Angel Pelay en su performance. |
Nació el 7 de septiembre de 1929 en una casa de vecindad de la caraqueña
parroquia Santa Rosalía. La obrera Socorro Pinto era su madre -ganaba seis
bolívares semanales- y la de sus otros dos hermanos, Lilia y Porfirio. Gilberto
sólo estudió hasta el sexto grado, pero los escenarios criollos fueron su
bachillerato y su universidad. Sus
únicas diversiones las realizaba en la YMCA, cuando funcionaba en las
inmediaciones del puente La Trinidad. Hasta que leyó unas páginas de El Nacional, abandonadas sobre la mesa
de un billar, un día del año 1948. Las hojeó y se detuvo en un reportaje que
Carmen Clemente Travieso hacía del curso de Capacitación Teatral que, bajo los
auspicios del Ministerio de Educación, dictaba el mexicano Jesús Gómez Obregón.
No tenía ninguna inclinación hacia el teatro pero su profesión de vago lo llevó
a conocer que era aquello. Y al día siguiente estaba estudiando. Desde entonces
nunca paró y fueron algo así como largos 60 años. La vagancia lo llevó a la
escena.
Así nos relató sus inicios en las artes escénicas aquel Gilberto Pinto,
Premio Nacional de Teatro de 1999, actor, director, maestro de varias
generaciones de comediantes y autor de una veintena de obras. Durante la
compleja década de los 50 participó en la lucha popular contra la dictadura
perezjimenista. “Hacíamos teatro contestatario en el día y en la noche nos
entregábamos a las actividades políticas. Hacíamos graffitis y repartíamos
proclamas y propaganda. Y todo ese grupo estaba en una lista negra. Éramos
Rafael Briceño, Héctor Myerston, Humberto Orsini y Román Chalbaud, entre otros.
La llegada de la democracia no cambió nada: siguieron la torturas, los
asesinatos, las represiones y hasta que afortunadamente, vino una pacificación,
pero antes mataron a César Trujillo y Oswaldo Orsini entre otros”. Murió el 7
de diciembre de 2011, Lo sobreviven su esposa (la actriz Francis Rueda), dos hijos
y tres nietos, además de un valioso legado dramatúrgico.
La producción teatral de Gilberto Pinto está impregnada y cargada de
profunda y mordaz crítica social, política e histórica. Logró representar o ver
en escena sus piezas, como El rincón del diablo, El hombre de la rata, La noche moribunda, Los fantasmas de Tulemón, El confidente, Pacífico 45, La guerrita de Rosendo, La muchacha del blue jeans, Gambito de dama,Lucrecia, La visita de los generales y El
peligroso encanto de la ociosidad, entre
otras. Seguirá vivo siempre que lo recordemos y además veamos en escena sus
piezas y sus criollos personajes.
Y hemos recordado, brevemente, el
periplo de Gilberto Pinto, porque a cinco años de su mutis, una agrupación de jóvenes
comediantes mantiene en temporada El
hombre de la rata, por ahora en
el Teatro San Martin de Caracas;
texto que el mismo actuó y mostró, durante aquel 11 de septiembre de
1963, en la UCV, dirigido por Pedro Marthan.
Este montaje contemporáneo de El
hombre de la rata, es una depurada creación de la agrupación Las Tres Gracias,
estrenada el 12 de abril del 2014, bajo la precisa dirección de Sheila Colmenares y con
la ejemplar actuación de Angel Pelay, durante el Festival de Teatro de Caracas,
Hay que precisar que El hombre de
la rata es uno de los primeros textos de Pinto y está cargado de una serie de
denuncias sobre la sociedad que le correspondió vivir de esa época y es un
aviso sobre las alienaciones sociales que se fueron formando y prosiguen en la
Venezuela del siglo XXI. Es un texto vigente y basta verlo para sentirlo y
verlo en las expresiones del público, porque el espectáculo se realiza con su participación.
Nadie puede dejar de reír o de compadecerse ante las peripecias de aquel Ismael
Peraza, una especie de filósofo que deambula por las calles y las plazas
públicas preguntando donde puede orinar, porque esa es una de las tantas angustias
que lo aquejan y lo alteran, porque él sueña con mundo mejor para lo cual hay
que trabajar y superar siempre los obstáculos.
Así, Gilberto Pinto -y su Ismael Peraza- ha regresado para hacer
reflexionar a los venezolanos ante las angustias humanas de un personaje que
resulta inmortal porque es precisamente teatral.
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