Gennys, abuela migrante venezolana en la tierra de los aztecas. |
Ella, dramaturga, y su hijo migraron al pais de los aztecas. La familia sanguínea y la elegida les han crecido satisfactoriamente. Tienen, como
es lógico, saudades, pero todavía no se rajan.
¿Cuánto tiempo en México, le preguntamos
a la amiga Gennys Pérez?
Ya son cuatro años y medio. Y aquí recién cumplí mi medio cupón de
vida. Feliz por supuesto,además ya soy abuela.
¿Está programado o pensado el
regreso?
Pensado sí, ¿Qué inmigrante no sueña todos los días con volver a su país?
Programado no. La experiencia de ser migrante, es fascinante, te abre los ojos,
cambias de piel, te impone nuevos retos, la nostalgia te mata, pero la
satisfacción es poder apoyar a tus familias, y eso se convierte en la
prioridad.
¿Satisfecha por ser abuela de
un mexicanito? ¿Qué le preparan a ese bebe?
Cristian, ha sido mi salvación. Es un bebé educado, su primera palabra que aprendió a decir fue “gracias”, se la enseñó su mamá
Mariana,quien es mexicana, toda una poeta maravillosa. Ellos nos han hecho mejores
personas a mi hijo Néstor Pérez y a mí. Ellos son nuestro regalo, el que
teníamos reservado para este trecho de la vida. Cristian come tacos y arepitas,
sin problema. Yo le llamo “Mi arepita con chile”. Estoy disfrutando a plenitud
ser abuela, y me siento orgullosa de mi hijo, que es mejor padre de lo que yo
he sido como madre. México nos ha enseñado mucho, ha sido intenso, y todo lo
intenso tiene un valor genuino, auténtico, profundo.
¿Cómo está su dramaturgia? ¿Qué
hace o cómo sobreviven?
Trabajo como escritora desde que llegué a México. Muchos me dijeron
hay que empezar de cero, que hay que hacer de todo, la vida nos cambió… Pero, sucedió,
un día endemoniadamente difícil, y cuando había caminado 125 kilómetros para poder llegar a casa
porque no tenía ni cinco pesos para pagar el transporte público, me eché a
llorar en una acera, o banqueta como se dice aquí, y me juré que no iba a
empezar de cero, que no iba hacer otra cosa, porque yo traía una vida, no la
había perdido, sólo estaba extraviada, adolorida, deprimida, pero yo sabía un
oficio que amaba, y me esmero y esfuerzo mucho por hacerlo lo mejor que puedo,
así que ese día me juré vivir de lo único que sé hacer: escribir.
¿Cómo se relaciona con los otros
venezolanos?
Los venezolanos estamos aprendiendo a migrar. Sólo sabíamos ser
turistas del mundo. Así, que somos una comunidad de principiantes, cometiendo
algunos errores, pero con mucha disposición de hacerlo lo mejor posible. Tengo
amigos venezolanos extraordinarios, de una calidad humana abismal,
emprendedora, respetuosa y agradecida con México. Nos vemos en las fechas
fundamentales, cumpleaños y Navidad, porque todos trabajamos mucho, sino
trabajas mucho, no puedes seguir como migrante. México ya es un país complejo
para el propio mexicano, no es un país fácil, acá también hay muchos problemas
sociales, así que debemos trabajar muy duro para estar a la altura del país que
es muy exigente.
¿Qué le recomienda
a quienes no se han ido todavía?
Es una expulsión. No es viaje por placer. Pero,
como me dijo Marisela Berti una vez, si no te sientes feliz donde estás,
muévete… De eso se trata la vida, de moverse, porque la vida es una sola, y siempre
estos giros dramáticos algo te tienen reservado.
Gracias mi amor, por tenerme en cuenta, me faltó
decirte que tenemos una pequeña sala teatral. El dramaturgo venezolano Jorge
Cogollo y yo nos inventamos al Teatro del Bunker, que funciona dentro del bar
El Pinche Venancio, en la Colonia Narvarte, donde vivimos. Hemos escritos
juntos una comedia, que pronto estrenaremos: 50 horas de amor. Esperamos textos de otros venezolanos, por supuesto.
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