miércoles, marzo 21, 2018

25 años sin Carlos Giménez

Se fue de viaje en la madrugada de un domingo.

¿Qué será del teatro venezolano sin Carlos Giménez?
En ningún movimiento nadie es imprescindible. 
Seguiría trabajando, tal vez en algunos aspectos 
un “pelo” más aburrido. Siempre en un polo 
cultural hay espacio para la polémica, la discusión. 
Pienso que nosotros conformamos un polo polémico 
por la permanente capacidad un poco agresiva,
 beligerante, que tenemos de promover eventos
(Revista Momento, 09.01-1978)
Lo acompañé en su cena familiar de aquel 24 de diciembre de 1992, durante la cual recordó los viajes a Moscú y otras ciudades rusas y europeas. La última vez que hablamos fue por teléfono, ese 6 de enero de 1993 publiqué una crónica, en el vespertino El Mundo, donde exaltaba su labor a lo largo, del año anterior, cuando el teatro había humedecido la pólvora de la guerra civil y silenciada los golpes de Estado para subir el telón del IX Festival Internacional de Caracas. Su hermana Ana llamó a mi casa para decir que Carlos Giménez pasaría a la bocina, pero él ya estaba afásico, y por eso dijo a, pesar todo, tras una dura lucha para ordinar pensamiento y palabra: gracias…tío. Nunca más hablamos ni nos volvimos a verlo. En la madrugada del 28 de marzo murió y a 25 años de su marcha descansa en una tumba prestada en el Cementerio del Este; había nacido en Rosario, Argentina, el 13 de abril de 1946.
Y nadie mejor que Aníbal Grunn para ayudarnos a bordar esta semblanza sobre ese gran ausente, porque para algunas personas debe parecer una eternidad, mientras que otras ni siquiera saben quién fue; pero otros, que si pudimos convivir con su arte, participamos de su época, de su polémica y extraordinaria vida artística, sentimos que es una ausencia irreparable. Muchas veces me he preguntado, dónde están los detractores que tanto intentaron fastidiar su trabajo. ¿Qué han hecho luego? ¿Su obra creadora, no menos de 60 espectáculos a lo largo de 23 años, dónde está? Hay por ahí algunos videos, fotografias y kilos de cuartillas reseñando lo que fue ese “vendaval argentino”, además de nuestros libros Carlos Giménez/Tiempo y Espacio (1993) y Carlos Giménez/Antes y Después (2003).
Dice Grunn que el teatro venezolano fue sacudido en sus bases por ese joven director cuando el 28 de febrero de 1971, en el teatro de la Quinta Ramia, sede del Ateneo de Caracas de la plaza Morelos, estrenó su versión escénica de los poemas del brasileño Antonio Miranda, Tu país está feliz, con música de Xulio Formoso, donde una docena de jóvenes latinoamericanos cantaban, recitaban y se desnudaban en una protesta teatral y poética.
Vista a la distancia, resulta una puesta en escena bastante ingenua y sin mayores pretensiones estéticas. Pero el desenfado, la audacia y sobre todo la pacatería de la sociedad venezolana de la época, transformaron ese trabajo teatral en un emblema, surgiendo así el grupo Rajatabla, que viajaría por el mundo mostrando sus obras y siendo a lo largo de sus primeros 25 años una referencia obligada del teatro latinoamericano.
Pero es la presencia y la intensidad laboral de su director y creador quien hace de Rajatabla ese hito. Montajes como La muerte de García Lorca, El señor presidente, La Charité de Vallejo, Bolívar y El coronel no tiene quien le escriba señalan al teatro venezolano como un importante punto para el estudio del mismo. El grupo consigue un espacio en la televisión criolla, realizando extraordinarios trabajos como La fragata del sol entre otros.
Rajatabla hacia el año 1984 se independiza, y deja de ser el Taller de Teatro del Ateneo de Caracas y se transforma en Fundación, sin perder sus vínculos con la institución madre y ocupando, desde entonces, el edificio sede, un galpón que construyó el MOP mientras culminaba la edificación ateneísta. Da comienzo a la etapa más prolífera de la agrupación. Se consolida internacionalmente.
Es el momento más brillante para Carlos Giménez, no solo en lo artístico, sino también gerencial. Se fortalece el Festival Internacional de Teatro de Caracas. Desarrolla la escuela de teatro de Rajatabla o el Taller Nacional de Teatro (TNT).Funda el Centro de Directores para el Nuevo Teatro a partir del Festival de Nuevos Directores. Da vida al proyecto Teatro Nacional Juvenil de Venezuela y al Teatro Infantil Nacional con vínculos importantísimos como la Asociación Internacional de Teatro para Niños y Jóvenes, con sede en Europa, y propicia desde la gerencia de la Fundación Rajatabla el momento escénico más importante de los últimos años y se realizan los primeros festivales de teatro para jóvenes y para niños.
Grunn apunta que para mediados del 1992 dirige y estrena su última puesta Oficina n° 1, la novela de Miguel Otero Silva, en versión de Larry Herrera. Completa así el sueño de la trilogía: primero fue Fiebre, luego Casas muertas y cierra con Oficina n° 1. ”Cosa curiosa, ninguna de las tres fueron grandes éxitos. Las primeras por fallas en la versión y en la última por errores en la selección del reparto, donde el dispositivo escénico era extraordinario: una explanada, un potero transformado en un un inmenso campo de béisbol; con algunos potes de petróleo, un farol y elementos minimalistas eran suficientes para mostrarnos esa Venezuela rural que despertaba al progreso industrial y transcultural”.
Carlos Gimenez era un hombre que dedicó sus 46 años de vida a inventar y reinventar la escena. Un hombre que al despertar cada mañana ya estaba generando ideas y proyectos, en los cuales involucraba a todos aquellos que eran capaces de montarse en el loco carrusel que lo hacía girar por el mundo. Inolvidable es también su alianza con la actriz argentina Fanny Mickey para crear el Festival Iberoamericano de Bogotá, el cual sobrevive contra vientos y envidias.
Carlos Giménez amaba, como subraya Aníbal Grunn, a la gente inteligente, talentosa y trabajadora. Era polémico, sí, pero no odiaba, ni tenia rencores. Muy por el contrario, propiciaba la amistad, el amor y el dialogo.
 Se quiera o no, la historia del teatro en Venezuela se divide en antes y después de Carlos Giménez.


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