No tenemos un Homero ni otro Herodoto para que cuenten y recuenten, utilizando además el debido tamiz poético, la historia reciente de Venezuela. Pero si existe, y a buena hora, el caraqueño Oscar Acosta (2 de abril de 1964) quien insiste, a 21 años de los luctuosos sucesos de los días 27 y 28 de febrero de 1989, en mostrar su importante pieza teatral Los papeles de Febrero, gracias al esmerado trabajo del director Paúl Salazar Rivas y su elenco del Pequeño Grupo, desde la Sala Horacio Peterson, en Unearte.
Tres jóvenes, dos policías, una mujer embarazada y dos soldados, materializan Los papeles de febrero, aquella aciaga circunstancia que marcó la historia contemporánea de Venezuela, conocida como El Caracazo. Ahí se recuerdan esos trágicos hechos, con los que estudiosos, historiadores y, por supuesto, artistas e intelectuales tenemos una deuda, pues son parte de una memoria aún viva y poco testimoniada, en tanto nos remite a las mayorías anónimas que son las que, a fin de cuentas, determinan el rumbo de la historia.
Los papeles de Febrero asombra porque logra abordar, sin maniqueísmos, el lado humano de esa explosión social que comenzó en Guarenas, se extendió a Caracas y después se generalizó con mayor o menor intensidad en diversas regiones del país, dejando un balance, aproximado, de más de 3.000 muertos y heridos, y cuantiosos daños a las propiedades públicas y privadas.
Pero El Caracazo nos dejó una advertencia, una sola: puede repetirse si el país entero no cambia, aunque Acosta considera que los sucesos de febrero de 1989 son el final de una etapa de la historia venezolana y una estocada mortal a la partidocracia la cual, desde 1958, hegemonizó los poderes políticos y económicos, y además es prólogo de las asonadas militares de 1992. Lo que vino después y el actual presente serán temas para el futuro mediato.
Compromiso político
Para nosotros, Los papeles de Febrero, más allá de ser una pieza de hondo compromiso político, es una exaltación del bravo pueblo venezolano, ese que vivió El Caracazo, ese que fue tentado por el desorden, por la falta de ley, y dio rienda suelta a sus frustraciones centenarias.
Acosta logra plasmarlos en sus dimensiones humanas, con todas sus aristas, tanto a soldados, policías como al pueblo mismo, atrapados en una telaraña de violencia que nunca se explicaron, ni nadie ha pretendido hacerlo.
No es sociología teatral política, pero Acosta sí logra rescatar los perfiles de ocho venezolanos y un colombiano que fueron discretos protagonistas de situaciones violentas, sin saber lo que verdaderamente estaba pasando o se gestaba. Son situaciones límites, son personajes existencialistas entregados a su devenir sin saber que estaban poniendo la raya a sus existencias, cual si fuesen insectos capturados en una inmensa red donde son sacrificados.
Atmósfera violenta
El espectáculo, según la estética del director Salazar Rivas, tiene una sólida apoyatura audiovisual que ayuda a crear la siniestra atmósfera de violencia que se vivió durante aquellos días del 27 y 28 de febrero, especialmente en Caracas, para lo cual, en una especie de prólogo, se proyectan, antes de la teatralización, algunos detalles de “la coronación” del presidente Carlos Andrés Pérez en el Teatro Teresa Carreño, para afirmar así que El Sacudón o El Caracazo fue un detonador por el derroche tercermundista.
La puesta en escena, como lo recomienda el autor, utiliza decorados sencillos. Es un montaje espartano, donde lo importante es la concepción de las interrelaciones de los personajes y como estos se comunican con la audiencia, que aunque tiene por delante la cuarta pared, está involucrada en cada una de las situaciones ahí recuperadas, porque es parte de la historia personal de los adultos que ahora la presencian. Es, por supuesto, híper realismo y del bueno, de ese que no deja tiempo sino para respirar y para que la imaginación viaje al pasado reciente, un pasado donde muchísimos venezolanos estuvimos involucrados de manera directa o indirecta.
Las actuaciones son sobrias, sin mayores derroches, porque se trata de un elenco joven y por ende en etapa de capacitación, salvo el caso de Aura D’Arthenay, que es toda una veterana. Sin embargo, el desempeño de Jhonathan Urrea es memorable al encarnar a un desvalido inmigrante colombiano que no quiere que lo maten ni tampoco perder a sus compañeros de infortunio, todo esto dentro de una actuación de comedia, que ayuda a soportar la tensa situación que todos ellos viven.
Esos papagayos
Los papeles de Febrero nos recordó, una vez más, que la libertad del ser humano en America Latina es lo más parecido a la alegría que se siente cuando se logra elevar un papagayo o una cometa, como diría el colombiano que se salvó de perecer en aquellos infaustos sucesos de El Sacudón o El Caracazo.
Por ahora, la dramaturgia venezolana ha evocado esos sucesos, pero tiene que seguir trabajando más y más sobre ese pasado reciente, una tarea que estimula a Oscar Acosta para seguir en la brega.
No se puede olvidar que Román Chalbaud también hizo una versión fílmica de los nefastos días de febrero de 1989. Con El Caracazo (2005) rescató además una parte de su pieza teatral Pandemónium, pero eso será tema para otra columna.
