A nueve años de haber comenzado la revolución del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, hemos reseñado un solo espectáculo que desde la escena glosa positivamente ese proceso sociopolítico. La comedia musical A barrio vivo, de Franklin Tovar, aborda algunos cambios sociales puestos en marcha, como los comités de tierra y los consejos comunales, además de las misiones educativas, todo eso con estructura y argumento que evoca al musical gringo West Side Story (1957). Es un vistoso y salsoso montaje estrenado en la temporada 2006, el cual desde entonces ha tenido varias presentaciones, gracias al Teatro Teresa Carreño, su patrocinante. Como réplica ideológica, ahora se exhibe en el Ateneo de Caracas la bien escrita comedia Parece que va a temblar de Ricardo Nortier, con Orlando Arocha en una perfecta dirección y producido por el grupo Teatro del Contrajuego y Chacao Cultura.
¿Por qué no se conocen más propuestas por parte de los teatreros ante los sucesos políticos y sociales? ¿Por qué, salvo esas dos excepciones, el teatro evade la realidad y adopta la posición del avestruz? ¿Cómo explicar tal silencio ante la comunidad internacional o ante los espectadores venezolanos?
Mientras se conocen las respuestas, hay que destacar que Parece que va a temblar es un modelo decantado de teatro político con tendencia sociológica, el cual se desarrolla a lo largo de 90 minutos, en dos actos sin intermedio. Para ser la primera pieza de Nortier (actor brasileño con más de una década en Caracas), exhibe oficio dramatúrgico, que él proseguirá con el monólogo Esperancita y el texto Semáforo para teatro de calle, porque parte de su primera trilogía: RPM (Revoluciones por minuto).
Parece que va a temblar, ambientada en un apartamento de clase media, materializa a la abuela (una sobresaliente Antonieta Colón), el hijo (Alberto Alifa), la nuera (Eulalia Siso, espectacular) y los dos nietos adolescentes (Arianna Savio y Gabriel Agüero) cuando manifiestan su aburrimiento dominical y deben engullirse el tradicional arroz con pollo, beber cerveza los adultos, comer helados frente al televisor y hacer terapia de rescate de las drogas por parte de los muchachos. Todo eso, primero, en cinco monólogos estrujantes para presentar los hondos dramas existenciales de los personajes, que van desde la ancianidad solitaria hasta el consumo de drogas, la pasión por las ideas revolucionarias del Che Guevara y la iconografía alucinante de las estrellas del cine estadounidense, pasando por el alcoholismo del padre y el desempleo de la madre, expulsada de Pdvsa. Aquello culmina con una pasmosa conversación a cinco voces, donde nadie escucha y nadie propone que hacer para cambiar esa rutina dominical.
La pieza divierte por el verismo de los personajes y alerta que están en un callejón sin salida y a la espera de un temblor que anuncie la llegada de un terremoto que lo cambiaría todo. No hay propuestas salvadoras, porque caería en el panfleto y eso no se lo permiten Arocha, Nortier y su elenco, porque son artistas honestos.
Mientras se conocen las respuestas, hay que destacar que Parece que va a temblar es un modelo decantado de teatro político con tendencia sociológica, el cual se desarrolla a lo largo de 90 minutos, en dos actos sin intermedio. Para ser la primera pieza de Nortier (actor brasileño con más de una década en Caracas), exhibe oficio dramatúrgico, que él proseguirá con el monólogo Esperancita y el texto Semáforo para teatro de calle, porque parte de su primera trilogía: RPM (Revoluciones por minuto).
Parece que va a temblar, ambientada en un apartamento de clase media, materializa a la abuela (una sobresaliente Antonieta Colón), el hijo (Alberto Alifa), la nuera (Eulalia Siso, espectacular) y los dos nietos adolescentes (Arianna Savio y Gabriel Agüero) cuando manifiestan su aburrimiento dominical y deben engullirse el tradicional arroz con pollo, beber cerveza los adultos, comer helados frente al televisor y hacer terapia de rescate de las drogas por parte de los muchachos. Todo eso, primero, en cinco monólogos estrujantes para presentar los hondos dramas existenciales de los personajes, que van desde la ancianidad solitaria hasta el consumo de drogas, la pasión por las ideas revolucionarias del Che Guevara y la iconografía alucinante de las estrellas del cine estadounidense, pasando por el alcoholismo del padre y el desempleo de la madre, expulsada de Pdvsa. Aquello culmina con una pasmosa conversación a cinco voces, donde nadie escucha y nadie propone que hacer para cambiar esa rutina dominical.
La pieza divierte por el verismo de los personajes y alerta que están en un callejón sin salida y a la espera de un temblor que anuncie la llegada de un terremoto que lo cambiaría todo. No hay propuestas salvadoras, porque caería en el panfleto y eso no se lo permiten Arocha, Nortier y su elenco, porque son artistas honestos.
Esperemos con mucho interés las dos otras piezas que Nortier anuncia, así como los otros montajes de los creadores chavistas. Es necesario conocer esos planteamientos, esas ofertas que deben hacer como artistas de esta sociedad que vive un indudable proceso de cambio.
¿Y los otros teatreros que hacen?¿También estan esperando el temblor que anuncie el terremoto o las lluvias que presagien la tormenta?
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