jueves, junio 15, 2017

El hombre de la rata

Terminan las funciones de El hombre de la rata en la sala Rajatabla.
Nada mejor en estos difíciles tiempos que revisar las obras de los grandes poetas dramáticos venezolanos para abrevar sus enseñanzas y reemprender el camino en la dura cuesta que implica subir la escalera de Jacobo. Porque todos ellos, hondamente comprometidos con su país, buscaron nuevas formas de expresión artística que estuvieran a la par de la apertura que en todos los órdenes traía la convivencia democrática nacida de la caída del dictador Marcos Perez Jiménez  y el surgimiento  de una tambaleante estructura sociopolítica.
Y como la ha escrito el profesor José Leonardo Ontiveros, ellos, César Rengifo, Isaac Chocrón, José Ignacio Cabrujas, Rodolfo Santana Gilberto Pinto,  Román Chalbaud y José Gabriel Núñez, demostraron con sus piezas teatrales estar muy hondamente comprometidos con  Venezuela y lo exhibieron y nunca desertaron,  desde el primer y el segundo Festival Nacional de Teatro (1959 y 1961), eventos caraqueños que se convirtieron en cañones de doble fuelle para acelerar el necesario  y reivindicativo cambio, el cual no ha cesado a pesar de unos cuantos cantos de sirenas.
Dichos autores expresaron sus visiones del mundo a través del realismo en sus distintas variantes, bien fuese realismo subjetivo, crítico e histórico. Auténtico lenguaje escénico idóneo y eficaz para cuestionar política y socialmente al sistema donde, todavía, germina, una incipiente democracia que propugna los valores de libertad e igualdad.
Esos dramaturgos escribieron sus obras desde ese nuevo modelo democrático, que en la práctica no lo es del todo, y lograron que emergieran nuevos discursos teatrales acordes a los nuevos tiempos que se vivían. Las fórmulas escénicas del pasado, como el sainete costumbrista y los melodramas burgueses, fueron desestimados para darle paso a nuevas estrategias que permitieron expresar, en al área de la realidad imaginaria, una nueva visión del mundo y del entorno. Una tarea que ha sido abordada además por las nuevas generaciones y hay que hacer hincapié en ese compromiso asumido públicamente.
GILBERTO PINTO
Recordamos a Gilberto Pinto (Caracas, 1929/2011) porque su producción dramatúrgica está impregnada y cargada de profunda y mordaz crítica social, política e histórica. Dejó leer y luchó para representar  no menos de 19 piezas, como El rincón del diabloEl hombre de la rataLa noche moribundaLos fantasmas de TulemónEl  confidentePacífico 45La guerrita de RosendoLa muchacha del blue jeansGambito de damaLucrecia, La visita de los generales y El peligroso encanto de la ociosidad, entre otras. Y muere sin estrenar su pieza Mark Crossman regresa a casa, sobre los soldados gringos que pelearon en Vietnam.
Ahí es donde hay que destacar a Gilberto Pinto, quien se decantó por un teatro de tesis y de corte dialéctico que le sirvió para sus fines políticos hasta que culminó su periplo existencial, tras desarrollar novedosas estrategias escénicas   para cuestionar, fustigar y mostrar las imperfecciones del poder y del establishment político venezolano imperante en el momento de escribir sus obras.
Durante sus años mozos, durante la compleja década de los 50, cuando participó activamente en la lucha popular contra la dictadura perezjimenista, recordaba que “hacíamos teatro contestatario en el día y en la noche nos entregábamos a las actividades políticas. Hacíamos graffitis y repartíamos proclamas y propaganda. Y todo ese grupo estaba en una lista negra. Éramos Rafael Briceño, Héctor Myerston, Humberto Orsini y Román Chalbaud, entre otros. La llegada de la democracia no cambió nada: siguieron la torturas, los asesinatos, las represiones y hasta que afortunadamente, vino una pacificación, pero antes mataron a César Trujillo y Oswaldo Orsini entre otros”, nos lo contó una semana antes de su muerte.
