Más para bien que para mal, los teatreros caraqueños insisten en tomar textos foráneos bien escritos y con temáticas atractivas para montarlos con actores mediáticos, esos que son conocidos por sus roles en los programas de la televisión local. Eso se hace en todas las grandes ciudades del mundo donde hay empresas prosperas del show business y aquí pues se copia o imita o se aplica esa técnica camaleónica. ¡Caracas no está precisamente en una cajita de cristal aislada del mundo, aunque algunos lo piensan o lo sueñan así!
Habría que preguntarse si es que los dramaturgos venezolanos no escriben con la frecuencia debida o están interesados en otros temas que ellos consideran más importantes para ellos, dejando olímpicamente a su público o audiencia. O también hay que considerar que nuestros escritores trabajan no por encargo cuando alguien les solicita un texto con tales o cuales exigencias. Y, con eso de la globalización, pues algunos sortarios redactan sus piezas con miras a mostrarlas afuera y ganarse unos cuantos dólares o euros. Eso se hace desde los tiempos “prehistóricos” del teatro. Y recordarlo no está mal en estos tiempos cuando hay que darle algo más que un caramelo al difícil público citadino que ya tiene una o varias alternativas para gastar su tiempo de ocio.
El caso más reciente es la comedia Juntos pero separados, que se exhibe en la Sala 1 del Celarg, una versión libérrima que el productor Carlos Chacón firma después de haber adaptado la muy conocida pieza Pareja abierta, original de los intelectuales izquierdistas italianos Darío Fo y Franca Rama, convertida en vibrante espectáculo por el director Dairo Piñeres y sus actores Gledys Ibarra y Marcos Moreno.
La pieza original, la que escribieron Fo y su esposa Rama -faquí ue montada años atrás por el director Armando Göta y los actores Gustavo Rodríguez y Flor Núñez, quienes recorrieron el país hasta que se pelearon- aborda el agotamiento del matrimonio burgués cuando ya están sobre las dos décadas de compartir el mismo techo, para lo cual ellos proponen un cambio de rutina que incluso llega a buscar otros hombres o mujeres para alternarlos en el lecho conyugal o en otros sitios. Por supuesto que ninguno de los dos comete adulterio o cosa parecida, pues se trata de amantes imaginarios más nada, hasta que la crisis pase y el par de esposos maduros se divierten con otras cosas.
La versión de Chacón le agrega unos cuantos juegos escénicos, más dentro de la farsa que dentro del espíritu de la comedia –modelo de moral revolucionaria, como diría mi abuela-, y eso alarga peligrosamente la trama, aunque Gledys y Marcos juegan magistralmente con sus personajes, recreando o inventando situaciones que los actores o incluso el director no propone. Eso se llama “morcillear” y se usa mucho en el teatro comercial de cualquier país. Lo único malo o el inconveniente del “morcilleo” es que el tiempo escénico se alarga y se alarga y termina por cansar a una gran parte de la audiencia, que sale con su tiempo contado y no quiere estar en la calle... por aquello de los peligros parateatrales.
Y el público, que ha ido para hacer la digestión – como observaría Federico Garcìa Lorca- ver como resuelve un problema similar, pues ríe de principio a fin, y sale dispuesto a no se sabe que tarea, sin olvidar que el sexo y el amor no los separa sino una delicado raya amarilla y que cuando se borra o desaparece, pues, el ser humano queda sujeto a sus gustos o disgustos o regustos, sin olvidar que el primer pecado, el original, es sexual y desde entonces la humanidad se debate entre pecar y no pecar.
Con este montaje, Piñeres demuestra porque es el director venezolano que más piezas monta al año: tiene una inagotable capacidad de trabajo, puede ser por sus 33 años, o porque no se pone limites a su potencia de creación.
El caso más reciente es la comedia Juntos pero separados, que se exhibe en la Sala 1 del Celarg, una versión libérrima que el productor Carlos Chacón firma después de haber adaptado la muy conocida pieza Pareja abierta, original de los intelectuales izquierdistas italianos Darío Fo y Franca Rama, convertida en vibrante espectáculo por el director Dairo Piñeres y sus actores Gledys Ibarra y Marcos Moreno.
La pieza original, la que escribieron Fo y su esposa Rama -faquí ue montada años atrás por el director Armando Göta y los actores Gustavo Rodríguez y Flor Núñez, quienes recorrieron el país hasta que se pelearon- aborda el agotamiento del matrimonio burgués cuando ya están sobre las dos décadas de compartir el mismo techo, para lo cual ellos proponen un cambio de rutina que incluso llega a buscar otros hombres o mujeres para alternarlos en el lecho conyugal o en otros sitios. Por supuesto que ninguno de los dos comete adulterio o cosa parecida, pues se trata de amantes imaginarios más nada, hasta que la crisis pase y el par de esposos maduros se divierten con otras cosas.
La versión de Chacón le agrega unos cuantos juegos escénicos, más dentro de la farsa que dentro del espíritu de la comedia –modelo de moral revolucionaria, como diría mi abuela-, y eso alarga peligrosamente la trama, aunque Gledys y Marcos juegan magistralmente con sus personajes, recreando o inventando situaciones que los actores o incluso el director no propone. Eso se llama “morcillear” y se usa mucho en el teatro comercial de cualquier país. Lo único malo o el inconveniente del “morcilleo” es que el tiempo escénico se alarga y se alarga y termina por cansar a una gran parte de la audiencia, que sale con su tiempo contado y no quiere estar en la calle... por aquello de los peligros parateatrales.
Y el público, que ha ido para hacer la digestión – como observaría Federico Garcìa Lorca- ver como resuelve un problema similar, pues ríe de principio a fin, y sale dispuesto a no se sabe que tarea, sin olvidar que el sexo y el amor no los separa sino una delicado raya amarilla y que cuando se borra o desaparece, pues, el ser humano queda sujeto a sus gustos o disgustos o regustos, sin olvidar que el primer pecado, el original, es sexual y desde entonces la humanidad se debate entre pecar y no pecar.
Con este montaje, Piñeres demuestra porque es el director venezolano que más piezas monta al año: tiene una inagotable capacidad de trabajo, puede ser por sus 33 años, o porque no se pone limites a su potencia de creación.
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