Ficha artística
Tres jóvenes, dos policías, una mujer embarazada y dos soldados, materializan Los papeles de febrero, aquella aciaga circunstancia que marcó la historia contemporánea de Venezuela, conocida como El Caracazo. Ahí se recuerdan esos trágicos hechos, con los que estudiosos, historiadores y, por supuesto, artistas e intelectuales tenemos una deuda, pues son parte de una memoria aún viva y poco testimoniada, en tanto nos remite a las mayorías anónimas que son las que, a fin de cuentas, determinan el rumbo de la historia.
Los papeles de Febrero asombra porque logra abordar, sin maniqueísmos, el lado humano de esa explosión social que comenzó en Guarenas, se extendió a Caracas y después se generalizó con mayor o menor intensidad en diversas regiones del país, dejando un balance, aproximado, de más de 3.000 muertos y heridos, y cuantiosos daños a las propiedades públicas y privadas.
Pero El Caracazo nos dejó una advertencia, una sola: puede repetirse si el país entero no cambia, aunque Acosta considera que los sucesos de febrero de 1989 son el final de una etapa de la historia venezolana y una estocada mortal a la partidocracia la cual, desde 1958, hegemonizó los poderes políticos y económicos, y además es prólogo de las asonadas militares de 1992. Lo que vino después y el actual presente serán temas para el futuro mediato.
Compromiso político
Para nosotros, Los papeles de Febrero, más allá de ser una pieza de hondo compromiso político, es una exaltación del bravo pueblo venezolano, ese que vivió El Caracazo, ese que fue tentado por el desorden, por la falta de ley, y dio rienda suelta a sus frustraciones centenarias.
Acosta logra plasmarlos en sus dimensiones humanas, con todas sus aristas, tanto a soldados, policías como al pueblo mismo, atrapados en una telaraña de violencia que nunca se explicaron, ni nadie ha pretendido hacerlo.
No es sociología teatral política, pero Acosta sí logra rescatar los perfiles de ocho venezolanos y un colombiano que fueron discretos protagonistas de situaciones violentas, sin saber lo que verdaderamente estaba pasando o se gestaba. Son situaciones límites, son personajes existencialistas entregados a su devenir sin saber que estaban poniendo la raya a sus existencias, cual si fuesen insectos capturados en una inmensa red donde son sacrificados.
Atmósfera violenta
El espectáculo, según la estética del director Salazar Rivas, tiene una sólida apoyatura audiovisual que ayuda a crear la siniestra atmósfera de violencia que se vivió durante aquellos días del 27 y 28 de febrero, especialmente en Caracas, para lo cual, en una especie de prólogo, se proyectan, antes de la teatralización, algunos detalles de “la coronación” del presidente Carlos Andrés Pérez en el Teatro Teresa Carreño, para afirmar así que El Sacudón o El Caracazo fue un detonador por el derroche tercermundista.
La puesta en escena, como lo recomienda el autor, utiliza decorados sencillos. Es un montaje espartano, donde lo importante es la concepción de las interrelaciones de los personajes y como estos se comunican con la audiencia, que aunque tiene por delante la cuarta pared, está involucrada en cada una de las situaciones ahí recuperadas, porque es parte de la historia personal de los adultos que ahora la presencian. Es, por supuesto, híper realismo y del bueno, de ese que no deja tiempo sino para respirar y para que la imaginación viaje al pasado reciente, un pasado donde muchísimos venezolanos estuvimos involucrados de manera directa o indirecta.
Las actuaciones son sobrias, sin mayores derroches, porque se trata de un elenco joven y por ende en etapa de capacitación, salvo el caso de Aura D’Arthenay, que es toda una veterana. Sin embargo, el desempeño de Jhonathan Urrea es memorable al encarnar a un desvalido inmigrante colombiano que no quiere que lo maten ni tampoco perder a sus compañeros de infortunio, todo esto dentro de una actuación de comedia, que ayuda a soportar la tensa situación que todos ellos viven.
Esos papagayos
Los papeles de Febrero nos recordó, una vez más, que la libertad del ser humano en America Latina es lo más parecido a la alegría que se siente cuando se logra elevar un papagayo o una cometa, como diría el colombiano que se salvó de perecer en aquellos infaustos sucesos de El Sacudón o El Caracazo.
Por ahora, la dramaturgia venezolana ha evocado esos sucesos, pero tiene que seguir trabajando más y más sobre ese pasado reciente, una tarea que estimula a Oscar Acosta para seguir en la brega.
No se puede olvidar que Román Chalbaud también hizo una versión fílmica de los nefastos días de febrero de 1989. Con El Caracazo (2005) rescató además una parte de su pieza teatral Pandemónium, pero eso será tema para otra columna.
Ficha artística
Obra: Los papeles de Febrero
Autor: Oscar Acosta
Elenco: Aura D'arthenay, José Alfredo Figueroa, Jhonathan Urrea, Yusmary Parra y Marlex Martínez.
Producción: Pequeño Grupo
Director general: Paúl Salazar Rivas
Autor: Oscar Acosta
Elenco: Aura D'arthenay, José Alfredo Figueroa, Jhonathan Urrea, Yusmary Parra y Marlex Martínez.
Producción: Pequeño Grupo
Director general: Paúl Salazar Rivas
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