El teatrero Rubén Joya. |
Rubén Joya López
(Maracay, 25 de abril de 1970) ganó el Premio Nacional de Dramaturgia Apacuana
2018 y durante la temporada 2019 de la Compañía Nacional de Teatro está en su
programación del venidero mes de julio, bajo la dirección de Carlos Arroyo. Se
trata de Fin de mundo.
¿Dónde nace y cómo fue su infancia y
primera juventud?
Como dijo el poeta Víctor Valera
Mora: “Nací de parto bravo…” y así fue como después de 15 horas salí a este
mundo en Maracay. Mi infancia vive entre una familia
trabajadora que hereda una mezcla más allá de la orilla caribeña y entre amigos
de varios sitios por la mudanzas, nos establecimos en un hogar con ciertas
comodidades de rigor y a la moda de ese entonces. Me inscribieron en deportes,
como el béisbol, pero nunca tuve la inquietud de asegurarme nada ahí, así que
la natación me ofreció el gusto por el agua y competí durante ocho años donde
obtuve premios, medallas y récords reconocidos. Mis padres se fueron al
extranjero a un viaje de visita y cuando regresaron me trajeron lo que se llama
un “View Master”, una especie de proyector con varios discos de ese entonces,
para mí fue de una gran emoción, así que invité a varios amigos a ver
“películas” y luego hacíamos dibujos de lo que veíamos. Yo hacía historias, que
no eran relatos ni cuentos (lo sé ahora) y las ilustraba. Más tarde, compraron
una colección de cuentos, otros temas y mi madre en algunos viajes nos leía a
mi hermana y a mí, asunto que me permitió después leer todos los libros llenos
de fantasías, aventuras, seguir dibujando y escribiendo sobre lo que imaginaba.
Hacia también, pequeñas escenografías, eso porque mi tía Teresa era maestra de
preescolar y tenía una colección de libros de esa naturaleza incluso cuentos
que los abría y tenían en su contenido formatos que se armaban al abrirlos. Mi
tía, era una mujer rebelde, conoció a personalidades como el Che Guevara por
sus viajes, y estaba rodeada siempre de artistas y una música “extraña” de
gente con palabras bonitas, es decir, de poetas. Más crecido, fui con ella a
varias partes y conocí un movimientos de “poetas malditos”, artistas plásticos,
músicos, en fin, me fue absorbiendo un mundo que no tenía en cuenta sino solo
en mi imaginación.
¿Cómo llega al teatro y por qué tanto
ahínco para ser el mejor o el más útil?
Mi tía me llevo a ver una obra
infantil en Caracas, luego en el liceo nos reunimos varios a formar un grupo
entre bailes y representaciones sin ninguna orientación técnica, solo el
impulso de querer recrear, por ejemplo, a Pedro Navaja y mis amigos tocaban
algunos instrumentos. Me fui integrando a ese movimiento personal que nacía en
mí, y fui a dar a Coprocine, pero no pude inscribirme, desde temprana edad
empecé a trabajar, así que me compre una betamax, veía películas, copiaba ciertos
parlamentos, me los aprendía, baile “breakdance”, pintaba mis franelas, hice un
juego en cartulina con dados, escribía cosas existencialistas que no iban a
llegar a ser nada, así que mis padres veían un “desvío” de las reglas naturales
al darse cuenta de mi preferencia por el arte. La rebeldía se hizo y los
obstáculos fueron la prueba de crecimiento y decisión absoluta en lo que
quería. En la universidad privada, estudie Turismo y ahí estaba un grupo de
teatro y de inmediato me acerqué, estaban muchachos y jóvenes con cierta
experiencia teatral, y el grupo estaba entre los más destacados de Aragua; sin
dudar fue mi escuela, mi refugio y la grieta frente al muro. Pude, entonces
compartir lo que escribía, realizar talleres e iniciarme definitivamente en el arte
dramático, y en los audiovisuales dispuestos a colocar en la vida lo que no
tenía nombre. ¿El mejor? Bueno si voy por ese camino es que soy un compendio de
los mejores, una síntesis de creación verosímil.
¿Ha ganado anteriormente otros
premios?
Fíjate, en estos días
reflexionaba cuantos premios han ganado los artistas; eso que reciben aplausos
y dejan una huella imborrable en la memoria histórica del teatro, y nunca han
recibido una premiación en físico o en metálico; Creo que son, somos ganadores,
pero si voy al terreno concreto he recibido el premio del Concurso
Nacional de Dramaturgia “Gilberto Pinto” 2017 con la obra Viejo Año,
un premio al mejor actor de reparto en el Ecofilms 2018 donde compiten varios
cortometrajes y ahora este premio Apacuana, el cual recibo con emoción y
sencillez.
¿Esta obra que le premia la CNT qué
es y qué persigue?
Pues me han dicho: sigue, no te
detengas porque llegar apenas es un suspiro. Creo que es un gran estímulo a la
creación, a visibilizar esfuerzos engavetados, y me inquieta mucho más saber
que tanto puedo ofrecer a quienes les interesa escribir o hacer teatro. El
premio, en fin, es reconocer y encontrarnos en la palabra frente al mundo
insensato y una asociación espacio- tiempo inolvidable. Además, tenemos el derecho
de continuar expresando y esta es una de las oportunidades para ofrecerle a la
vida algo más interesante; a veces, hay que inhabilitar lo cotidiano,
traicionar la lógica; el hecho real por sí me fastidia. Hay que motivar a crear
otros concursos con una línea de montaje, o lo que esté al alcance para que a
obra salga a la luz, como un parto bravío.
