Román Chalbaud verá el quinto montaje de "El pez que fuma" en el teatro de la esquina de Cipreses. |
Por quinta vez, en 48
años, se presenta la obra El pez que
fuma, de Román Chalbaud, desde el 9 de diciembre en el teatro Nacional. En
esta ocasión, la Compañía Nacional de Teatro, que comanda Alfredo Caldera, la produce
y la dirige Ibrahim Guerra, quien respondió así a nuestras preguntas:
¿Por qué esta pieza?
Estoy plenamente
convencido de que es importantísima para entender el teatro venezolano de todos
los tiempos; especialmente, el que Roberto Lovera De Sola denomina la Segunda
Modernidad, que, para mí, es la definitiva. Fueron César Rengifo desde la
epopeya histórica venezolana, y Román Chalbaud, desde la lacerante realidad de
la Venezuela urbana, capitalina, poblada de autopistas, de construcciones
arquitectónicas, pero poseedora también de un inframundo en el que la
venezolanidad se vio atrapada en involuntarias circunstancias sociales. Por un
lado, se confrontó con la opulencia, y, por otro, las hizo propias desde
espacios a los que solo llegaba el resplandor de una riqueza inesperada a
través de billetes fraudulentos. En El
pez que fuma se registra una esencia de permanencia, de resistencia a un
presente y a un futuro avasallantes, que arrasaban con todo lo existente. Todo
debía cambiar. Las leyes regulares ya no servían para nada. El parasistema se
impuso como una necesidad, y funcionaba al margen, pero mejor, que el oficial. El pez que fuma es un burdel, en el
que, bajo el riguroso control de un ente superior, oculto en los cajones
electorales, que, desde la oscuridad, maneja con hilos invisibles la conducta
de seres proscritos que al desnudo, exponen sin control alguno, todas sus
emociones. Es, sin lugar a dudas, una gran pieza de teatro.
La metáfora escénica presenta a una prostituta, dueña del burdel,
acosada por las leyes y por los mismos malandros. ¿Cómo explica esa situación
en estos tiempos?
Hay quien dice, por
ejemplo, que la contextualización no está en el ambiente del burdel de la obra,
sino en la prostituta que lo regenta, la Garza, mujer de sino trágico, que
sucumbe a sus propios deseos y a sus pasiones. Vista así, sí podría decirse que
es en sí misma un contexto de lujuria, de mando, y, a la vez, que de entrega,
de posesión. Regenta, ordena, y a la vez la vencen sus pasiones. Siente pena,
pero puede ser dura, severa. Frágil en su piedad, resulta trágica, porque sabe
que tiene una finalidad mortal que delimita su existencia. Como el país, y en
esto, la pieza es verticalmente venezolana, mezcla de manera imperceptible, el
drama, la comedia y la tragedia. Las situaciones pasan vertiginosamente de un
género a otro, marcando una dinámica dramática excepcional, desarrollada sobre
un lenguaje escénico de gran pureza. Posee una evolución argumental técnicamente
impecable. Propio de todas las piezas de Román.
¿Tiene
vigencia ese texto o ha sido superado?
La obra ocurre en 1968, y
no sé si por estrategia o por picardía dramatúrgica, específicamente, el 10 de
octubre, día del nacimiento de Román en Mérida, año 1931. Esto demarca ya de
por si un contexto histórico, y, desde luego, social. Pero la obra no habla ni
se recrea en la historia patria. Se desarrolla dentro de su propia circunstancia
argumental. Esa época, siendo la obra estrictamente criolla, se desarrolla
dentro de una Venezuela resplandeciente por el brillo petrolero, que vivía en
la abundancia, en la riqueza, en el derroche. Es significativo que a una de las
paredes del burdel le hayan crecido hongos. Este y otros detalles hablan claramente
de que se trata de una casa gastada, empobrecida y marginal, en medio de ese
mundo de oropel. De otro aspecto de esa riqueza bullanguera y trivial de la
Venezuela de los sesenta, pero sus personajes no están dentro de esa mecánica oficial,
enriquecida, que caracteriza el medio social que los circunscribe. Están marginados,
por lo que no es difícil suponer que posean sus propias formas de vida. Conforman
una especie de estado paralelo, que tiene sus leyes y normas, y en el que la economía
se rige por las cifras escritas en papelitos en los que se anotan los consumos
de los clientes del burdel. La Garza, la dueña, los contabiliza y administra. No
es una economía formal, es un parasistema administrativo propio, en el que está
prohibido que las putas firmen vales, pero, que, sin embargo, y a la usanza del
Estado oficial, se hacen, para extraer a escondidas de la dueña, dinero de la
caja registradora, valga decir, de las arcas del burdel. Hay muchísimas señales
en la pieza, de que pudiera pensarse que se trata de una recreación firme de
una situación país. En el tráfico de influencias, en el ejercicio del poder a
través del sexo, de las relaciones y tratos sobre colchones desvencijados y manchados
de sangre seca. Todas podrían identificar a una Venezuela que luce corrompida, sin
historia. En este sentido, si se puede decir que la obra marca un momento histórico.
Doble elenco
“Delicioso, pero sumamente
difícil, ha sido trabajar con dos elencos.
La Compañía Nacional de Teatro convocó a pruebas a quienes quisieran
participar en ella. Aparte de dos actrices, Aura Rivas y Francis Rueda, quedaron
en el elenco estable unas 30 personas. En este sentido, me tocaba a mí seleccionar a
quienes considerara más adecuados para interpretar la pieza de Román. Tomé una decisión
drástica, que fue aceptada por los directivos, de que todos la hicieran. Ya yo tenía
en mente a Francis para la Garza, a Aura para la Argentina, y a un hombre de teatro
que admiro, Antonio Cuevas. A estos tres personajes les cree nuevas circunstancias
argumentales para, si cabe, robustecer y afianzar aún más sus discursos dramáticos.
Para mí, estos tres intérpretes eran imprescindibles, y, en los tres casos, por
fortuna, en el elenco estaban Daifra Blanco, Norma Monasterios y Trino Rojas,
que también se encuadran perfectamente en los personajes. La exacerbada teatralidad
de Andy Pérez, Jesús Hernández y Ludwig Pineda, encajaban
perfectamente dentro de lo que me propuse. Citlalli Godoy y Larry Castellanos desarrollaron
una dificilísima construcción del Ganzúa. Keudy López fue una verdadera sorpresa,
no lo conocía; él, además, es el encargado de realizar los arreglos y de la interpretación
al piano de los segmentos musicales del montaje, que dirigen Norma y Jesús. Los
acompañan: Francisco Aguana, quien creó una característica para componer el Robín,
y Arturo San no solo interpreta varios personajes, sino que, además, me ayuda
en la dirección del batallón. Juliana Cuervo
y María Tellis interpretan a la Marlene de la obra. Dentro de la maestría de los
actores del elenco, ninguno contaba con las características de pubertad que requieren
dos personajes, Juan y Selva María. Citamos a cuatro actores que forman parte
del emergente, Ángel Pelay, Nitay La Cruz, Marcela Lunar y Oriana Martins, para
escoger a esos dos intérpretes. Los dejamos a los cuatro. Pero la verdadera sorpresa
para mí fue Jean Manuel Pérez; si de alguien pudiera decir que es un intérprete
integral, es de él. Su larga trayectoria en la danza, en la música, siempre en roles
dramáticos, le otorgan las características para interpretar al nada fácil
Jacinto, que emblematizó tanto en el teatro como en el cine, el legendario José
Salas. Con este doble elenco me siento en mis orígenes”.
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