El teatro de Angola Heredia en escena. |
Temo
a ese día cuando la tecnología sobrepase a nuestra humanidad, porque así el
mundo solo tendrá una generación de idiotas, dicen que dijo el judío Albert Einstein,
el más grande científico del siglo XX, quien no creía en Dios, porque era ateo,
pero si advertía de que existir aquel no estaría jugando dados.
Y cito ahora al maravilloso Einstein porque
vive y existe en esta vivaz Venezuela un director y productor teatral, José Tomás
Angola, quien insiste, tozudamente, en hacer sus montajes aplicando las más modernas
tecnologías teatrales existentes, las cuales no todos sus coterráneos dominan o
conocen, como pueden ser la iluminación, el video, el multimedia y mapping,
estereoscopia virtual, digitalización y virtualización de personajes y
escenografías, etcétera. Ver uno de sus montajes es una experiencia totalmente
diferente a los que hacen o se exhiben en otras las salas caraqueñas.
Se trata, pues, de una creación de Angola
Heredia, todo un artista sensato, profundamente comprometido con la sociedad
venezolana, quien no le teme a los incesantes desarrollos tecnológicos
aplicados al arte teatral, porque así busca la mayor y la mejor comprensión y satisfacción
de sus espectadores, porque él, como lo predicaba Carlos Giménez, ha sabido
combinar la dirección con la producción, columnas básicas para el teatro contemporáneo
en el mundo, aunque en Venezuela eso se esté ignorando.
Y la
prueba de que Angola Heredia ha combinado sabiamente la tecnología y la eterna
y perene humanización del milenario arte teatral, está presente en su más
reciente espectáculo, El molino, que
es la saga del capitán José de Jesús Sánchez Carrero, cuasi mítico militar venezolano
que luchó a favor de la Legión Extranjera Francesa y murió en el Chemin des
Dames a un mes de finalizar la Primera Guerra Mundial (1914/1918), defendiendo
el Molino de Laffaux, en el norte de Francia.
El molino es
un drama histórico antibelicista sobre el honor y los héroes de esa Gran
Guerra, para lo cual ha requerido de Manuel Troconis (iluminación), Ángel
Fernández (sonido), José Martínez (video, multimedia y mapping), Fabiola Neri y
Elizabeth Yrausquín (vestuario), quienes son sus importantes actores-tecnológicos.
Contando además con las conmovedoras actuaciones, de carne, hueso y sangre de
un ejemplar Ignacio Serrano, como José de Jesús Sánchez Carrero; Andrea Mariña,
interpretando a Nicole; Andrea Miartus, representando a la Esposa; Carlos
Abbatemarco, dándole vida al soldado viejo; Salvador Pérez Castro, encarnando al
veraz Paul Steiner; e Ignacio Marchena en la voz del soldado joven. Asimismo,
con el profesional Carlos Silva en la producción general. Un equipo de lujo
para aplaudir en el teatro de la Asociación Cultural Humboldt, en la calle Juan
Germán Roscio, en San Bernardino
Este regalo a la sensibilidad antibélica que
es El molino, de Angola Heredia, ofrece
música original de Kevin MacLeod, compositor norteamericano, creador de más de
2000 piezas musicales libres de regalías, varias de las cuales fueron incluidas
en la película Hugo.
En El molino el estruendo de los cañones se
acompaña con utilería real de la Primera Guerra Mundial, para recrear una trama
de ficción construida a partir de una historia verdadera, dividida,
narrativamente, en cuadros que alegan en contra de las muertes absurdas
ocurridas en las guerras, bajo consignas de honor y heroísmo.
Apoyados
en el libreto de El Molino hemos rescatado
algunos textos que muestran el sentir humanista de esos artistas y sus técnicos
ahí comprometidos: “Quien no tiene un motivo para morir, no tiene un motivo
para vivir”. Pero una de las premisas de
El molino que para nosotros define
la globalidad del espectáculo, es cuando el legionario venezolano le dice a su
rival alemán: “En la guerra no hay compañeros. Sólo hay gente que dispara de un
lado y gente que dispara del otro. Uno simplemente se para con los unos o los otros
y ruega haberlo hecho del lado de los que ganarán. Esa es la guerra mi buen mariscal”.
Ver,
pues, El molino es disfrutar de un
texto, bien dicho, apoyado o ayudado por imágenes y acciones que nos llevan a
una sala de cine o ante un televisor gigante, logrando así esa catarsis tan necesaria
para que sus predicas penetren o calen en los sentidos y en las siquis de la múltiple
audiencia. Es un regalo ver El molino
porque es buen teatro, tecnológicamente ayudado o apuntalado para evitar que
los venezolanos seamos tomados por idiotas.
¡Texto
y espectáculo muy oportunos para los tiempos que vivimos en esta patria de
Bolívar!
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