El histórico monólogo de Marina Baura , dirigido por Carlos Omobono. |
Está convertido en cenizas, “porque polvo eres y en polvo te
convertirás”, como lo enseña el cristianismo. Pero legó un enorme legado
literario con millones de líneas que escribió especialmente para su
conglomerado latinoamericano, con mayor o menor fortuna, para invocar los espíritus
esquivos de la poesía, y tratar de dejar así, en cada palabra, el testimonio de
su devoción por las virtudes de la adivinación, y por su permanente victoria
contra los sordos poderes de la muerte. Se marchó convencido de que su intento
no fue en vano, ya que practicó, sin
excesos y con muchísima calidad, que la
única prueba concreta de la existencia del hombre es la poesía.
Ese poeta, que no es otro que el periodista y escritor Gabriel
Garcia Márquez (Aracataca, 1927- Ciudad de México, 2014), quien vivió años
difíciles en una Caracas histórica, cuando era indocumentado y desconocido,
donde se fortaleció su talento y después mereció el Premio Rómulo
Gallegos por su novela máxima, Cien años
de soledad, por la cual una década más tarde recibiría el Nobel de Literatura 1982.
El teatro venezolano, al cual injustamente han
calificado como “el pasajero del último
vagón del tren del progreso”, con modestia y sin alharacas, tiene en su
historia sendos montajes con obras del Gabo: El coronel
no tiene quien le escriba, una especial versión escénica de Carlos Giménez
sobre la noveleta homónima, en la temporada 1989 y Diatriba de amor contra un hombre sentado, el único monologo que
se lo conoce, puesto en escena por Carlos Omobono, durante el 2008, con la primera actriz Marina Baura.
EL CORONEL
“La esperanza fallida, la ilusión rota en
promesas no cumplidas, en asaltos a la honestidad y en pactos de muerte. Una mujer
y un hombre unidos por el fracaso. El hijo muerto, la casa hipotecada, la
pensión que no llega; la
dignidad como coraza, para negar el horror de que ya no hay futuro… Acercarse
al texto de El coronel es introducirse en el drama de la sociedad latinoamericana.
Y hemos querido hacerlo con rigor, sin concesiones a los arquetipos
‘revolucionarios; de una fiebre perdida…”. Con esas palabras, Carlos Giménez introducía al espectador del Festival
de Spoletto en una de las puestas en escena más memorables del grupo Rajatabla,
una de las grandes joyas del teatro venezolano: El coronel no tiene quien le
escriba.
Un anciano coronel, inventado y teatralizado por
Gabriel García Marquez y Carlos Giménez, nunca recibe la carta del
Ministerio de Guerra de Colombia sobre su pensión como veterano combatiente
y, por supuesto, la miseria y la soledad los consume a él y su
mujer, dejando a no se sabe quién el gallo por el que mataron a su hijo Agustín
en la gallera. Esa saga -bajo las lluvias de octubre en un poblado colombiano a
la rivera del gran rio, durante los años 50 del siglo XX- subió a los
escenarios venezolanos y después recorrió al mundo, especialmente cuando el
Gabo reconoció que esos eran sus personajes y que él nunca los había visto de
carne y hueso.
El texto teatral de El
coronel no tiene quien le escriba fue revisitado e interpretado con
imágenes y frases de La hojarasca, Los
funerales de la mama grande y esa
atmósfera penumbrosa y mágica de Cien años de soledad. El coronel y su esposa, además del médico, no tienen nombres, son
símbolos de sectores de la sociedad colombiana o latinoamericana, pero
Agustín, así como otros personajes claves de la anécdota, tiene
nominativos.
No es panfleto. Es una sobria y amarga reflexión sobre la historia de un
viejo militar retirado que pudo lucrar con los trofeos económicos de la
revolución en la cual participó, pero quien opto por ser honrado y
esperar una pensión. Es una denuncia sobre la desidia de los gobernantes
latinoamericanos empeñados en tener en condiciones similares al más
salvaje e inhumano esclavismo a sus ciudadanos.
El coronel no tiene quien le escriba, 25 años después de su estreno
en el Teatro de la Opera de Maracay y el Festival de Spoletto, sirvió para inaugurar el
teatro Bolivar y el Festival de Teatro de Caracas, y próximamente hará temporadas
en otras salas de Caracas y el pais.
De acuerdo con Carlos
Scoffio, productor general y ejecutivo de la obra, es muy emocionante celebrar
los 25 años de esta obra de Giménez, que marcó una gran pauta en el teatro
venezolano al mostrar vívidamente el modo de ser latinoamericano reflejado en
esta y otras novelas de este legendario escritor colombiano y universal.
Marina Baura monologa
Marina Baura (Julia Pérez, Vigo, España, el 1 de noviembre
de 1941), “estrella” de la mejor televisión venezolana exhibida durante en los
últimos 50 años, aceptó trabajar con el director Carlos Omobono, y el joven
actor José Alex Romero, para encarnar a
Graciela, obstinada colombiana que después de 12 años de matrimonio opta por
deshacerse de su marido, tal como lo escribió Gabriel García Márquez en Diatriba
de amor contra un hombre sentado, el
único monólogo que se le conoce al Nobel de Literatura 1982.
Un texto que no es otra cosa que el conflicto entre la dicha pública y la infelicidad privada de la mujer que pretende festejar sus bodas de seda, pero Graciela se quita la máscara y descarga sus frustraciones y en especial arremete contra la frialdad íntima del esposo -“se nos agotó el amor de tanto usarlo”, como dice la canción- al parecer cansado de ella, quien aún es diestro seductor de jovencitas y posiblemente menos poderosas económicamente. Este monólogo, estrenado hacia 1988 en Buenos Aires y ocho años después en Bogotá, es una bella pieza literaria. Un exacerbado alegato sobre la infelicidad de la mujer que lo tiene todo, menos la paciencia ante la desaparición del amor que la unió a su marido. Ya la agrupación Rajatabla busca los derechos para llevarlo a escena con la actriz Verónica Arellano.
Un texto que no es otra cosa que el conflicto entre la dicha pública y la infelicidad privada de la mujer que pretende festejar sus bodas de seda, pero Graciela se quita la máscara y descarga sus frustraciones y en especial arremete contra la frialdad íntima del esposo -“se nos agotó el amor de tanto usarlo”, como dice la canción- al parecer cansado de ella, quien aún es diestro seductor de jovencitas y posiblemente menos poderosas económicamente. Este monólogo, estrenado hacia 1988 en Buenos Aires y ocho años después en Bogotá, es una bella pieza literaria. Un exacerbado alegato sobre la infelicidad de la mujer que lo tiene todo, menos la paciencia ante la desaparición del amor que la unió a su marido. Ya la agrupación Rajatabla busca los derechos para llevarlo a escena con la actriz Verónica Arellano.
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