El teatro histórico es altamente didáctico y de mucha responsabilidad |
La periodista Sandra Commisso publicó el pasado 10 de abril, en el diario Clarín de
Buenos Aires, esta crónica, la cual republicamos aquí por ser de importancia para Venezuela.
Ellos tuvieron el poder y la gloria.
Ellas, tan sólo algunas referencias en algunos libros de historia. Sin embargo,
Rosita Campusano y Manuela Sáenz fueron mucho más que las amantes de José de
San Martín y Simón Bolívar. El relato oficial les dio ese lugar, pero quienes
indagan un poco más allá, se encuentran con dos figuras fuertes, rebeldes y
osadas que jugaron roles fundamentales en la independencia de los países
latinoamericanos. Así las retrata Guayaquil, una historia de amor,
la obra de Mario Diament que dirige Manuel Iedvabni en el Teatro del Pueblo
(sábado y domingo a las 20). Georgina Rey y Ana Yovino son quienes le ponen el
cuerpo a estas mujeres (Rosita y Manuela, respectivamente), adelantadas y
relegadas por el machismo histórico.
Los roles de los próceres en la pieza
de Diament están a cargo de Edgardo Moreira (San Martín) y Pablo Razuk
(Bolívar). Ambos retratados en el momento previo al encuentro que ambos
Libertadores tuvieron en Guayaquil, el 26 y 27 de julio de 1822. En la ficción,
se muestra lo que pudo haber sucedido antes y el papel fundamental que tuvieron
Campusano y Sáenz en el desenlace posterior. Y todo teñido, claro, de pasiones
prohibidas y secretas entre los hombres detrás del bronce.
¿Cómo fue el proceso para rescatar
estas figuras femeninas para el escenario con todo lo que no está dicho sobre
ellas?
Yovino : Lo primero que hicimos, actores y director, fue buscar el perfil
humano de estos héroes, descubrirles sus costados débiles y pasionales. Estas
mujeres fueron de avanzada por varios motivos: ejercieron su libertad sexual de
una manera impensada para su época y además, tuvieron un rol político muy
fuerte. Ellas eran espías y se jugaban la vida constantemente.
Rey : Ellas,
junto a otras muchas mujeres, formaban un ejército femenino que se acostaba con
los soldados españoles e ingleses para obtener información crucial. Realmente
se arriesgaban en cada acción que hacían. Fue una experiencia muy interesante
meterse en esta otra dimensión de los personajes que figuran en la Historia.
Yovino : Con estas mujeres (como con los hombres) lo colectivo estaba por
sobre sus historias personales. Ellas realmente tenían una fuerte influencia
sobre estos hombres y fueron importantes para salvar la causa que ellos
emprendieron.
Rey : Estas mujeres
y hombres estaban haciendo una Revolución y eso implica sentimientos
apasionados. En ese sentido, es natural que aparezca también la pasión sexual.
Vivían con cierta adrenalina, sentían admiración mutua, convivían con la muerte
en los talones, siempre en armas. Se jugaban en todo: en la guerra y en el
amor.
¿Fue difícil rastrear datos concretos
de estas mujeres? ¿Eso les dio más libertad para actuarlas?
Yovino: La historia es machista y las hizo casi invisibles. Mientras ellos
obtuvieron el bronce, ellas terminaron en la indigencia, como el caso de
Manuela Sáenz. A ella se la conoce como la Libertadora del Libertador, porque
le salvó dos veces la vida a Bolívar. Sin embargo, en su tiempo, no tuvo ningún
tipo de reconocimiento.
Rey: No fue sencillo
encontrar material. De estos personajes está llena la Historia en todo el
mundo. Ellas fueron las primeras feministas y mostraron doble coraje: para la
política y para la sexualidad.
Interpretar personajes reales,
históricos, ¿les plantea otra responsabilidad?
Yovino: A mí me interesaba anclarla sobre todo en la historia específica que
está contando el autor. Fue una manera de poder abordarla con menos prejuicios.
Además, Rosita y Manuela fueron amigas. Ellas eran compinches y compartían el
mismo compromiso por la causa y el mismo entusiasmo por la vida. También, como
lo marca la obra, estaban preocupadas por el posible enfrentamiento entre San
Martín y Bolívar. Les importaba lo que eso podía desencadenar. Y ahí es donde
se juntan todas las pasiones: los enojos, los celos, las traiciones y las
intrigas.
