Ya habíamos escrito que Orlando Arocha (Maiquetía, 5 de febrero de 1954) no era una “monedita de oro” para algunos teatreros, pero además puntualizamos que sí es un valioso teatrero que ha escalado, no sin dificultades, porque viene desde muy abajo y sin padrinos, su personal montaña artística. Tiene un sólido récord público de excelentes y destacados montajes y, como es natural, unos cuantos de ingrata memoria, pero no se le puede negar que posee talento y además se ha cultivado durante las últimas tres décadas. Estamos,pues, ante un director importante para el teatro venezolano y un preciso gerente de los Festivales Internacionales que organiza Carmen Ramia, tras la desaparición del inolvidable Carlos Giménez, el 28 de marzo de 1993.
Hace menos de un mes destacamos un singular experimento escénico que él había materializado en Los Espacios Cálidos del Ateneo de Caracas, unos salones para exposiciones de artes plásticas o ferias de fin de año, o la utilitaria taquilla permanente de los Festivales de Teatro. Ahí mostró una propuesta del español Rodrigo García (Buenos Aires,1964), Mejor se hubieran quedado en sus casas, güevones, que resultó ser un entretenido montaje itinerante con los espectadores, quienes así vieron y repudiaron a una cotidiana acción de violencia doméstica, degustaron a una bañista actuando en un desolador juego lúdico, valoraron a una niña (bien travestida por Mario Sudano) en su despertar a la adolescencia, repudiaron una relación sangrienta entre madre e hijo y se asombraron ante un payaso lanzando un incoherente discurso sobre las plásticas rutinas familiares dominicales.
Afirmamos que el texto y la propuesta escénica de García eran un par de patadas contra la forma tradicional de hacer teatro para la digestión, al tiempo que Arocha, ayudado por sus acólitos Ricardo Nortier y Juan José Martín, había logrado un espectáculo revolucionario, en formas y contenidos, para exorcizar el aburrido panorama escénico criollo. Recomendamos, por cierto, que siguiera haciendo experimentos escénicos, porque tiene suficiente cultura teatral y guáramos para arriesgarse.
Y así lo ha seguido haciendo Arocha, porque recién había desmontado al desacralizador espectáculo de Rodrigo García y ya estaba metido en la Sala de Conciertos, del mismo Ateneo, con otro experimento teatral: Mí mundo hipnótico, de Tim Crouch, teatrista británico que escribe y hace espectáculos para asustar a los conservadores espectadores de “la pérfida Albión”; todo un teatrista que además es profesor y se presenta en los festivales vanguardistas ingleses de Fringe y de Edimburgo con sus piezas. Y es la primera vez se le monta uno de sus textos en Venezuela, o al menos en Caracas.
Mí mundo hipnótico se centra en una compleja tarea escénica con una especie de hipnotizador de circo (servido por Ricardo Nortier) que saca de entre el público a un “voluntario”, en este caso un conocido actor, para que lo acompañe en la parodia de una sesión de hipnosis, pero “el invitado” no conoce, de verdad, ni las características de la obra en sí, ni su argumentación. Nosotros, lo confesamos, nos divertimos con las peripecias de la cantante y actriz Mirtha Pérez (la del hit musical La nave del olvido), que fue “la invitada” y sus visibles esfuerzos para dar la réplica y ejecutar la acción que Nortier le pedía o le marcaba. Entendimos aquello como el ensayo de un espectáculo que después se le mostraría a la audiencia, la cual en ese momento ya estaba como “espectadora aburrida”.
Creemos que este trabajo es más aleccionador para los actores, por todas la exigencias escénicas en sí, pero un poco denso para espectadores no familiarizados con tales experimentos teatrales. Pero no es un obstáculo para hacerlo. Creemos que hay que experimentar y, como es lógico, acertar o meter la pata. ¡Hay que experimentar... a juro!
Otra vez hemos visto el accionar del brasileño Ricardo Nortier, quien tiene correcta presencia y precisos desplazamientos, pero se enreda con la correcta pronunciación del castellano. Estamos seguros de que él no debería intentar más pronunciar sin acento sus textos, sino dejar fluir su portuñol, que siempre será más agradable para los oídos que lo otro que hace. ¡La paciencia es básica en el arte!
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