Entre las féminas los afectos públicos no despiertan sospechas ni suspicacias. Eso no ocurre con los varones. porque son malinterpretados, son pecaminosos o inmorales y tienen hasta olores y colores de pecado infame, lo cual obliga a que se oculten o se disfracen, cual exótico carnaval existencial, aunque eso ha ido cambiando por las luchas reivindicativas de algunas organizaciones.
Recordamos eso, porque la homosexualidad masculina en los escenarios criollos no es una novedad, especialmente después que la comercialización de las carteleras teatrales abusó de tales personajes con tales conductas, pero ridiculizados o convertidos en payasos o graciosos a la fuerza. Aquello permitió que, durante las tres ultimas décadas de la centuria pasada, “poner una loca en las tablas es ganancia segura”, como nos lo dijo un productor que hizo fortuna con numerosas piezas de esas características. ¡Una fortuna hecha con el ajeno pecado nefando, je jeje!
Pero también hubo espectáculos memorables por las reflexiones que propusieron al público, como Escrito y sellado, Las puntas del triángulo, Detrás de la avenida y Eclipse en la casa grande, donde Isaac Chocrón, César Rojas, Elio Palencia y Javier Vidal rompieron lanzas por sus entes que exigían respecto para sus básicos derechos humanos. Hemos recordado algunos de los más destacados montajes, pero hay muchos de ingrata memoria por su ordinariez y la homofobia subterránea de sus textos y montajes.
Pero la homosexualidad femenina no ha contado con tal promoción escénica durante esos últimos 30 años del siglo XX. Si la memoria no nos falla, Ultimo piso en Babilonia de Xiomara Moreno y La buhardilla de Gilberto Pinto, son las únicas piezas que han podido alarmar a cierta audiencia avestruz, esa que no quiere saber nada de damas en apasionados romances con otras féminas.¿Por qué? Las respuestas que hemos obtenido tienen que ver con el ancestral matriarcado y otras conductas tradicionales de la población, que evitan abordar ese tema, dentro o fuera del teatro, algunas veces por ignorancia o por temor a ridiculizaciones y exageraciones. Aquí en Venezuela la mujer es casi sagrada y no se aplaude nada en su contra, aunque por ahí hay muchos que les caen a golpes y cometen otros excesos.
Y para ayudar a que la audiencia cambie y vea al lesbianismo como una conducta sexual más, exenta de “maldades” y que las mujeres no tienen porque privarse de vivir en plena libertad, el Teatro Trasnocho presenta el espectáculo La noche de las tríbadas (1975) del sueco Per Olov Enquist, puesto en escena, con mucha sobriedad, por Costa Palamides y con las destacadas actuaciones de Diana Volpe y Diana Peñalver, apuntaladas en Ludwig Pineda y Elvis Chaveinte.
En su pieza, Enquist utiliza el termino tríbadas, de origen griego, que significa lesbianas, porque ahí plasma un encuentro o desencuentro entre el dramaturgo August Strindberg y su ex esposa Siri Von Essen, cuando ella ensaya el monologo La más fuerte, de su antiguo marido, acompañada de la actriz Marie David, reconocida luchadora por los derechos de las mujeres y quien es supuestamente amante de Siri. La misoginia del escritor estalla, porque él considera que todas las mujeres progresistas son tríbadas o lesbianas. Es, pues, un dramón, donde se rescata al unipersonal strindbergiano, que se transforma en una pieza donde las féminas se aman y excluyen al hombre por su irracionalidad.
¿El público qué hace o dice? Si la audiencia está enterada o interesada en la saga personal y literaria de Strindberg, pues es casi seguro que capte el sufrimiento del personaje y de los que lo acompañan, pero si es neófita, como ocurre en la mayoría, porque el teatro no se inventó para los cultos o recultos o instruidos, no hallará jamás las razones y las sinrazones del atormentado Strindberg que al parecer no sabia que tenía una mujer por dentro y de ahí su misoginia exacerbada, a pesar que usó y abusó de las féminas.