Rey: El hecho de que
hayan sido mujeres de la vida real le dio otro matiz al trabajo, sin dudas. Por
eso yo me concentré en entender lo que les podía pasar a estas mujeres en lo
cotidiano. Me sirvió saber qué cosas hacían para saber cómo eran. Vivían con
cierta urgencia, al límite y eso había que reflejarlo.
La historia plantea cruces amorosos
entre personajes y le da a la Historia cierto aire de culebrón que los vuelve
más humanos e interesantes.
Rey: Es que era así
realmente. Ellas estaban acostumbradas a compartir hombres. Y por otra parte,
tenían cierta sed de poder, pero eso está mal visto (y en esa época mucho más)
para el mundo femenino.
Yovino: Es que lo más interesante es mostrar cómo estos héroes también se
enamoran. Eso, en general pero sobre todo a ellas, las vuelve más vulnerables
para la lucha, pero no por eso menos inteligentes.
Eran mujeres fuertes en muchos
sentidos y eso se reflejaba en su forma de amar, inevitablemente.
Rey: Claro. Sus
vínculos amorosos eran muy importantes. No eran mujeres habituales, hay que
recordar que tenían una formación, manejaban el lenguaje y en la intimidad, a
estos hombres los trataban como pares. Eran conscientes de su rol y tomaban
posición de su lugar más allá de lo que pasaba en la cama.
Yovino: En la cama, también se debatían las ideas. Creo que en ese sentido,
ejercieron su libertad auténticamente. Pero no fue fácil, tuvieron que pelearla
mucho. Y pagaron su precio también.
Rey: Estas mujeres
desplegaron como pocas el desparpajo femenino e hicieron elecciones fuertes.
Además, tenían humor porque todo estaba tan a flor de piel y era una manera de
aliviar las tensiones constantes, el riesgo de estar siempre al filo. Toda esa
energía revolucionaria es lo que quisimos llevar a escena.
Los padres de la Patria
¿Cómo es prestarle el cuerpo a un prócer para subirlo a un
escenario y mostrarlo en su faceta más carnal? “Interpretar este personaje no
fue como con otros”, dice Pablo Razuk, el Simón Bolívar de la ficción de Guayaquil,
una historia de amor. “Además de sentirlo cercano en sus ideas, me gustó el
hecho de que fuera una ficción, un momento recortado de su vida. Eso me dio
libertad para ponerme en sus botas y jugar. Además, acá son ellas las que están
en primer plano”. El Bolívar de Razuk maneja mucho la ironía y tiene un ego
enorme. “Jugué con esos rasgos. Él tenía en su escritorio muchos retratos
firmados por él que regalaba. Además medía 1,50 metros, era buen bailarín y
jinete, un seductor: tenía a todas las mujeres a sus pies. Alguien que vivía
entre guerras, pensante e impulsivo a la vez. Traté de buscar cuánto había de
él en mí para potenciarlo y después sumarle lo más ajeno”. Para el actor, la
reivindicación de lo femenino que plantea esta obra le suma color y realismo.
“Bajarlos del bronce para mostrarlos en su humanidad, los acerca”.
Para Edgardo Moreira, hacer de José de San Martín fue un reto
similar. “Indagué en su salud: sufría asma, artritis y úlcera. Tomaba
medicamentos homeopáticos y láudano cada mañana como analgésico. Todo eso me
ayudó a pensar cómo era un día suyo”, dice Moreira. “Y a partir de ahí, empecé
a tratar de ver cómo eran sus relaciones amorosas y cómo influía todo eso en su
conducta”, cuenta. El San Martín que aparece en escena es un hombre con la
barba crecida, un poco desprolijo, cansado y sufriendo dolores. ”Busqué entrar
al personaje desde todos los costados menos por el racional. La pasión
atraviesa todo lo que uno hace y este hombre era un apasionado. La vinculación
entre ellos en esta ficción es casi como un intercambio “swinger”. “Eran
personas con una vida complicada, siempre librando batallas y apremiados por el
tiempo. Y eso también abarcaba sus relaciones sentimentales y sexuales. Eran
como las estrellas de rock de la época. Me parece un hallazgo del autor y del
director, enfocar en primer plano el rol de estas mujeres en la vida de estos
próceres”, opina Moreira. “El poder verlos así de vulnerables, con todas sus
debilidades y partes oscuras expuestas, los vuelva más respetables en su
grandeza”.
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