el florentino. Antes, en el 1956, publicó Pasajes, su primera novela. Desde entonces no paró, nadie ni nada, ni sus enfermedades, lo podían detener en su carrera de escritor de éxitos teatrales y literarios. Todas sus piezas teatrales están envenenadas, tienen contenidos duros o pesados para que el público los descubra, los saboree y termine aceptándolos.
Lo hizo con Asia y el Lejano Oriente (la venta de un país), Okey (la compraventa de los seres humanos, no siempre al mejor postor), La revolución (el drama combatiente de la homosexualidad latinoamericana), La máxima felicidad (las dificultades existenciales de la bisexualidad), Mesopotamia (la vejez y las trampas para que sea feliz y acompañada), Escrito y sellado (la amistad y el amor más allá de la muerte), El acompañante (la inconmensurable soledad de los artistas) y Solimán, el magnífico (la muerte es el fin de todos, incluso de los mas poderosos), entre otras obras.
La vida dura con la familia sanguínea, la pasión y el amor con la familia elegida, la resistencia para seguir viviendo y la muerte como conclusión de todo lo hecho y de lo no realizado también, fueron sus fantasmas. Y él los llevó a la escena. Por ese terminó siendo el gran patriarca del teatro venezolano.
El poeta Leonardo Padrón escribió que Chocrón es uno de los pocos venezolanos que pudo elegir lo que iba a hacer con su vida. Escogió el teatro, quizás, porque, como dijo Oscar Wilde, "es inmensamente más real que la vida". Seleccionó su propia manera de ejercer el amor. Renunció a una carrera académica, era economista, para casarse con su propia imaginación. Uso la escritura como oxígeno de sus pulmones, pero sobre todo eligió no traicionarse jamás. Desde ese siempre, no dejó de provocarnos con sus más de 20 obras de teatro, sus siete novelas y sus libros de ensayos. Además enseñó, que siempre tenemos dos familias: con la que se nace, la sanguínea, y la que elegimos, a partir de la amistad y de los afectos.
La última obra
Hace cinco años, un pool de amigos como Javier Vidal, Juan Carlos Gardié, Juan Carlos Alarcón y Annabelle Brun, todos dentro de un dispositivo escenográfico hiperrealista y con olor a cebolla y condimentos culinarios, creado por Edwin Erminy, dirigido por Michel Hausmann, lo homenajearon con el preciso montaje de su más reciente pieza, Los navegaos, en el teatro Trasnocho Cultural.
Los navegaos no es más que la saga de dos hombres mayores, Juan y Brauni, por encima de los 60 años, o sea en el proceloso camino de “los envejecientes”, cuya paz del retiro en su casa de la isla Margarita es alterada por la repentina visita de un familiar -Parol, mudo, pero no sordo, además- y por la materialización del fantasma de la muerte, la cual esperaban para más adelante, pero llegó y sin anunciarse. Hay además en la pieza un símbolo que advierte sobre el final de sus vidas, como es el corte de unas trinitarias que amenazan derrumbar los muros de ese refugio de la pareja de amantes masculinos, que eso fueron durante algo así como 40 años, ahora convertidos en amigos hasta el final, y está además la básica presencia de una cachifa o mujer de servicio, Luz.
Esos cuatro personajes crean situaciones cómicas por lo que hacen, más no por lo que dicen, y le dan un ritmo entretenido a la obra, especialmente por los intentos del mudo de hacerse comprender por los otros y por los espectadores, como es lógico. No es frecuente en el teatro encontrarse con un personaje con limitaciones como el mudo Parole.
Con respecto a Los navegaos hay que advertir como Chocrón recurre a todas sus tradiciones estilísticas teatrales, desarrolladas a lo largo de su veintena de piezas, en cuanto a la temática, los conflictos, la pureza del lenguaje y, fundamentalmente, el mensaje que quiere hacerle llegar al publico por intermedio de interrogantes que el mismo debe responderse. El público, para el cual siempre se trabaja, ríe a mandíbula batiente de las tragedias de la pareja de "envejecientes" y el drama del mudo para comunicarse.
Escribía para hablar con Dios
Y en el complejo ping pong con los periodistas, desde que se hizo famoso, a quienes nunca evadió, nos dijo en una ocasión, cuando cumplió 75 años, esto que lo define:
-Yo fui criado en la religión judaica y cuando niño participaba en las grandes fiestas y aprendí a leer fonéticamente el hebreo, porque ya tenía la chispa del teatro por dentro, para mi Bar Mitzvab. Eso gustó tanto a unos judíos religiosos que le ofrecieron a mi papá una beca para que yo terminara mis estudios en Estados Unidos y de esa manera yo seria el primer rabino nacido en Venezuela. Mi papá Elías al escuchar tal propuesta, me mando a estudiar a una escuela militar de Estados Unidos… y todo el mundo sabe lo que pasó después. Pero con el paso de los años, me he dado cuenta de que Dios para mí es como la luz de una vela o como la luz del Sol. Es una esencia, que de alguna manera me dirige y me da confianza”.
Chocrón no invocaba a Dios e incluso sus amigos judíos le reclamaban porque no visitaba frecuentemente la sinagoga. “Pero yo les digo que soy un judío laico, una expresión que aprendí en Israel, No soy tan religioso. Creo que mi manera de comunicarme con Dios es escribiendo”.
Ahora que Chocrón sale de escena, se le recordará no solo por su teatro y su novelística, además de su pulcra ensayística, sino por sus extraordinarias anécdotas personales, donde quizás haya suficiente material para obras teatrales de quienes lo sobrevivan y logren escribirlas.
Nosotros, modestamente, lo tenemos en el melodrama El fantasma de Bonnie, escenificada en la sala Rajatabla, en mayo de este año, por Dante Gil y su agrupación Veneteatro.
Excelente maestro
Chocrón era un excelente maestro no solo desde la cátedra, sino también por intermedio de sus declaraciones para la prensa. En una entrevista con Stefanía Mosca, puntualizó las diferencias notables entre el teatro y la novela.
El enseñó ahí que “en una obra de teatro, al empezar, hay una situación extraña, tensa, irregular, que afecta a los personajes y los personajes se transforman por esa situación, al mismo tiempo. Aparece una mamá que le dice a su hijo: "Tú eres un perro. Yo no te quiero ver más". Ya hay una situación. Para el público el teatro son preguntas que se van hilvanando. Nadie entra a escena y dice: "Mi nombre es Isaac Chocrón, mi cédula de identidad es ésta, yo vivo en tal parte y tal parte y mi mamá es una perra". No, dice: "Tú eres una perra, mamá". El teatro tiene esa inmediatez. Lo más importante en el teatro, como en la vida, no es lo que uno dice, sino los tonos, los tonos con que se habla. Yo puedo decir: "El gato es negro", y de acuerdo a como yo lo diga, puede ser una declaración de amor o puede ser el mayor insulto. El teatro sucede o no sucede, y no hay tutía…La novela es otra cosa. La novela tiene una intimidad envidiable. El que escribe, escribe solo, y lo que escribió lo lee una sola persona. Es una cosa muy íntima entre dos: una persona del pasado y la persona del momento, la que está leyendo. Por otra parte, en una narración, las descripciones pueden ser muy detalladas y ahí, quizá, está el arte del novelista. Uno detalla lo que ve. En una obra de teatro uno no puede decir: "Hamlet tiene 28 años, es rubio, de ojos azules, tiene 30 de cintura". No, porque de pronto Hamlet lo puede interpretar un gordito de 36 años, de pelo afro y es una maravilla”.
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