Se montó en Paris, Londres, Nueva York, Buenos Aires, Bogota y ahora le corresponde a Caracas. Llega a la escena del Teatro Trasnocho, la comedia Un dios salvaje de Yasmina Reza, traducida y versionada por Fernando Masllorens y Federico González del Pino, bajo la dirección de Héctor Manrique y con la protagonización de Carlota Sosa, Iván Tamayo, Basilio Álvarez y Martha Estrada, destacados intérpretes.
Nosotros leímos el texto y aunque la literatura dramática, por muy perfecta que sea, no siempre anticipa lo que puede ocurrir en la escena, estamos seguros que los venezolanos se van a estremecer porque lo que podrán ver es una situación cotidiana, muy frecuente, que con sus contradicciones demuestra, una vez más, que los adultos somos tan irracionales como los niños y que todos, sin excepciones, tenemos por dentro un dios salvaje, y no es un exabrupto. O mejor dicho: un diocesito salvajote o brutico, que siempre anida ahí, como para recordarnos lo frágiles que somos los seres humanos, por más encumbrados que podamos estar en los niveles de la pirámide social. ¡Sin excepciones!
Y no es que la pieza Un dios salvaje sea un dechado de sociología, antropología, psicología y psiquiatría. Pero si es un virulento consomé de todas esas maravillosas ciencias sociales. Es la observación agudizada de una extraordinaria dramaturga ante un hecho común y corriente, en cualquier sociedad occidental.: unos padres alarmados porque sus descendientes se están matando y ellos no pueden hacer nada para impedirlo.
La saga escénica es sencilla, como todas las que Yasmina Reza (Paris, 1 de mayo de 1959) ha llevado al teatro- Conversaciones tras un entierro la lanzó en 1987- pero lo que pasa ahí golpeara profundamente al público, que se reirá sin control, hasta aceptar a regañadientes la metáfora que propone la autora. Ella plasma que dos niños que juegan, en la caraqueña Plaza Francia de Altamira, según la adaptación venezolana, terminan peleándose de tal forma que uno de ellos toma un palo y le rompe tres dientes a su amigo, compañero de clases. Las parejas de progenitores de los muchachitos deciden reunirse para buscar una solución a tan sangriento incidente. Son cuatro personas que pertenecen a eso que llaman clase media, son medianamente ilustrados, tanto en lo económico como en lo cultural; una es corredora de seguros, uno es un corredor de bienes raíces, el otro es un vendedor de ollas y su esposa es una escritora sobre tragedias humanas, porque una ha convocado a la otra para resolver el incidente; son parejas que nunca antes se vieron.
Pero Héctor Manrique (Madrid, 14 de enero de 1963), quien es el responsable de la producción, a la limón, con su esposa Carolina Rincón, y del montaje, reconoce que el juego dramático, con ritmo de espectacular comedia, de Un dios salvaje permite ponderar como ninguna de las parejas logra ponerse de acuerdo en su discusión, ni tampoco cada una de las cuatro personas ahí involucradas."Todas están poseídas por sus egos, que son como pequeños dioses salvajes. Ahí se ve como la gente intenta aplastar a los demás sus puntos de vista. Es la maldición del ego presente en los cuatro personajes, porque al parecer cada uno quisiera ser el protagonista. Creo que ahí Yasmina Reza nos puntualiza el problema de la incomunicación entre los seres humanos, ya que la incomunicación es la constante presente, no solamente entre los burgueses sino también entre los proletarios. Nadie escucha al contrario, ni pretende hacerlo, porque todos son unos dioses salvajes”.
Insiste Manrique que “Un dios salvaje es una obra sobre la incomunicación y creo que es una comedia agria, una comedia donde los espectadores se identificarán fácilmente. Creo que los venezolanos, como todos los otros habitantes de este planeta, sabemos y vivimos en una constante incomunicación. Nos aislamos de los terceros y también con la gente que convive con nosotros, ni hablar de los muros que levantamos ante los extraños y nuestros íntimos, porque levantamos unas paredes de mentiras o mentirillas. Y reitero que esa incomunicación, por supuesto, no es solamente aquí en esta Tierra de Gracia, como cantan las poetas, sino en todo el mundo”.
Reconoce Manrique que la segunda parte del éxito de su espectáculo descansa en la presencia de cuatro actores que él conoce muy bien, además de que son unos profesionales únicos en sus tipologías, que crearán a esos cuatro diocesitos bruticos tratando de aplastarse mutuamente en el livingroom minimalista de la residencia de uno de ellos. “Creo que todo será perfecto. Además, en este momento el Grupo Actoral 80 vive una situación única en su historia: no tenemos aportes financieros de nadie y la taquilla es el único ingreso que tendremos, pero eso nos impulsa a mostrar este estreno y mostrar a Caridad Canelón con su trepidante monologo y, además, nos vayamos de gira hacia el cono sur del continente americano. Estamos llenos de cosas por hacer”.
