Sí Gorda no es la única obra que han estrenado en Caracas del dramaturgo Neil Labute (Detroit, USA, 19 de marzo de 1963), estoy seguro que es el primer gran montaje que exhiben del terapéutico texto en el Centro Cultural BOD.Corpbanca, gracias al incuestionable talento del director Héctor Manrique bien combinado con sus comediantes Liliana Mélendez, Luis Gerónimo Abreu, Antonio Delli y Marta Estrada, además de la pulcra producción resuelta por Carolina Rincón para el Grupo Actoral 80.
Leí Gorda hace un año y de inmediato “adjudiqué” el protagónico a la gordita Irabé Seguías, ascendente joven cómica del Teatro San Martín, porque no conocía a Liliana Meléndez, tremenda primera actriz, como ahora lo demuestra fehacientemente con su Helena. Bibliotecaria, inteligente, graciosa, sensual y sumamente divertida, con unos 30 kilos de más, o de sobrepeso, quien acepta una relación intensa con el metrosexual criollo Tommy y cuando todo parece que marcha bien, languidece la pasión amorosa porque los amigos del susodicho caballero no aprueban tales desatinos y el muergano enamorado termina por decirle adiós.
Es un espectáculo jocoso y jodedor porque lo malo le pasa a otros, pero agridulce, porque Helena (jamás me cansé de admirar la intensa y extensa performance de Liliana) y Tommy sufren un flechazo, de esos que Cupido a veces regala para hacer sufrir, porque no existe varón o hembra que no se haya enamorado de la persona equivocada o de la que no conviene o porque no está a tu nivel o aquella que genera siempre la duda: ¿le gustará a mi familia o a mis amigos? Por supuesto que el público es el que más disfruta con la relación de la gordota y aquel falo con corbata, a sabiendas que ella no tiene precisamente un cuerpo de Miss Venezuela, pero rebosa donosura, contagiosa vitalidad, alegría, inteligencia y amor verdadero.
Por supuesto que Gorda genera profunda reflexión tras su desagradable desenlace: Tommy (un correctísimo Abreu) maletea a Helena y al menos tiene los cojones de decirle, en cobarde lenguaje rebuscado, que sus amigos y su contexto social son muy importantes para él, pero ella no cabe ahí, por su sobrepeso.
Pocas veces había presenciado en un teatro el desengaño del público por ese final, porque todos querían a la pareja casada y llena de hijos. Pero la realidad cotidiana es otra: Helena pasa a ser un recuerdo y Tommy continuará buscando su ideal de fémina, además aplaudida por su “cajita de cristal”.
Por supuesto que el mecanismo teatral de Gorda funciona con gordos u otras personas susceptibles de discriminación sexual, social o estética o edad, porque así es esta sociedad en que vivimos. Y los lectores saben de que escribo.
Delli y Estrada son soportes vitales de este show de amor y gordura, donde hay hasta una entretenida coreografía para cambios de escena del hermoso montaje que dura menos de 90 minutos y deja exhausto a la audiencia por lo que se dice y cómo lo dicen, pero sin olvidar que el amor es la única razón para la vida misma.
Leí Gorda hace un año y de inmediato “adjudiqué” el protagónico a la gordita Irabé Seguías, ascendente joven cómica del Teatro San Martín, porque no conocía a Liliana Meléndez, tremenda primera actriz, como ahora lo demuestra fehacientemente con su Helena. Bibliotecaria, inteligente, graciosa, sensual y sumamente divertida, con unos 30 kilos de más, o de sobrepeso, quien acepta una relación intensa con el metrosexual criollo Tommy y cuando todo parece que marcha bien, languidece la pasión amorosa porque los amigos del susodicho caballero no aprueban tales desatinos y el muergano enamorado termina por decirle adiós.
Es un espectáculo jocoso y jodedor porque lo malo le pasa a otros, pero agridulce, porque Helena (jamás me cansé de admirar la intensa y extensa performance de Liliana) y Tommy sufren un flechazo, de esos que Cupido a veces regala para hacer sufrir, porque no existe varón o hembra que no se haya enamorado de la persona equivocada o de la que no conviene o porque no está a tu nivel o aquella que genera siempre la duda: ¿le gustará a mi familia o a mis amigos? Por supuesto que el público es el que más disfruta con la relación de la gordota y aquel falo con corbata, a sabiendas que ella no tiene precisamente un cuerpo de Miss Venezuela, pero rebosa donosura, contagiosa vitalidad, alegría, inteligencia y amor verdadero.
Por supuesto que Gorda genera profunda reflexión tras su desagradable desenlace: Tommy (un correctísimo Abreu) maletea a Helena y al menos tiene los cojones de decirle, en cobarde lenguaje rebuscado, que sus amigos y su contexto social son muy importantes para él, pero ella no cabe ahí, por su sobrepeso.
Pocas veces había presenciado en un teatro el desengaño del público por ese final, porque todos querían a la pareja casada y llena de hijos. Pero la realidad cotidiana es otra: Helena pasa a ser un recuerdo y Tommy continuará buscando su ideal de fémina, además aplaudida por su “cajita de cristal”.
Por supuesto que el mecanismo teatral de Gorda funciona con gordos u otras personas susceptibles de discriminación sexual, social o estética o edad, porque así es esta sociedad en que vivimos. Y los lectores saben de que escribo.
Delli y Estrada son soportes vitales de este show de amor y gordura, donde hay hasta una entretenida coreografía para cambios de escena del hermoso montaje que dura menos de 90 minutos y deja exhausto a la audiencia por lo que se dice y cómo lo dicen, pero sin olvidar que el amor es la única razón para la vida misma.
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