Jorge Souki a lfrente de un joven y valioso trio actoral |
El
caraqueño Jorge Souki llegó de segundo en el Primer Festival de Jóvenes
Directores del Teatro Trasnocho con su espectáculo Julia,
inspirado en la pieza original de August Strindberg. Ahora hace temporada, en
Espacio Plural hasta el 10 de mayo, con los actores Vanessa Morr, José Ramón
Barreto y María Fernanda Meléndez en los roles protagónicos; funciones: sábado,
9PM, y domingo, 4PM.
Cuenta
Souki que sus padres caraqueños, Maritza Meneses y Jorge Souki, “son víctimas del primer exilio venezolano de
este siglo, consecuencia de los sucesos de abril y del paro petrolero del 2002.
Una generación que, cercana a los 60
años, sigue reconfigurando su vida,
producto de la decadencia total del país y sus oportunidades. Gente de a pie, excesivamente
trabajadora, profundamente inteligentes y
quienes, han sido para mí, indudables cómplices”.
GENERACION POSTMODERNISTA
Estudió
en el Colegio La Salle La Colina y su promoción es del 2003. “Es decir, una generación
que cercanamente vivió una transición social –y por lo tanto, política- que
pasó de una aséptica ‘pequeña burguesía’ a un
compromiso muy demandante, casi obligatorio, por el país, deliberadamente más
cercano al pobre y a sus causas… del colegio y de mis últimos años ahí, quizá
ese fue el mejor partido que pude sacar, creo que, al menos para mí, fue
determinante. Vengo de esa generación fuertemente tocada por la tragedia de
Vargas, en lo social… y fuertemente marcada por lo político, casi desde nuestro
nacimiento. Es que nacimos a finales de los 80. Y creo que eso nos explica
mucho. Que me explica mucho, a mí y a mis autodudas. El sociólogo y filósofo
francés Gilles
Lipovetsky Lipovestky
dice que con nosotros nació el postmodernismo. Pero en lo local, a finales de
los 80 está lo causal de nuestros días, lo causal de lo que yo creo poder ser”.
En
todo caso, confiesa que es producto de su
formación en La Salle y específicamente del profesor José María Bernechea, “siempre me sentí instado a dos cosas: a decir
algo, casi siempre torpemente; y a hacer algo, que luego entendí que tenía que
ser cercano a los pobres. Mi bachillerato empezó con la tragedia de Vargas… y
mi colegio se convirtió en un centro de acopio, mi salón de clase se llenó de
alumnos de La Guaira y, luego, de mujeres… porque estudié toda mi primaria y
parte del bachillerato en un colegio que hasta entonces era sólo de varones. Mi
bachillerato terminó transversalmente invadido de abril de 2002. En ese
contexto, nos tocó decidir, nos forzaron a decidir”.
ADOLESCENCIA PURA
“El
teatro me llegó por el grupo Enescena del colegio, que lo dirigía, entonces, mi primo, Juan Souki. Era
un grupo que llevábamos los alumnos, para entonces creíamos que se trataba de
una genialidad del colegio, me refiero a la autogestión y a la
autodeterminación de un grupo de alumnos llevando un grupo, con espacio propio,
con llave propia, con autonomía. Con el paso del tiempo, creo que, en verdad,
no les interesaba demasiado lo que hacíamos. Y así, Enescena, se convirtió en
mi matriz de crecimiento en la adolescencia, de experimentación, de posibilidad
de decir cosas propias, de amistad, de pensamiento. Aumentado, además, con las
múltiples dimensiones que significaron las experiencias en los festivales
estudiantiles, Cinates y Porteacero, concretamente. En el último año de
bachillerato había que decidir forzosa y obligatoriamente por una “carrera”. Yo
me debatía entre el teatro, pero sobre todo, por lo social. En aquel momento no
tenía la capacidad de comprender que, ambas cosas, podían ir juntas, en
síntesis. Pasado el tiempo, creo que ahora puedo interpretar, que en la formas
como fui educado, a nuestra generación se nos pedían cosas heroicas, abnegadas,
sacrificadas. Traducíamos que el país que construyeron nuestros abuelos y que
disfrutaron nuestros padres estaba siendo arrebatado… y a nosotros nos tocaba
redimir semejante tragedia. Obviamente, se trataba de adolescencia pura”.