Pero Gilberto Pito sigue vigente y resulta hasta controversial como lo demuestra la reposición escénica de su legendario monologo El hombre de la rata, en la sala Rajatabla. Es una producción del grupo Las tres gracias, actuada por el psicólogo Ángel Pelay, dirigida por Sheila Colmenares y bajo la producción de Vanessa León.
Este unipersonal, escrito en el año 1963, refleja la convulsionada sociedad venezolana de los 60 y 70; hace una profunda crítica social y política para aquel entonces. Actualmente la agrupación teatral Las Tres Gracias retoma la obra desde una visión contemporánea a través de una puesta en escena dinámica, inteligente e interactiva que envuelve al espectador en diversas atmósferas y emociones que pasan rápidamente del llanto a la risa hilarante, de la nostalgia al sarcasmo, dejando a su paso un cúmulo de preguntas y dando la alerta de que hay que mirarnos vivir. “Con esta obra la agrupación apuesta a darle voz a los autores de la dramaturgia nacional y sorprendernos de la vigencia de sus obras”, acota el correcto intérprete Pelay.
Según Pelay, su personaje Ismael Peraza es un divertido loquillo que con el pasar del tiempo se ha escapado de una realidad que le resulta insostenible. Se transforma en vagabundo y huye vehementemente de la hipocresía, de la manipulación y de las máscaras sociales que lo atormentan.
El espectáculo transcurre en una plaza pública a plena luz del día. Ahí Ismael Peraza, hombre de aspecto desaliñado, en su imperiosa necesidad de satisfacer sus ganas de hacer pipí busca un urinario, desesperado por su situación decide orinar en la plaza, pero se percata de que está siendo observado por muchos ojos (son aquellos del público que se encuentran a oscuras), esto da pie a Ismael para contar su vida, su transcurrir por la escuela de filosofía, su vida conyugal, su lucha con la rata (símbolo diverso de las realidades humanas), sus locuras y hasta su propia muerte. Pensando reflexivamente a través de sus experiencias, Ismael al final del día se dice a si mismo que un mundo mejor es posible, pero que hay que luchar hombro a hombro para conseguirlo y quizás algún día nos liberaremos de la angustia. .
 En El hombre de la rata podemos advertir como Gilberto Pinto aborda el teatro de tesis o teatro didáctico como fórmula recurrente para estructurar su universo dramático. Un hombre siente que una rata, la cual de manera abrupta se ha hecho gigante, lo acosa constantemente. Es un ser esquizofrénico, trastorno que le produce una serie de perturbaciones obsesivas. Una de esas obsesiones radica en su persistente idea de que una rata lo amenaza con aplastarlo. Un personaje con signos claros de deformidad, se encuentra desde el comienzo de la obra en un gran estado de tensión. Su constante deseo de orinar es producto de toda la podredumbre que existe a su alrededor y la única manera de poder desintoxicarse es a través de acto fisiológico de la micción:
Pinto aborda en esta obra el tema del hombre acorralado en una sociedad unidimensional; realiza una radiografía del hombre moderno inserto en una sociedad de consumo y aburrido de vivir una vida completamente absurda. Utilizando como lenguaje escénico el expresionismo: estructura paradigmática estética del entorno, configuró una obra donde la temática del caos, de la destrucción y de la muerte, recursos a todas luces expresionistas, se amalgaman con elementos de carácter filosóficos. Fustiga a los postulados de Descartes, preceptos a su juicio que han condicionado negativamente al ser humano al presentarnos una falsa armonía del mundo contemporáneo. Desmonta mediante un acerado humor negro el principio racionalista del Cogito, ergo sum y ofrece una contranota que transita por el camino del existencialismo sartreano (existo luego pienso) y de la dialéctica hegeliana, considera Ontiveros.
Este montaje de El hombre de la rata se presentó en el Festival Internacional de Teatro de Caracas en abril del 2014 y desde entonces ha estado presente en diversas temporadas de importantes salas caraqueñas y en diversos festivales en el interior del país.









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