“El pueblo no quiere violencia; no necesita la violencia. Soñamos con una sociedad distinta y queremos luchar por ella, sin ser imitadores. La revolución chilena la haremos con gusto a vino tinto y sabor de empanada de horno”.
Así se despidió de los chilenos su presidente Salvador Allende, aquel 11 de septiembre de 1973, hacia las dos de la tarde. Con esas palabras, él estaba certero en que su sacrificio no sería en vano y alertaba a su gente porque un fracaso podía ser transformado en una extraña victoria.
Eso y mucho más de lo que ocurrió en aquel inolvidable negro martes septembrino se podrá ver y sentir en el Theater for the New City, una histórica sala ubicada en la 1 Avenida y la calle 10, en el Lower East Side de Nueva York, a partir del 30 de marzo, cuando se estrene el monólogo Allende/La muerte de un presidente, del argentino Rodolfo Quebleen, actuado y dirigido por los colombianos Ramiro Sandoval y Germán Jaramillo, respectivamente.
Allende/La muerte de un presidente desarrolla durante las últimas horas de la vida de Salvador Allende, presidente de Chile, pero el tiempo cronológico de lo acaecido ese 11 de septiembre de 1973, en el Palacio La Moneda está roto, pues el autor Quebleen consideró necesario incluir situaciones acontecidas en distintas horas de la mañana de ese día. Su muerte se produjo alrededor de las dos de la tarde. Había llegado a La Moneda a las siete y treinta de la mañana. También se incluyen comentarios de Allende expresados en horas diversas durante esa fecha.
Quebleen (Rosario, Argentina, 1938) informa que Pablo Mayor es el compositor de la música del espectáculo cuyo diseño de producción (iluminación, escenografía y vestuario) es una tarea de Luis Cantillo. “Este es el mismo equipo de profesionales que acaba de hacer una versión teatral del poema Canto a mí mismo ,de Walt Whitman, el cual presentaron en diferentes sitios de Nueva York, como universidades, colegios, Instituto Cervantes, etcétera”.
Este montaje permanecerá durante tres semanas en el Theater for the New City, cuya dirección artística es de Crystal Field, y quien además es la productora ejecutiva del monólogo. Al terminar la temporada irá a universidades y colleges, además de otras presentaciones. “Hace dos años tratamos de hacer la obra en el mismo teatro y el actor que iba a interpretar a Allende era Abraham Murray, ganador de un Oscar por Amadeus, pero por sus compromisos no se pudo hacer, y ahora es cuando se llevará a escena”, comenta Quebleen.
Quebleen, cuya carrera periodística comenzó a los 14 años, revela que desde los años 60 fue admirador de Salvador Allende. “Me identifiqué con sus ideas y planes para cambiar a Chile. Para mí siempre estuvo claro que él combatía contra molinos de viento que tenían nombre propio: ITT, Anaconda, CIA, Kissinger, etc. Nunca vislumbré el desenlace y su actitud final sobrepasó mi admiración por él. ¿Murió como presidente porque supo morir como hombre o viceversa? Allende puede ser acusado de inocente como político, pero fue honesto. Por no ocultar sus debilidades se perjudicó y eso tiene un valor. Por supuesto, su final me obsesionó. Los primeros días después del golpe del 11 de septiembre de 1973 no pude dormir, no sólo acosado por su muerte sino por el contexto de sangre en el cual se desarrolló y porque era evidente que desembocaría en lo que todos conocemos: desapariciones, sangre, tortura, avasallamiento indiscriminado de los ciudadanos y el pueblo reprimido por un Estado militarizado. Allende había muerto defendiendo la dignidad de Chile y su gente”.
