Debutó con Los lunáticos, de Thomas Middleton y William Rowley, que el director Antonio Constante estrenó en octubre de 1972, en la sala construida por Carlos Raúl Villanueva para el viejo Ateneo de Caracas. Pero ese actor zuliano (17 de julio de 1950) no pudo usar, en ese espectáculo que lo lanzaba al teatro en grande, el nombre que portaba en su cedula de identidad y para resolver la divertida situación lo rebautizaron como Jean Carlo Simancas. Había para ese entonces dos Rafael Briceño y él tenía que pagar el derecho de piso, aunque ahora en el siglo XXI asegura que se irá a la tumba con el que debutó artísticamente.
En 36 años de intensa, exitosa y lucrativa vida profesional, Simancas ha descollado no sólo en el teatro, sino en la televisión y el cine, y está seguro que sus credenciales nadie las puede poner en duda jamás, especialmente después de haber encarnado al mítico Carlos Gardel en esa joya teatral que es El día que quieras, de José Ignacio Cabrujas, en 1979.
Simancas, que ha estado casado o empatado con las “divas” más apetitosas de la televisión vernácula (cuando eran jóvenes y antes de usar el quirófano o el botox), quería sacarse una espinita. Proponer un diálogo desde la misma escena ante tanto monólogo, supuestamente feminista, donde los varones como él son victimizados por supuestas amazonas amatorias que han sido abandonadas o humilladas. En pocas palabras: se escribió un monólogo y lo actuó además, pero poniéndole un nombre que lo dice todo, Sangrando por la herida, y lleva un subtitulo que no merece comentario alguno: Crónicas de un feminista. ¡Es el lamento de un incorregible macho venezolano, más nada!
Por ahora, Sangrando por la herida presenta al músico Sebastián que ha sido “maleteado” o echado de la vivienda familiar, no por una sino por varias esposas, pero a quien la última ex cónyuge lo tiene controlado, ya que engendraron un hijo, que aún es menor de edad, y además tiene serios compromisos contractuales. En fin es una saga harto conocida y vivida, no solo por Simancas sino por millones de venezolanos o de hombres que se casan o se arrejuntan y después no soportan los rigores de una vida en pareja.
Para ser su debut como autor teatral, Simancas sale airoso, pues exhibe oficio y sabe qué contar y cómo hacerlo. La práctica y la ayuda de un director avezado le permitirán en el futuro materializar mucho mejor las historias que se le ocurran, especialmente con el delicado manejo de los conflictos escénicos, esos que diferencian al teatro de otras expresiones literarias.
El espectáculo, de unos 80 minutos, es placentero, porque Simancas, canta, baila y actúa, con una sobriedad y una verdad que sólo es posible por la treintena de años que tiene en la escena y por esa cara de ángel que no necesita actuar para convencer. Y como no es ni Dorian Grey, ni el doctor Jekyll, ni tampoco mister Hyde, aquí lo ayudan: Wanda D’ Isidoro, Jennifer Carmona y el director Jesús Ferrer, entre otros.
En 36 años de intensa, exitosa y lucrativa vida profesional, Simancas ha descollado no sólo en el teatro, sino en la televisión y el cine, y está seguro que sus credenciales nadie las puede poner en duda jamás, especialmente después de haber encarnado al mítico Carlos Gardel en esa joya teatral que es El día que quieras, de José Ignacio Cabrujas, en 1979.
Simancas, que ha estado casado o empatado con las “divas” más apetitosas de la televisión vernácula (cuando eran jóvenes y antes de usar el quirófano o el botox), quería sacarse una espinita. Proponer un diálogo desde la misma escena ante tanto monólogo, supuestamente feminista, donde los varones como él son victimizados por supuestas amazonas amatorias que han sido abandonadas o humilladas. En pocas palabras: se escribió un monólogo y lo actuó además, pero poniéndole un nombre que lo dice todo, Sangrando por la herida, y lleva un subtitulo que no merece comentario alguno: Crónicas de un feminista. ¡Es el lamento de un incorregible macho venezolano, más nada!
Por ahora, Sangrando por la herida presenta al músico Sebastián que ha sido “maleteado” o echado de la vivienda familiar, no por una sino por varias esposas, pero a quien la última ex cónyuge lo tiene controlado, ya que engendraron un hijo, que aún es menor de edad, y además tiene serios compromisos contractuales. En fin es una saga harto conocida y vivida, no solo por Simancas sino por millones de venezolanos o de hombres que se casan o se arrejuntan y después no soportan los rigores de una vida en pareja.
Para ser su debut como autor teatral, Simancas sale airoso, pues exhibe oficio y sabe qué contar y cómo hacerlo. La práctica y la ayuda de un director avezado le permitirán en el futuro materializar mucho mejor las historias que se le ocurran, especialmente con el delicado manejo de los conflictos escénicos, esos que diferencian al teatro de otras expresiones literarias.
El espectáculo, de unos 80 minutos, es placentero, porque Simancas, canta, baila y actúa, con una sobriedad y una verdad que sólo es posible por la treintena de años que tiene en la escena y por esa cara de ángel que no necesita actuar para convencer. Y como no es ni Dorian Grey, ni el doctor Jekyll, ni tampoco mister Hyde, aquí lo ayudan: Wanda D’ Isidoro, Jennifer Carmona y el director Jesús Ferrer, entre otros.
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