Se fue de viaje en la madrugada de un domingo. |
¿Qué
será del teatro venezolano sin Carlos Giménez?
En ningún movimiento nadie es imprescindible.
Seguiría trabajando, tal vez en algunos aspectos
un “pelo” más aburrido. Siempre en un polo
cultural hay espacio para la polémica, la discusión.
Pienso que nosotros conformamos un polo polémico
por la permanente capacidad un poco agresiva,
beligerante, que tenemos de promover eventos.
Seguiría trabajando, tal vez en algunos aspectos
un “pelo” más aburrido. Siempre en un polo
cultural hay espacio para la polémica, la discusión.
Pienso que nosotros conformamos un polo polémico
por la permanente capacidad un poco agresiva,
beligerante, que tenemos de promover eventos.
(Revista
Momento, 09.01-1978)
Lo
acompañé en su cena familiar de aquel 24 de diciembre de 1992, durante la cual recordó
los viajes a Moscú y otras ciudades rusas y europeas. La última vez que
hablamos fue por teléfono, ese 6 de enero de 1993 publiqué una crónica, en el vespertino
El Mundo, donde exaltaba su labor a
lo largo, del año anterior, cuando el teatro había humedecido la pólvora de la guerra
civil y silenciada los golpes de Estado para subir el telón del IX Festival
Internacional de Caracas. Su hermana Ana llamó a mi casa para decir que Carlos
Giménez pasaría a la bocina, pero él ya estaba afásico, y por eso dijo a, pesar
todo, tras una dura lucha para ordinar pensamiento y palabra: gracias…tío. Nunca más hablamos ni nos
volvimos a verlo. En la madrugada del 28 de marzo murió y a 25 años de su marcha
descansa en una tumba prestada en el Cementerio del Este; había nacido en
Rosario, Argentina, el 13 de abril de 1946.
Y
nadie mejor que Aníbal Grunn para ayudarnos a bordar esta semblanza sobre ese gran
ausente, porque para algunas personas debe parecer una eternidad, mientras que
otras ni siquiera saben quién fue; pero otros, que si pudimos convivir con su arte,
participamos de su época, de su polémica y extraordinaria vida artística, sentimos
que es una ausencia irreparable. Muchas veces me he preguntado, dónde están los
detractores que tanto intentaron fastidiar su trabajo. ¿Qué han hecho luego? ¿Su
obra creadora, no menos de 60 espectáculos a lo largo de 23 años, dónde está?
Hay por ahí algunos videos, fotografias y kilos de cuartillas reseñando lo que
fue ese “vendaval argentino”, además de nuestros libros Carlos Giménez/Tiempo y Espacio (1993) y Carlos Giménez/Antes y Después (2003).
Dice
Grunn que el teatro venezolano fue sacudido en sus bases por ese joven director
cuando el 28 de febrero de 1971, en el teatro de la Quinta Ramia, sede del Ateneo
de Caracas de la plaza Morelos, estrenó su versión escénica de los poemas del
brasileño Antonio Miranda, Tu país está feliz,
con música de Xulio Formoso, donde una docena de jóvenes latinoamericanos
cantaban, recitaban y se desnudaban en una protesta teatral y poética.
Vista
a la distancia, resulta una puesta en escena bastante ingenua y sin mayores
pretensiones estéticas. Pero el desenfado, la audacia y sobre todo la pacatería
de la sociedad venezolana de la época, transformaron ese trabajo teatral en un
emblema, surgiendo así el grupo Rajatabla, que viajaría por el mundo mostrando
sus obras y siendo a lo largo de sus primeros 25 años una referencia obligada
del teatro latinoamericano.
Pero
es la presencia y la intensidad laboral de su director y creador quien hace de
Rajatabla ese hito. Montajes como La
muerte de García Lorca, El señor
presidente, La Charité de Vallejo,
Bolívar y El coronel no tiene quien le escriba señalan al teatro venezolano
como un importante punto para el estudio del mismo. El grupo consigue un
espacio en la televisión criolla, realizando extraordinarios trabajos como La fragata del sol entre otros.
Rajatabla
hacia el año 1984 se independiza, y deja de ser el Taller de Teatro del Ateneo
de Caracas y se transforma en Fundación, sin perder sus vínculos con la institución
madre y ocupando, desde entonces, el edificio sede, un galpón que construyó el
MOP mientras culminaba la edificación ateneísta. Da comienzo a la etapa más prolífera
de la agrupación. Se consolida internacionalmente.
Es
el momento más brillante para Carlos Giménez, no solo en lo artístico, sino también
gerencial. Se fortalece el Festival Internacional de Teatro de Caracas. Desarrolla
la escuela de teatro de Rajatabla o el Taller Nacional de Teatro (TNT).Funda el
Centro de Directores para el Nuevo Teatro a partir del Festival de Nuevos Directores.
Da vida al proyecto Teatro Nacional Juvenil de Venezuela y al Teatro Infantil
Nacional con vínculos importantísimos como la Asociación Internacional de Teatro
para Niños y Jóvenes, con sede en Europa, y propicia desde la gerencia de la Fundación
Rajatabla el momento escénico más importante de los últimos años y se realizan
los primeros festivales de teatro para jóvenes y para niños.
Grunn
apunta que para mediados del 1992 dirige y estrena su última puesta Oficina
n° 1, la novela de Miguel Otero Silva, en versión de Larry Herrera. Completa
así el sueño de la trilogía: primero fue
Fiebre, luego Casas muertas y cierra
con Oficina n° 1. ”Cosa curiosa, ninguna de las tres
fueron grandes éxitos. Las primeras por fallas en la versión y en la última por
errores en la selección del reparto, donde el dispositivo escénico era extraordinario:
una explanada, un potero transformado en un un inmenso campo de béisbol; con
algunos potes de petróleo, un farol y elementos minimalistas eran suficientes
para mostrarnos esa Venezuela rural que despertaba al progreso industrial y
transcultural”.
Carlos
Gimenez era un hombre que dedicó sus 46 años de vida a inventar y reinventar la
escena. Un hombre que al despertar cada mañana ya estaba generando ideas y proyectos,
en los cuales involucraba a todos aquellos que eran capaces de montarse
en el loco carrusel que lo hacía girar por el mundo. Inolvidable es también su
alianza con la actriz argentina Fanny Mickey para crear el Festival Iberoamericano
de Bogotá, el cual sobrevive contra vientos y envidias.
Carlos
Giménez amaba, como subraya Aníbal Grunn, a la gente inteligente, talentosa y
trabajadora. Era polémico, sí, pero no odiaba, ni tenia rencores. Muy por el
contrario, propiciaba la amistad, el amor y el dialogo.
Se quiera o no, la historia del teatro en Venezuela
se divide en antes y después de Carlos Giménez.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario