Se mudo voluntariamente a Colombia, donde vive, trabaja, ama, lee y escribe. |
Está nuevamente en la palestra pública porque su
obra Panamax se exhibe en el Teatro Municipal Chacao. Y el público la disfruta.
Pero no vive por ahora en Venezuela. Lo contactamos en Bogotá y desde allá, Ibsen
Martínez (1951) respondió así a nuestro interrogatorio:
¿Exiliado?
¿Amenazado? ¿Prófugo?
Expatriado voluntariamente, sin más adjetivos ni
adverbios. Sostengo un ya viejo “love affaire” con Colombia que ha durado más
de 30 años. Hasta un pasado muy reciente, hacía semestral vida “bicapitalina”
entre Caracas y Bogotá. Hace pocos años decidí mudarme de una buena vez; como
quien cambia de vecindario. Como no soy bibliómano, no me he empeñado
nunca en poseer una gran biblioteca, pero necesito vivir cerca de una buena
biblioteca pública. He tenido esa dicha: en Madrid, en Oxford, y ahora, en
Bogotá. Vivo a tiro de piedra de la sede norte de la Biblioteca “Luis Ángel
Arango”, acaso la mejor de Suramérica. De las ciudades en que he vivido, guardo
el recuerdo de sus bibliotecas públicas. Y da de Bogotá es una de las mejores.
Por lo demás, creo en eso que llaman “la poética del lugar”. En Bogotá me
da por escribir; en Caracas no. En Bogotá he terminado y publicado libros,
escrito piezas teatrales, ensayos; en Caracas ello me resultó siempre muy
difícil. Llevo una vida literaria relativamente activa, formo parte del
directorio de la revista El Malpensante; en fin, hago vida de escritor en una
ciudad que siempre me gustó.
¿Dónde reside
actualmente y qué hace para sobrevivir?
En Bogotá. Soy columnista semanal de El País de Madrid, y mi
desempeño me acerca a la corresponsalía suramericana de ese diario español. He
vuelto a escribir TV, no para Colombia, sino para casas productoras radicadas
mayormente en los EE.UU. Nada de lo que he escrito ha salido al aire
todavía, pero me pagan puntualmente. Ya llegará el momento de volver al aire.
¿Cómo se entera de
lo que pasa en Venezuela?
Imposible no enterarse. Ni aún viviendo en Tasmania carecería de
Internet. Y con los seres queridos mantengo contacto permanente.
¿Nostalgia o
arrepentido?
No siento nostalgia de absolutamente nada; expatriarme para no envejecer
bajo un régimen colectivista ha sido una de las mejores decisiones que he
tomado en la vida: ni siquiera echo de menos las vespertinas guacamayas
caraqueñas ni los cristofués de la Alta Florida, donde viví hasta dejar
Caracas. La Venezuela por la que abrigo alguna nostalgia no es un país concreto
ni actual; no está en el mapa: es el país de mi juventud y pervive (¡con
excelentes cifras macroeconómicas!) tan solo en mi memoria.
¿Por qué Panamax?
No escojo temas, no soy un autor programático; me dejo asediar por
obsesiones. Ciertas imágenes coagularon tenazmente en mi mente hace pocos
años: la de unos venezolanos imbuidos de la pretensión de hacerse
“emprendedores” cuando, en realidad, no son más que cazadores de renta
petrolera. Me pareció que allí había una buena historia que contar,
Panamá – el país, donde nunca he estado− es solo una concreción que hace
verosímil mi pieza teatral. Es un espejismo, como todo paraíso fiscal.
¿Satisfecho con lo
logrado?
¿Con Panamax? ¡Absolutamente! ¿Con mi vida? No del todo, pero supongo que
a todos nos pasa.
¿Es cierto que por
video vio ya el montaje caraqueño?
Solo fragmentos.
¿Dispuesto a
escribir Panamax 2?
No; no lo creo. Dedico mi tiempo literario a un libro de eso que llaman
“non-fiction”, sobre Venezuela justamente. Es un encargo de una naciente
editorial española. Por lo demás, no me visitan con frecuencia las ideas
“teatralizables” y Panamax ya quedó atrás.
¿Qué le augura a
Venezuela y a los que seguimos aquí?
No es difícil elucubrar el futuro inmediato de un país sin instituciones
ni una economía de mercado digna de tal nombre. Un país sometido, además, a una
satrapía. . Viviremos – no me excluyo de ese futuro − el final del petroestado
populista que ha durado ya más de un siglo. Contra todo lo queda pensarse, ese
final no está todavía a la vista pero será estruendosamente catastrófico.
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