En los años 60, era “la gran esperanza blanca” del teatro venezolano. Había llegado de Nueva York y tras exhibir su espectáculo musicoteatral Vimazoluleka, en el Aula Magna y el Ateneo de Caracas, se le abrieron todos los caminos para convertirse en el gran director o en el gran pontífice de la escena criolla. Pero no fue así. Aquel joven no era fácil de manipular o de comprar, tenía ideas propias y además era cultor de lo criollo, tampoco era de roscas ni cofradías. Tenía, y aún mantiene, conceptos personales que no negocia, algo raro en esta compra y venta en que se ha convertido no sólo la cultura venezolana.
Comenzó entonces para Levy Rossell (Coro, 23 de abril de 1945) un largo y proceloso camino, con muchas trampas que llegaron incluso a arrinconarlo y hasta maltratarlo. Aguantó con dignidad y ahora no le debe nada a nadie y dice estar en paz con su conciencia. Él, todavía, es una gran carta para el desarrollo del teatro venezolano, si le dan los apoyos necesarios, porque ganas de trabajar tiene, pero sin trigo o sin maíz no se pueden hacer ni panes ni arepas.
Al parecer, la semilla que como actor, autor, director y docente ha sembrado Levy Rossell en todos los confines de Venezuela durante las últimas cuatro décadas, comienza a dar frutos o al menos reconocimientos que aunque no llenan el estómago sí alimentan, y bastante, al espíritu. Y es ahora que, para el próximo 31 de marzo, le harán un homenaje inesperado: su nombre, en letras de bronce o de otro metal, será colocado en la Sala de Teatro La Comedia, ubicada en el sótano 1 de Parque Central, precisamente en el mismo espacio que él ayudo a crear no hace más dos décadas. ¡El buen hijo vuelve a casa!
Y Levy Rossell ni tonto ni perezoso dijo que sí, que ahí estará a las siete y media de esa noche, para presenciar como bautizan con su nombre a una sala teatral, que antes él llamó: “Arte de Venezuela”.
-¿Cómo recibe Levy Rossell ese homenaje tan poco frecuente en el teatro venezolano?
-Con mucha gratitud, porque considero que es tan difícil recibir como dar. He tratado, durante muchos años, de dar, a veces lo he logrado pero a veces no y esta es una de las raras veces que me ha tocado recibir. Agradezco muchísimo al Centro Simón Bolívar, a la Fundación para los Espacios Culturales y a las personas cercanas, a quienes de alguna manera manejaron esta idea y la hicieron posible. Eso indica que hay un cambio y un interés sano por convocar a toda la gente de la cultura a recuperar ese espacio para la cultura. Había notado una cierta indiferencia, pero este detalle atrae a mucha gente que estuvo vinculada a ese teatro, desde los 80 años, pero que se retiraron por múltiples razones o sin razones. No hay que olvidar nunca cómo somos los venezolanos.
-Ese espacio lo inauguró usted y ahora le ponen su nombre ¿No hay algo como de teatro del absurdo?
-No, ese espacio, en el sótano 1 de Parque Central, al lado de la Torre Oeste, lo hice yo a instancias del Centro Simón Bolívar, por allá en los años 70 y 80. Había hablado con los directivos del CSB sobre la necesidad de erigir una sala teatral en algún sitio de Parque Central, para presentar ahí a los grupos vocacionales y para atender, además, a las necesidades lúdicas de ese original complejo habitacional. Y eso avanzó bastante hasta que me “compraron” la idea y, con un grupo de arquitectos e ingenieros del CSB, participé en el diseño de todo el espacio teatral, desde la ubicación de los baños hasta la colocación de las butacas. No lo diseñé, pero sí lo orienté. No recuerdo cuando lo inauguré, pero creo que fue durante el último año del gobierno del presidente Luis Herrera Campins. Ese teatro, que yo bauticé como Arte de Venezuela, nunca se me entregó, me lo dieron sí en comodato y tenía que cancelar una suma que era muy difícil hacerlo, porque mi agrupación no tenía subsidio y lo que se hacía por taquilla no alcanzaba ni para pagar los servicios del local. Hasta que un día tuve que entregarlo, en la época del gobierno de Jaime Lusinchi, porque no pude pagar una deuda de algo así como 200 mil bolívares, suma que no me quisieron condonar.
-¿Qué ha pasado con la vida de Levy Rossell después de que salió del sótano de Parque Central?
-Si te digo que es fácil te estoy mintiendo. He pasado unos años bastante difíciles, porque se hacen festivales y nunca me invitan, hay proyectos enormes y con buenos presupuestos y nunca me llaman. Lo que he podido hacer ha sido con el apoyo de la gente que siempre ha creído en mí y en mis iniciativas. Pero no ha sido fácil, desde que fui presidente de Fundarte hasta en estos momentos. Mi institución cultural todavía existe pero no tiene subsidio ni ningún tipo de apoyo oficial, pero eso viene desde hace mucho tiempo.
