Terminan las funciones de El hombre de la rata en la sala Rajatabla. |
Nada mejor en estos difíciles tiempos que revisar las obras de
los grandes poetas dramáticos venezolanos para abrevar sus enseñanzas y
reemprender el camino en la dura cuesta que implica subir la escalera de Jacobo.
Porque todos ellos, hondamente comprometidos con su país, buscaron nuevas
formas de expresión artística que estuvieran a la par de la apertura que en
todos los órdenes traía la convivencia democrática nacida de la caída del
dictador Marcos Perez Jiménez y el
surgimiento de una tambaleante estructura
sociopolítica.
Y como la ha escrito el profesor José Leonardo Ontiveros, ellos,
César Rengifo, Isaac Chocrón, José Ignacio Cabrujas, Rodolfo Santana Gilberto
Pinto, Román Chalbaud y José Gabriel
Núñez, demostraron con sus piezas teatrales estar muy hondamente comprometidos
con Venezuela y lo exhibieron y nunca
desertaron, desde el primer y el segundo
Festival Nacional de Teatro (1959 y 1961), eventos caraqueños que se convirtieron
en cañones de doble fuelle para acelerar el necesario y reivindicativo cambio, el cual no ha cesado
a pesar de unos cuantos cantos de sirenas.
Dichos autores expresaron sus visiones del mundo a través del
realismo en sus distintas variantes, bien fuese realismo subjetivo, crítico e
histórico. Auténtico lenguaje escénico idóneo y eficaz para cuestionar política
y socialmente al sistema donde, todavía, germina, una incipiente democracia que
propugna los valores de libertad e igualdad.
Esos dramaturgos escribieron sus obras desde ese nuevo modelo
democrático, que en la práctica no lo es del todo, y lograron que emergieran
nuevos discursos teatrales acordes a los nuevos tiempos que se vivían. Las
fórmulas escénicas del pasado, como el sainete costumbrista y los melodramas
burgueses, fueron desestimados para darle paso a nuevas estrategias que
permitieron expresar, en al área de la realidad imaginaria, una nueva visión
del mundo y del entorno. Una tarea que ha sido abordada además por las nuevas
generaciones y hay que hacer hincapié en ese compromiso asumido públicamente.
GILBERTO PINTO
Recordamos a Gilberto Pinto (Caracas, 1929/2011) porque su
producción dramatúrgica está impregnada y cargada de profunda y mordaz crítica
social, política e histórica. Dejó leer y luchó para representar no menos de 19 piezas, como El rincón
del diablo, El hombre de la rata, La noche moribunda, Los
fantasmas de Tulemón, El confidente, Pacífico
45, La guerrita de Rosendo, La muchacha del blue jeans, Gambito
de dama, Lucrecia, La visita de los generales y El
peligroso encanto de la ociosidad, entre otras. Y muere sin estrenar su pieza Mark Crossman regresa a casa,
sobre los soldados gringos que pelearon en Vietnam.
Ahí es donde hay que destacar a
Gilberto Pinto, quien se decantó por un teatro de tesis y de corte dialéctico
que le sirvió para sus fines políticos hasta que culminó su periplo existencial,
tras desarrollar novedosas estrategias escénicas para
cuestionar, fustigar y mostrar las imperfecciones del poder y del establishment
político venezolano imperante en el momento de escribir sus obras.
Durante sus años mozos, durante la compleja década de los 50, cuando
participó activamente en la lucha popular contra la dictadura perezjimenista,
recordaba que “hacíamos teatro contestatario en el día y en la noche nos
entregábamos a las actividades políticas. Hacíamos graffitis y repartíamos
proclamas y propaganda. Y todo ese grupo estaba en una lista negra. Éramos
Rafael Briceño, Héctor Myerston, Humberto Orsini y Román Chalbaud, entre otros.
La llegada de la democracia no cambió nada: siguieron la torturas, los
asesinatos, las represiones y hasta que afortunadamente, vino una pacificación,
pero antes mataron a César Trujillo y Oswaldo Orsini entre otros”, nos lo contó
una semana antes de su muerte.