APARECIO STRINBERG
Después
de un hiato existencial, Jorge Souki (11.11.1986) reaparece trabajando como asistente de
dirección de Luis Fernández en Lazo Producciones. En paralelo, también,
asistiendo en la dirección de Juan Souki. “Y luego cursé el taller de dirección
del GA80 con Héctor Manrique. Este trayecto me permitió trabajar una escena de La señorita Julia de
Strindberg y estudiarlo a profundidad. Como en un encadenamiento viajé al
Festival de Bogotá y pude cursar un workshop con Tomaz Pandur. Y cercano a los
30 años, me convencí de una sola cosa (y una sola basta): no perder el tiempo
haciendo cosas que no quiero hacer”. La escena de Strindberg en el GA80 fue
aumentando y profundizándose. “Y un buen día, junto con mis grandes
partners
in crime en el trabajo creativo y en
la vida, José Andrés Souki y Claudia Lizardo, preparamos un dossier y lo
enviamos a Trasnocho. Esto pasó justo con la convocatoria del Festival y siendo
una feliz coincidencia, lo redireccionamos para participar ahí. Ensayamos durante cuatro meses, alrededor de
350 horas. Más una reunión quincenal con todo el equipo. Casi 20 personas con
múltiples frentes de trabajo. A nosotros nos fue muy bien en el Festival.
Llenamos todas las funciones y ahora intentamos descifrar la fórmula. Haremos
lo posible por contradecir lo efímero de nuestros días, intentando repetir lo
mismo en estos próximos dos meses de temporada.
EXPERIENCIA EXISTENCIAL
Se
fue con los Hermanos de La Salle para hacer algo por los pobres. “Insisto, la
tragedia del estado Vargas y Abril 2002, eran mi habitus para interpretar el
mundo. Eso, sumado a dramatismos personales producto de relaciones perniciosas
de esos años, la presión monumental del mundo adulto que me pedía que fuera
“alguien en la vida”, la incapacidad de decidir a los 16 años. Fueron el coctel
molotov que me forzaron a decidir por una vida misionera y trabajadora en el
mundo de los pobres, en una comunidad religiosa. Quería encontrarme con el
otro, era mi necesidad ingente, que finalmente redundó en un profundo
conocimiento de mí mismo: me encontré conmigo mismo. Así viví siete años de mi
vida en comunidades y barriadas populares de varios lugares de Latinoamérica y
en el interior del país, también en la periferia caraqueña. Estudié educación
en la UCAB y viví un tiempo en Roma, también estudiando. Estuve trabajando en
programas de alfabetización, organizando comunidades populares, siendo profesor
por horas. Estudié todos los posibles caminos para llegar a la “iluminación”,
desde el orientalismo al dogmatismo católico, la teología romana y de la
liberación, practiqué yoga y salí despavorido del “new age”. Me conseguí
siempre con mi propia miseria. Sin
embargo, de toda esta experiencia hay un saldo enorme que me atraviesa: 1.Le
hice mucho daño a los Hermanos de La Salle; las incompatibilidades y las
maneras de entender al mundo, a los pobres, las cosas y la vida se hicieron
casi, desde el principio, profundamente diferentes, excluyentes y, por
supuesto, las estructuras siempre pueden más que los individuos, incluso, más
que aquellos que tienen delirios de grandeza, como me pasaba para entonces; 2.
La idea de irme con los Hermanos creo que fue mi primer síntoma del síndrome de
Peter Pan que creo tener; era una decisión fundamentada en la nostalgia, en la
nostalgia por una adolescencia eterna, cargada de emociones profundamente
dolorosas pero también vitales; 3. Fue el trayecto más profundo de mi
vida para intentar entender al ser humano, obviamente porque de manera decidida
siempre estuve buscándome y tratando de interpretar mis demasiadas
incongruencias. Y 4. Me quedé con una envidia absurda por los que dicen
que consiguieron a Dios y, además, se lo creen. Me faltan más vidas para llegar
a ese nirvana. Y no tengo demasiadas esperanzas en que me pase en esta vida.
Finalmente, “después de siete años en el Tíbet”, volví a mí mismo. A lo raigal.
Y junto a eso, volví al teatro. Tenía que continuar la vida desde dónde la
había dejado a los 16 años”.
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