La actriz Lucrecia, la autora Uva, la actriz Soraya y la directora Virginia |
“Mientras más años tengo más creo en
la cultura de los compromisos, las urnas, los referendos, el estado de derecho.
No creo ni en las balas ni en las botas para
resolver los problemas de una nación. Rechazo la violencia. Pero comprendo que
la democracia es un pacto social que tienen que cumplir el gobierno y la
oposición. Cuando hay abuso de poder, surgen las revoluciones, que por lo
general acaban mal…”
Así se expresa la escritora cubana Uva
de Aragón, de visita en Caracas para presenciar la versión teatral de su novela Memoria del silencio, estrenada en la UCAB,
bajo la egida de Virginia Aponte
y con la participación de los actores Soraya Siverio, Lucrecia Baldaser, Unai
Amenabar y Carlos Domínguez.
-¿Por qué escribió la novela Memoria del silencio?
-Me era importante ponerme en la piel
de una mujer más o menos de mi edad que hubiera vivido en Cuba la vida que yo
hubiera podido tener si me hubiera quedado, y al mismo tiempo contar mi propia
historia, y que al final los de la Isla y los del exilio se respetaran,
perdonaran, reconciliaran. Fue una especie de exorcismo que me ayudo a sanar
heridas y a poder viajar a mi país con el corazón abierto. La novela fue muy
bien recibida por lectores en la diáspora y los que la pudieron leerla en Cuba.
Muchos en ambos lados me han hecho el mismo comentario, que leyeron la mitad
como si fuera su autobiografía y la otra mitad le puso un rostro humano a los
de la otra orilla, que antes no sospechaban.
-¿Satisfecha del teatro logrado?
-Muy satisfecha. Virginia Aponte ha
hecho una dirección impecable y los actores son de primera. Sin olvidar la
contribución del equipo de apoyo. La primera función me la pase llorando pues
emociona ver a los personajes que uno ha creado cobrar vida en el escenario. Los demás días lo que más me ha
impactado ha sido la reacción de los estudiantes y de cómo les llega. Me ha
hecho comprender que mi historia de desencuentros y reencuentros entre hermanos
trasciende lo cubano. Eso sin duda anima a un escritor a seguir creyendo en el
valor de las ideas y las palabras.
- ¿Qué espera ahora?
-En lo personal, ver graduar a mis
nietos en la universidad y tal vez llegar a ser bisabuela. Viajar a algunos
lugares que no quisiera morirme sin ver. En lo literario, espero con ilusión la
edición de la novela Memoria del silencio en inglés, la cual que saldrá en el
otoño, y quisiera que la obra de teatro se presentara en Miami, Nueva York y La
Habana. Desearía escribir tres o cuatro libros
más que tengo aun dentro. Deseo para Cuba, Venezuela y el mundo menos violencia y más paz, conciliación de criterios, justicia
social, desarrollo sostenible, tolerancia con el otro. Mi única manera de poder
contribuir a ese mundo mejor que sueño es con mi pluma…o, más bien, mi
ordenadera.
Familia de escritores
Nació en la Habana el 11 de julio de
1944. Ernesto R. de Aragón, su padre, era médico al igual que el abuelo paterno.
Por la rama de la madre, Uva Hernández Cata, es de una familia de escritores y el más distinguido fue el abuelo Alfonso. Su tía
materna, Sara, periodista, le puso una pluma y un cuaderno en la mano a los
nueve años y le dijo: escribe. Así empezó su vocación literaria. Tenía tres medios hermanos mayores del
primer matrimonio de Ernesto. Sus padres tuvieron tres niñas y Uva es la
del medio. La primera enseñanza y parte del bachillerato fue en La Habana, en
colegios laicos, progresistas, bilingües. Terminó la secundaria en Washington
DC. No comenzó hasta los 35 años en la universidad. Terminó un doctorado en
literatura hispanoamericana en la Universidad de Miami. Vive en Florida.
Exilio
Su papá murió cuando tenía nueve años
y la madre se casó, de nuevo, con Carlos
Márquez Sterling, intelectual y político que se opuso a Batista y Castro. Fue
muy perseguido por ambos y al triunfo de la Revolución se hizo necesario salir
del país. Primero salió su madre con la hermana menor de siete años y Uva que
acababa de cumplir 15. Tuvo la dicha de tratar en Cuba a Rómulo Gallegos y Andrés
Eloy Blanco, cuando estuvieron exiliados en Cuba alrededor de 1948, Incluso Andrés
Eloy le escribió un bellísimo poema a su tía, Palabreo de Sara Cata y la novela de Rómulo, Una brizna de paja en el viento está dedicada a ella y a Raúl Roa, intelectual
cubano. Años más tarde su
abuela, la tía Sara y otros dos tíos vivieron su exilio en Venezuela y aquí
están enterrados. Fue muy difícil su adaptación en Estados Unidos porque creía
que regresarían pronto a La Habana. Vivió reducida con sus padres y la hermana pequeña en un
apartamento y en el mayor anonimato, sin conocer a nadie. Pasaron muchos
apuros. Sus padres no hablaban inglés y tuvo que ayudarlos a resolverlo
todo. Pero lo peor fue
siempre la separación de la familia. Nunca más con su hermana celebraron juntas
unas Navidades con sus padres.
Enfermedad incurable
“He sufrido un profundo desarraigo
siempre. Creo que el escritor vive un doble exilio. Es muy difícil hacerse
escritor en español en un país en que se habla otro idioma y yo decidí muy
joven que hay una conexión muy íntima entre escribir en español y sentir en
cubano. Escribo dentro de una historia, una herencia familiar, nacional, cubana,
latinoamericana, española. Identidad e idioma tienen una misma raíz. La lengua es la patria del escritor. A menudo digo que yo resido en
Estados Unidos pero siempre he vivido en Cuba. Ser cubano es una enfermedad
incurable, hereditaria y a veces contagiosa. Me casé en Nueva York con el novio que había dejado en Cuba. Mis dos hijas
nacieron en Washington, DC y mis cuatro nietos en Miami. Me divorcie hace más
de 20 años, pero seguimos siendo una familia muy unida. Mi ex marido es mi
mejor amigo”.
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