Pero Gilberto Pito sigue vigente y resulta hasta controversial
como lo demuestra la reposición escénica de su legendario monologo El hombre de la rata, en la sala Rajatabla. Es una
producción del grupo Las tres gracias, actuada por el psicólogo Ángel Pelay,
dirigida por Sheila Colmenares y bajo la producción de Vanessa León.
Este unipersonal,
escrito en el año 1963, refleja la convulsionada sociedad venezolana de los 60
y 70; hace una profunda crítica social y política para aquel entonces. Actualmente
la agrupación teatral Las Tres Gracias retoma la obra desde una visión
contemporánea a través de una puesta en escena dinámica, inteligente e
interactiva que envuelve al espectador en diversas atmósferas y emociones que
pasan rápidamente del llanto a la risa hilarante, de la nostalgia al sarcasmo,
dejando a su paso un cúmulo de preguntas y dando la alerta de que hay que
mirarnos vivir. “Con esta obra la agrupación apuesta a darle voz a los autores
de la dramaturgia nacional y sorprendernos de la vigencia de sus obras”, acota
el correcto intérprete Pelay.
Según Pelay,
su personaje Ismael Peraza es un divertido loquillo que con el pasar del tiempo
se ha escapado de una realidad que le resulta insostenible. Se transforma en
vagabundo y huye vehementemente de la hipocresía, de la manipulación y de las
máscaras sociales que lo atormentan.
El
espectáculo transcurre en una plaza pública a plena luz del día. Ahí Ismael
Peraza, hombre de aspecto desaliñado, en su imperiosa necesidad de satisfacer
sus ganas de hacer pipí busca un urinario, desesperado por su situación decide
orinar en la plaza, pero se percata de que está siendo observado por muchos
ojos (son aquellos del público que se encuentran a oscuras), esto da pie a
Ismael para contar su vida, su transcurrir por la escuela de filosofía, su vida
conyugal, su lucha con la rata (símbolo diverso de las realidades humanas), sus
locuras y hasta su propia muerte. Pensando reflexivamente a través de sus
experiencias, Ismael al final del día se dice a si mismo que un mundo mejor es
posible, pero que hay que luchar hombro a hombro para conseguirlo y quizás
algún día nos liberaremos de la angustia. .
En
El hombre de la rata podemos advertir como Gilberto Pinto aborda el teatro de
tesis o teatro didáctico como fórmula recurrente para estructurar su universo
dramático. Un hombre siente que una rata, la cual de manera abrupta se ha hecho
gigante, lo acosa constantemente. Es un ser esquizofrénico, trastorno que le
produce una serie de perturbaciones obsesivas. Una de esas obsesiones radica en
su persistente idea de que una rata lo amenaza con aplastarlo. Un personaje con
signos claros de deformidad, se encuentra desde el comienzo de la obra en un
gran estado de tensión. Su constante deseo de orinar es producto de toda la
podredumbre que existe a su alrededor y la única manera de poder desintoxicarse
es a través de acto fisiológico de la micción:
Pinto aborda en esta obra el tema del hombre acorralado en una
sociedad unidimensional; realiza una radiografía del hombre moderno inserto en
una sociedad de consumo y aburrido de vivir una vida completamente absurda.
Utilizando como lenguaje escénico el expresionismo: estructura paradigmática
estética del entorno, configuró una obra donde la temática del caos, de la
destrucción y de la muerte, recursos a todas luces expresionistas, se amalgaman
con elementos de carácter filosóficos. Fustiga a los postulados de Descartes,
preceptos a su juicio que han condicionado negativamente al ser humano al
presentarnos una falsa armonía del mundo contemporáneo. Desmonta mediante un
acerado humor negro el principio racionalista del Cogito, ergo sum y
ofrece una contranota que transita por el camino del existencialismo sartreano
(existo luego pienso) y de la dialéctica hegeliana, considera Ontiveros.
Este montaje de El hombre de la rata se presentó en el Festival Internacional de Teatro de Caracas en abril
del 2014 y desde entonces ha estado presente en diversas temporadas de
importantes salas caraqueñas y en diversos festivales en el interior del país.
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