Señala que hoy, después de casi 33 años, “su figura cobra una dimensión inusitada en una América Latina plagada de gobernantes corruptos y cobardes, defenestrados miserablemente y asilados en cualquier parte, pero nunca sufriendo los sacrificios del exilio, por el contrario, con limusinas con choferes, y en el peor de los casos presos, reclamando derechos que no les corresponden. En cuanto si Allende siguió los pasos de alguien, pues sí, del presidente chileno Jose Manuel Balmaceda, que esperó el minuto en que terminó su mandato para suicidarse y no enfrentar así vejaciones e ignominias”.
Su decisión de estrenar el monólogo en inglés y en Estados Unidos, es porque cree que es un punto de partida apropiado para proyectarla tanto en esa nación y en otros países. “También por su tema y por lo que implica estrenar un autor latinoamericano en Nueva York. Es además un toque de atención para que se averigüe de qué se trata. En el caso de Allende/La muerte de un presidente, no es para mí un sentido trabajo de ficción, sino el primero que se hace, sobre ese gran hombre. Quisiera que esta pieza se monte en Venezuela, para que allá nadie olvide lo que pasó y cómo se llegó a esa situación”.
La saga de un periodista
Rodolfo Quebleen está en Nueva York desde 1965. “Me casé y sigo con mi esposa desde hace más de 35 años, es colombiana y tenemos tres hijos y un nieto. Mi adaptación a la realidad de Estados Unidos y su gente tuvo diversas fases: vivir en un país y no estar de acuerdo con su conducción a través de sucesivos gobiernos no es fácil. Llegué en pleno auge de la guerra de Vietnam y participé en múltiples demostraciones antibélicas. Viví las épocas de Kent, Bekerley, las revueltas raciales en Nueva York y otras ciudades, el apoyo a los contra, irangate, etcétera. En cuanto a la gente, uno se enfrenta con múltiples nacionalidades, entonces uno se pregunta: ¿adaptarse a qué o cuál gente?. No sé si sirve como respuesta, pero no soy ciudadano norteamericano. En la época de las dictaduras militares en América Latina (Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay) trabajé muy activamente en grupos de los derechos humanos y de apoyo a Madres de Plaza de Mayo, para no olvidar a mi país de origen”.
A los 14 años, Rodolfo, abandonó los estudios porque quería ser periodista y para ello ingresó a trabajar en La Tribuna (Rosario). Después vinieron: La Acción, Crónica y La Capital. “Pasaron los años y con los dueños de La Capital negocié instalarme en Nueva York como corresponsal por un año. Quería conocer a esta urbe y al país. No les convine económicamente y me quedé anclado aquí, pero sin ganas de regresar. Apareció un periódico en español (ya había otro EL Diario-La Prensa), El Tiempo y entré a trabajar en él y a colaborar con publicaciones en el exterior. En 1971 Torcuato Luca de Tena, heredero de ABC de Madrid, funda en Nueva York a ABC de las Américas y entro en esa revista, colaboro incluso con ABC de Madrid. En 1973 se cierra la revista y paso a ser corresponsal de la Editorial Mercurio de Colombia, al mismo tiempo soy corresponsal de Televisa, México, e ingreso al equipo del Noticiero del Canal 41 (en español y actual cadena Univisión). Ya en televisión, surge en Televisa la idea de un cable en español, actual Galavisión, y me transfieren para que me haga cargo de la revista TV Guía, los lineamientos generales de la programación y realizo mis propios programas en Los Ángeles sobre temas cinematográficos, durante diez años. La empresa se muda a Los Ángeles y yo ingreso a El Diario-La Prensa en donde llegué a estar a cargo del periódico durante siete meses hasta que los nuevos dueños no me quisieron más. Volví a trabajar independiente y regresé a escribir para mí. Había ganado concursos de cuentos y poesía en Argentina y Estados Unidos. Monté un espectáculo de poesías y textos sobre Latinoamérica en el Teatro Repertorio en Español, de Nueva York. Actualmente dirijo el semanario en español Hora Hispana, editado por la empresa del periódico Daily News. Es la tercera vez que trabajo para esta empresa. Antes lo hice para la publicación El Daily News bilingue. Ahora estreno mi monólogo”.
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