Imposible negar o silenciar la sonora actividad de José Antonio Abreu al frente del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela durante las últimas cuatro décadas. Intentar borrar sus aciertos y sus cuantificables aportes al engrandecimiento artístico nacional es como querer detener el tránsito del sol. Así lo exclama, a viva voz, Rodolfo Saglimbeni Muñoz (Barquisimeto, 1962), otro de los artistas formados en el fragor de ese notable experimento social y artístico. Auténtico y tesonero trabajador cultural a quien conocimos y entrevistamos para El diario de Caracas, en 1987, al volver del Reino Unido donde se graduó como director de orquesta, en la Real Academia de Londres, con maestros de la talla de Collin Metters, John Carewe y George Hurts, tras ser primer finalista en el Concurso Internacional de Besancon, Francia, en 1986.
A dos décadas de su regreso, Rodolfo admite que sus siete años británicos, “verdadero privilegio que no tiene precio”, fueron posibles por la beca que le consiguieron Aldemaro Romero y Eduardo Marturet, entre otros miembros de la ahora extinta Filarmónica de Caracas, con el apoyo del British Council. “Regresé a trabajar por el desarrollo de la disciplina musical”.
Muchas cosas buenas le han pasado en las dos ultimas décadas. Además de casarse y procrear dos hermosas niñas, garantiza que esos años han sido de privilegios. “Cuando retorné tenía dos decisiones para considerar: quedarme en Inglaterra esperando que sonara el teléfono para trabajar como director freelance o instalarme en Venezuela con un Movimiento que realmente se perfilaba incontenible y al cual había pertenecido en mis primeros años, ya que fui trompetista de la Orquesta Nacional Juvenil, primero en Barquisimeto y después en Caracas. Al regresar, Abreu me involucró en el desarrollo de las orquestas del suroeste caraqueño y al mismo tiempo desde la Orquesta Sinfónica Venezuela me ofrecieron el cargo de director asociado. Todo fue un gran aprendizaje, un verdadero privilegio por todos los músicos que ahí participaban y quienes me hacían observaciones o recomendaciones e incluso hasta me regañaban, teniendo en cuenta que era muy joven y no me las sabía todas. También directores consagrados como Rugeles, Riazuelo y Marturet me tenían bajo su tutela. Y fue así como participé en la creación de la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho, de la cual fui su director artístico durante 12 años; agrupación que comenzó con niños que crecieron y llegaron a tocar grandes sinfonías. Estas dos décadas han sido de mucho trabajo, porque además durante los últimos años he estado al frente de la Sinfónica Municipal de Caracas. Es un lapso pletórico de privilegios por toda la actividad creativa que asumí no sólo dentro de Venezuela, sino en Italia, España, Chile y Colombia, y además en Inglaterra, donde llevo 23 años como tutor de los cursos de dirección en Canford. Sí hay trabajo en el extranjero, pero lo más importante es lo que hacemos aquí en Venezuela, país que escogieron mis padres para amarse, vivir, hacernos nacer y ser útiles”.
No se dedicó únicamente a lo clásico. Abordó lo popular y lo tradicional, “porque es un fenómeno que he analizado y experimentado con mucho celo; comencé con Ensamble Gurrufío, seguí con El Cuarteto y después desde la Sinfónica de Caracas he trabajado con cantores populares como Rafa Galindo, Oscar D´León y muchos otros vocalistas urbanos. La razón no ha sido otra que rescatar la música criolla para partituras e interpretes de las sinfónicas, teniendo en cuenta la labor gigantesca que mucho antes adelantó el maestro Aldemaro Romero. Este trabajo permitió que los fanáticos de lo académico enriquecieran sus discografías y además gozaran con la música venezolana, que además es bailable. Amo la salsa y la música cañonera, porque son auténticas expresiones de este país”.
Filippo y Amalia
A dos décadas de su regreso, Rodolfo admite que sus siete años británicos, “verdadero privilegio que no tiene precio”, fueron posibles por la beca que le consiguieron Aldemaro Romero y Eduardo Marturet, entre otros miembros de la ahora extinta Filarmónica de Caracas, con el apoyo del British Council. “Regresé a trabajar por el desarrollo de la disciplina musical”.
Muchas cosas buenas le han pasado en las dos ultimas décadas. Además de casarse y procrear dos hermosas niñas, garantiza que esos años han sido de privilegios. “Cuando retorné tenía dos decisiones para considerar: quedarme en Inglaterra esperando que sonara el teléfono para trabajar como director freelance o instalarme en Venezuela con un Movimiento que realmente se perfilaba incontenible y al cual había pertenecido en mis primeros años, ya que fui trompetista de la Orquesta Nacional Juvenil, primero en Barquisimeto y después en Caracas. Al regresar, Abreu me involucró en el desarrollo de las orquestas del suroeste caraqueño y al mismo tiempo desde la Orquesta Sinfónica Venezuela me ofrecieron el cargo de director asociado. Todo fue un gran aprendizaje, un verdadero privilegio por todos los músicos que ahí participaban y quienes me hacían observaciones o recomendaciones e incluso hasta me regañaban, teniendo en cuenta que era muy joven y no me las sabía todas. También directores consagrados como Rugeles, Riazuelo y Marturet me tenían bajo su tutela. Y fue así como participé en la creación de la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho, de la cual fui su director artístico durante 12 años; agrupación que comenzó con niños que crecieron y llegaron a tocar grandes sinfonías. Estas dos décadas han sido de mucho trabajo, porque además durante los últimos años he estado al frente de la Sinfónica Municipal de Caracas. Es un lapso pletórico de privilegios por toda la actividad creativa que asumí no sólo dentro de Venezuela, sino en Italia, España, Chile y Colombia, y además en Inglaterra, donde llevo 23 años como tutor de los cursos de dirección en Canford. Sí hay trabajo en el extranjero, pero lo más importante es lo que hacemos aquí en Venezuela, país que escogieron mis padres para amarse, vivir, hacernos nacer y ser útiles”.
No se dedicó únicamente a lo clásico. Abordó lo popular y lo tradicional, “porque es un fenómeno que he analizado y experimentado con mucho celo; comencé con Ensamble Gurrufío, seguí con El Cuarteto y después desde la Sinfónica de Caracas he trabajado con cantores populares como Rafa Galindo, Oscar D´León y muchos otros vocalistas urbanos. La razón no ha sido otra que rescatar la música criolla para partituras e interpretes de las sinfónicas, teniendo en cuenta la labor gigantesca que mucho antes adelantó el maestro Aldemaro Romero. Este trabajo permitió que los fanáticos de lo académico enriquecieran sus discografías y además gozaran con la música venezolana, que además es bailable. Amo la salsa y la música cañonera, porque son auténticas expresiones de este país”.
Filippo y Amalia
El sacerdote los unió en Valencia. Brotó el amor entre esa pareja de inmigrantes que necesitaba la bendición divina ante el incierto futuro que iban a construir. Lo demás pertenece a la historia venezolana, tanto la privada como la pública. Procrearon tres varones, todos vinculados al mundo musical criollo y europeo. Pepé (José Felipe), residenciado en Barquisimeto y entregado el desarrollo de las orquestas infantiles y juveniles, además de estar al frente del Ensamble Nueva Segovia. Pedro, actual viola principal de la Orquesta Sinfónica del Teatro San Carlos de Lisboa. Y Rodolfo, actual director de la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas. Todos casados y con descendencia. Así, el tránsito vital de aquel siciliano Filippo Saglimbeni –fue albañil en Caracas- y la española Amalia Muñoz entrega un balance útil a esta Tierra de Gracia que los acogió para siempre.
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