Avanza el Festival de Teatro Rosa en el Celarg. |
Los
dramaturgos Román Chalbaud (El pez que
fuma, 1967), Ibrahim Guerra (A 2,50 la cubalibre, 1981) y José
Gabriel Núñez (Penelope, noches de bar,1988)
han coincidido, sin proponerselo, en los escenarios venezolanos, a lo largo de
varias decadas, plasmando sendas historias sobre un inagotable puñado de
mujeres y hombres en bares, cantinas o lupanares, con peculiares y rocambolescas
sagas de damiselas viviendo y sufriendo amores y desamores, en medio de sórdidas
atmósferas de despechos y esperanzas.
Esta
trilogia teatral revela una cruda y nada almibarada problemática social que ademàs
enfrenta al público, gracias a sus escenarios hiperrealistas, y lo cuestionan
para que reflexione y se mire en el espejo del otro para que se entienda a si
mismo o busque similitudes aleccionadoras. Son tres microcosmos muy definidos
que terminan siendo uno solo: una descarnada vision teatral de una Venezuela
donde destacan los boleros como mùsica de fondo para la violencia domestica, la
ludica tolerancia en medio del baile y el necesario anhelo de un nuevo día que puede
traer consigo un cambio, una nueva ilusión. ¿Copia la vida al teatro o
viceversa? Los espectadores sacan siempre respuestas y algunos hasta cosechan
inesperadas catarsis.
Son,
en esencia, un fantástico caleidoscopio con sus tres espejos de hombres y mujeres
diciéndose verdades y mentiras mientras se roban un beso o una caricia, a la
espera de la muerte o una ruptura que sea cambio definitivo. Son textos
premonitorios sobre un pais que se niega a morir y se entrega a un nada
desenlace teatral. Son, como una fantástica
serpiente que se muerde la cola en un desierto de arena que se lo traga
lentamente un mar azul.
Ni Chalbaud (Merida, 1931) ni Guerra (Caracas,
1944) estan siendo representados en estos momentos, salvo Núñez (Carupano,1937)
quien ahora suscita comentarios elogiosos
por la audaz versión que Hernán Marcano ha logrado de Penelope, noches de bar, la cual mostró en el III Festival de
Teatro Rosa de Caracas, que se avanza en las instalaciones del Celarg.
Marcano, como el
mismo lo ha dicho, tiene la inspiración puesta en el
teatro de Federico García Lorca, pletórico de mujeres, amantes, lunas trágicas
y risas de duendes. Para materializar la pieza de Núñez convocó a grupo de
aprendices y profesionales, dispuestos a iniciar el eterno juego de las máscaras,
con el falso reir y llorar de personajes lejanos y cercanos, pero capaces de canalizar
sueños y destrezas dormidas.
Y eso lo demuestra convincentemente con esta fabula escènica que transcurre en una Caracas del siglo XXI,
en medio de un fin de semana de licores y amores, dentro de un bar con prostitutas
-¿alguien recuerda todavía a La Guajirita, en los bloques de El Silencio?- donde
se desencadena una tragedia al estilo de los mejores melodramas: un transexual
(Penelope) revela que es padre de un jovencia que esa noche se va de su hogar
porque está enamorada de un malandro drogadicto, todo eso trancurre en medio de
una negociación de cocaína entre un diputado y un extraño jeque que funge de
padrino para la delicada operaciòn comercial, lo cual culmina en una masacre a
tiros, cual una expiación colectiva para tanta locura.
El espectáculo es abrumador por
los bailes, los monólogos y el show musical que no cesa, todo eso dentro de un
espacio circular, con mesas y silla para el público, que participa en los improvisados bailes, mientra los actores hacen sus asombrosos personajes.
Imposible dejar de comparar este monumental show de Marcano con los montajes
que Chalbaud y Guerra hicieron de sus obras, los cuales de alguna manera se materializan
ahí, gracias al zafarrancho que arman la Penelope y sus mujeres. Todo aquello
es de verdad extenuante, a pesar de sus 75 minutos de duración, por la saturación
de imágenes, sonidos y música, además de los naturales sudores y humores.
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