-¿Cuándo funda a su organización Arte de Venezuela?
-En el año 1968, a mi regreso de Nueva York. Porque antes de irme para Estados Unidos tenía el grupo Bohemio, un elenco bien interesante con el que rescatamos el túnel de la plaza Morelos, la que ahora llaman Plaza de los Museos, y ahí estuvimos trabajando y haciéndola un espacio útil a la cultura.
-En función de los lectores que no tienen más de 25 años, ¿quiere decir que Levy Rossell tiene varias historias antes y después de la sala que ayudó a crear en el sótano de Parque Central?
-Yo tengo varias historias, antes y después de ese momento en que usted me ubica. No he hecho sino trabajar por el teatro venezolano. Antes de irme para el túnel de la plaza Morelos, para convertirlo en un espacio útil para el teatro, ya que todavía funciona, en el Centro Comercial Chacaíto y fundé una sala teatral, que ahora funciona pero después de ser transformada; después me fui para La Florida e hice lo mismo. Cuando salí de Parque Central y vinieron una serie de cambios políticos, me mandaron para La Guaira donde puse a funcionar el Centro Cultural José María Vargas, donde hubo una positiva actividad artística.
-Usted ha sido actor, director de centenares de piezas, gerente en múltiples ocasiones y autor con numerosas obras, además de haber sido docente de no menos de 4 mil actores. ¿Satisfecho?
-No, yo soy un actor frustrado. Hubiese querido encontrarme un director que me hubiese dirigido y llevado a las tablas para triunfar. Sí tuve los mejores profesores, como Nicolás Curiel, Alberto Castillo Arráez, César Rengifo, Eduardo Fernández Salomón y después en Nueva York era la estrella de Joe Chaiquin. Cuando regresé de Nueva York quería actuar y no pude, pues me dediqué a otras múltiples cosas. Tengo 17 piezas escritas y estrenadas, unas ocho aún sin concluir y obras montadas más de dos mil y pico desde 1961 hasta la fecha.
-¿Y los miles de actores que formó, que se hicieron?
-Yo no les enseñé a actuar. Creo que el mejor profesor es aquel que no se cree maestro, sino aquel que acompaña al candidato o al aspirante. Y creo que si en algo he acertado es en haber aportado unas cuantas camadas generacionales de gente que ha servido para la televisión, la radio, el cine y el teatro. Carlos Azpúrua y Diego Rísquez, no sirvieron como actores y mira lo que son ahora, valiosos cineastas. Creo que el trabajo del profesor es descubrir la riqueza del aspirante a actor y hacer que cada uno la explore, pero no es uno el que la debe explorar, uno es el que la descubre, el que hace que el actor llegue a un punto de calidad.
-¿Todos los seres humanos somos actores?
-Todos los seres humanos somos unos grandes intérpretes, desdobladores, pero hay unos que cultivan unas técnicas y otros no. En la actuación hay un componente técnico que es el que se cultiva, un componente innato que es con el que se nace, pero adicionalmente a esto hay un carisma que es el que viene de arriba o una misión de vida. Yo sí creo que cada actor entregado a su trabajo ha venido a cumplir una misión en esta vida.
-¿Qué planes tiene Levy Rossell con la sala que ahora llevará su nombre?
-Ninguno, sólo tengo palabras de agradecimiento para con la gente que ahora me hace ese homenaje, porque me parece un enorme detalle de sinceridad al reconocer lo que ayudé a erigir. Lo que si me preocupa saber es cuánto tiempo durará ese mi nombre ahí, porque aquí le quitan el nombre a las cosas o se roban las letras para fundir el metal con el cual fueron hechas. A petición de su directora daré unas clases abiertas, interactivas, que serían muy buenas para mis ex alumnos durante los meses de junio, julio y agosto, los sábados y además haremos unas lecturas dramatizadas de todas mis obras.
La Macarena será Carmen
Levy Rossell dirigirá para el grupo La Máquina Teatro, por invitación de su fundador, el autor José Tomás Angola, la pieza Chirimolla flat, una obra de Eduardo Casanova Sucre. También dirigirá al actor Karl Hoffman, “un comediante extraordinario y el mejor de su generación, en una pieza cuyo nombre no puedo dar todavía porque nos roban los derechos. Creo que este actor y la actriz Flor Elena González son los grandes intérpretes de otra generación de comediantes intermedios, así como lo fueron Manolo García Maldonado y Antonieta Colón de las suyas, en sus respectivas oportunidades. También haré un espectáculo de danza flamenca con La Macararena en su rol de Carmen, el cual irá al Teatro Teresa Carreño. Y tengo otros dos proyectos que no puedo nombrar aquí, por ahora”.
-¿Cómo ve al teatro venezolano actual?
-Lleno de esperanzas.
-¿Qué pasa con La Guaira, donde usted tenía una escuela?
-Es muy difícil vivir en el Litoral, antes y después del deslave, pero serán los varguenses quienes luchen porque se les atienda, porque las autoridades se den cuenta de lo que ahí pasa.
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