¿Puede resumir la temática y la
argumentación de Fin de mundo?
El tema es la opresión frente a un
mundo que decide cambiar y vuelve a reincidir tanto en lo que aspira, como en
lo que intenta y va dejando a su interés. Presenta una estructura con cuatro
obras cortas, concatenadas que llamo cuadríptico, pues, su composición es
importante dentro de la relación temática. Es una obra atemporal,
con visos absurdos, con un ambiente de guerra, personajes enigmáticos dentro de
un lenguaje particular y realista. Es un ejercicio poético de la desdicha y la
esperanza que se desarrolla en un entramado de teatro, música, danza,
performance. Hay que vivir el teatro para entender qué nos está pasando y que podemos
reflexionar al menos en torno a eso.
¿Hay más obras escritas o tienes más
proyectos para desarrollar?
He escrito varias obras, incluso
algunas han sido estrenadas como por ejemplo, Tacones seguros, Independencia
una historia de hoy, Una tarde gloriosa, Los
nadie (homenaje a Eduardo Galeano), una breve obra
infantil El cochinito desobediente, obras cortas para espacios de
calle y no convencionales, otras para Radio Teatro, algunas por encargo
como Poseidón en el cual fui su coautor y se presentó en una gira
por varios estados del país.
“Quiero escribir una pieza donde
refleje un contexto de niños, es decir, actores representando a niños de la
calle o sin refugio, además de toda esa imaginación lúdica, también llevo adelantado
un tema sobre el petróleo y sus vaivenes históricos, quiero fortalecer mi
ejercicio escritural en el guion para cortos y largometrajes, así como este año
ser parte dela Compañía Nacional de Teatro ¡Qué gran sorpresa! Y quizás ser
sorprendido de nuevo, quizás, como actor de Fin de mundo, o sea, de
mi propia obra”.
¿En un país donde el profesional del
teatro no sobrevive fácilmente, que hace usted para ayudarse?
La subjetividad siempre ayuda, es un
motor para seguir creando sin que las criaturas cotidianas te encadenen al
suelo. Pero hay que formalizar los sueños, tratar de que tengan un espacio
terrenal, y eso amerita colocarse paralelamente en otro oficio por ejemplo en
la docencia, como facilitador de procesos de aprendizaje, también como
productor o más bien, “entrompador” para lograr viabilizar políticas en
colectivo acordes con las acciones que pueden impulsar condiciones creativas
con más posibilidad productiva.
¿Qué perspectivas tiene o trabaja
para realizar?
Concebir un teatro más integrado,
desde la escritura como en la puesta en escena; trabajar por un movimiento que
pueda generar acciones en torno al arte dramático, como festivales, muestras,
formación, como ya lo habíamos hecho en gran parte. El teatrista, siempre tiene
algo pendiente. Siempre tiene una desobediencia ante lo maltrecho, frente a la
opresión; El dramaturgo, frente a los desajustes, eso nos da un escenario para
repensarnos en todos los ámbitos tanto educativos, como socioculturales.
Debemos vernos en la realidad concreta, y convertir todo lo que acontece en un
riesgo mucho más creativo. Debemos vernos frente al espejo pero no para
contemplarnos, parafraseando a Octavio Paz, el espejo es el destino donde nos
realizamos.
¿Por qué la actividad cultural de la
provincia no llega en cantidad y con más frecuencia hasta Caracas?
Yo creo que a caracas le queda lejos
la provincia. Dentro de esta “provincia” Maracay, por ejemplo, el
talento es una potencia para el mundo, claro y en toda Venezuela, pero la
actividad caraqueña se regodea de luces y colores entre amigos y amigas de la
capital. No quiero ser arrogante, pero esta ciudad ha hecho de la historia
teatral un libro relevante para el país y Sudamérica. Hace unos años escribí un
proyecto para que Aragua y Caracas se encontraran en un circuito, mucho antes
del circuito de Caracas, ahora estas fronteras necias y mal entonadas, deben
desaparecer; si bien es cierto que Caracas tienes espacios o salas convencionales
de diferentes formatos y características propicias y no, tal vez no hemos visto
o fortalecido las relaciones entre artistas que sufren, padecen y sueñan, y por
otro lado las relaciones interinstitucionales que pueden establecer vínculos
con las organizaciones o agrupaciones de los estados, así como canalizar su
centralismo, una lluvia de ideas que inunde la apatía gubernamental con
respecto a la cultura en ciertos lugares. Yo me pregunto ¿Qué se centraliza?
¿Qué se retiene? Porque las ideas van libres y propiciamos una soberanía hasta
intelectual. Si revisamos la historia reciente, Maracay es forjadora de ideas
rebeldes que forman parte de grandes debates nuestro americanos.
“Hay que dejarse de tanta pendejada,
porque aquí como allá laten corazones que guardan secretos, una especie de
calidoscopio de escenas, un drama detrás, un olvido, un adiós, una
realidad inhabitable y otra dispuesta a seguir creyendo junto al
espectador. No hagamos que el horizonte se obstine. El escenario, es nuestro; necesario
es vernos. Un aplauso para todos”.
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