Nosotros leímos el texto y aunque la literatura dramática, por muy perfecta que sea, no siempre anticipa lo que puede ocurrir en la escena, estamos seguros que los venezolanos se van a estremecer porque lo que podrán ver es una situación cotidiana, muy frecuente, que con sus contradicciones demuestra, una vez más, que los adultos somos tan irracionales como los niños y que todos, sin excepciones, tenemos por dentro un dios salvaje, y no es un exabrupto. O mejor dicho: un diocesito salvajote o brutico, que siempre anida ahí, como para recordarnos lo frágiles que somos los seres humanos, por más encumbrados que podamos estar en los niveles de la pirámide social. ¡Sin excepciones!
Y no es que la pieza Un dios salvaje sea un dechado de sociología, antropología, psicología y psiquiatría. Pero si es un virulento consomé de todas esas maravillosas ciencias sociales. Es la observación agudizada de una extraordinaria dramaturga ante un hecho común y corriente, en cualquier sociedad occidental.: unos padres alarmados porque sus descendientes se están matando y ellos no pueden hacer nada para impedirlo.
La saga escénica es sencilla, como todas las que Yasmina Reza (Paris, 1 de mayo de 1959) ha llevado al teatro- Conversaciones tras un entierro la lanzó en 1987- pero lo que pasa ahí golpeara profundamente al público, que se reirá sin control, hasta aceptar a regañadientes la metáfora que propone la autora. Ella plasma que dos niños que juegan, en la caraqueña Plaza Francia de Altamira, según la adaptación venezolana, terminan peleándose de tal forma que uno de ellos toma un palo y le rompe tres dientes a su amigo, compañero de clases. Las parejas de progenitores de los muchachitos deciden reunirse para buscar una solución a tan sangriento incidente. Son cuatro personas que pertenecen a eso que llaman clase media, son medianamente ilustrados, tanto en lo económico como en lo cultural; una es corredora de seguros, uno es un corredor de bienes raíces, el otro es un vendedor de ollas y su esposa es una escritora sobre tragedias humanas, porque una ha convocado a la otra para resolver el incidente; son parejas que nunca antes se vieron.
Pero Héctor Manrique (Madrid, 14 de enero de 1963), quien es el responsable de la producción, a la limón, con su esposa Carolina Rincón, y del montaje, reconoce que el juego dramático, con ritmo de espectacular comedia, de Un dios salvaje permite ponderar como ninguna de las parejas logra ponerse de acuerdo en su discusión, ni tampoco cada una de las cuatro personas ahí involucradas."Todas están poseídas por sus egos, que son como pequeños dioses salvajes. Ahí se ve como la gente intenta aplastar a los demás sus puntos de vista. Es la maldición del ego presente en los cuatro personajes, porque al parecer cada uno quisiera ser el protagonista. Creo que ahí Yasmina Reza nos puntualiza el problema de la incomunicación entre los seres humanos, ya que la incomunicación es la constante presente, no solamente entre los burgueses sino también entre los proletarios. Nadie escucha al contrario, ni pretende hacerlo, porque todos son unos dioses salvajes”.
Insiste Manrique que “Un dios salvaje es una obra sobre la incomunicación y creo que es una comedia agria, una comedia donde los espectadores se identificarán fácilmente. Creo que los venezolanos, como todos los otros habitantes de este planeta, sabemos y vivimos en una constante incomunicación. Nos aislamos de los terceros y también con la gente que convive con nosotros, ni hablar de los muros que levantamos ante los extraños y nuestros íntimos, porque levantamos unas paredes de mentiras o mentirillas. Y reitero que esa incomunicación, por supuesto, no es solamente aquí en esta Tierra de Gracia, como cantan las poetas, sino en todo el mundo”.
Reconoce Manrique que la segunda parte del éxito de su espectáculo descansa en la presencia de cuatro actores que él conoce muy bien, además de que son unos profesionales únicos en sus tipologías, que crearán a esos cuatro diocesitos bruticos tratando de aplastarse mutuamente en el livingroom minimalista de la residencia de uno de ellos. “Creo que todo será perfecto. Además, en este momento el Grupo Actoral 80 vive una situación única en su historia: no tenemos aportes financieros de nadie y la taquilla es el único ingreso que tendremos, pero eso nos impulsa a mostrar este estreno y mostrar a Caridad Canelón con su trepidante monologo y, además, nos vayamos de gira hacia el cono sur del continente americano. Estamos llenos de cosas por hacer”.
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