El escritor Enquist perdió la oportunidad de hacer una gran pieza sobre la homosexualidad femenina. Dicho, en palabras criollas, mató al tigre y le tuvo miedo al cuerpo. Tenía que jugársela más y verdaderamente hacer una creación redonda, asumir el conflicto. Él también se asustó con lo que tenía en las manos y se quedó en la mera creación de un hecho supuestamente histórico, pero no rompió lanzas por la liberación femenina en general o por las tríbadas en particular.
Pero, y aunque esto excede a mi trabajo crítico aquí, Enquist si nos ha dado una pista o una huella para dedicarnos escribir una pieza teatral sobre un célebre autor venezolano, usando su biografía y algunas de sus piezas que están muy ligadas con su propia vida. Creo que es la mejor forma de rendirle homenaje a este artista criollo, pero de eso no escribiremos más hasta que el proyecto esté concluido. Nosotros nos “embarcamos” con esta obra que vino de afuera, de eso no nos queda duda, pero de ahí sacaremos algo diferente y hasta mejor, como tiene que ser. Carlos Giménez, de estar vivo, nos diría, su frase favorita: “Donde perdí, gané”.
.
Recordamos eso, porque la homosexualidad masculina en los escenarios criollos no es una novedad, especialmente después que la comercialización de las carteleras teatrales abusó de tales personajes con tales conductas, pero ridiculizados o convertidos en payasos o graciosos a la fuerza. Aquello permitió que, durante las tres ultimas décadas de la centuria pasada, “poner una loca en las tablas es ganancia segura”, como nos lo dijo un productor que hizo fortuna con numerosas piezas de esas características. ¡Una fortuna hecha con el ajeno pecado nefando, je jeje!
Pero también hubo espectáculos memorables por las reflexiones que propusieron al público, como Escrito y sellado, Las puntas del triángulo, Detrás de la avenida y Eclipse en la casa grande, donde Isaac Chocrón, César Rojas, Elio Palencia y Javier Vidal rompieron lanzas por sus entes que exigían respecto para sus básicos derechos humanos. Hemos recordado algunos de los más destacados montajes, pero hay muchos de ingrata memoria por su ordinariez y la homofobia subterránea de sus textos y montajes.
Pero la homosexualidad femenina no ha contado con tal promoción escénica durante esos últimos 30 años del siglo XX. Si la memoria no nos falla, Ultimo piso en Babilonia de Xiomara Moreno y La buhardilla de Gilberto Pinto, son las únicas piezas que han podido alarmar a cierta audiencia avestruz, esa que no quiere saber nada de damas en apasionados romances con otras féminas.¿Por qué? Las respuestas que hemos obtenido tienen que ver con el ancestral matriarcado y otras conductas tradicionales de la población, que evitan abordar ese tema, dentro o fuera del teatro, algunas veces por ignorancia o por temor a ridiculizaciones y exageraciones. Aquí en Venezuela la mujer es casi sagrada y no se aplaude nada en su contra, aunque por ahí hay muchos que les caen a golpes y cometen otros excesos.
Y para ayudar a que la audiencia cambie y vea al lesbianismo como una conducta sexual más, exenta de “maldades” y que las mujeres no tienen porque privarse de vivir en plena libertad, el Teatro Trasnocho presenta el espectáculo La noche de las tríbadas (1975) del sueco Per Olov Enquist, puesto en escena, con mucha sobriedad, por Costa Palamides y con las destacadas actuaciones de Diana Volpe y Diana Peñalver, apuntaladas en Ludwig Pineda y Elvis Chaveinte.
En su pieza, Enquist utiliza el termino tríbadas, de origen griego, que significa lesbianas, porque ahí plasma un encuentro o desencuentro entre el dramaturgo August Strindberg y su ex esposa Siri Von Essen, cuando ella ensaya el monologo La más fuerte, de su antiguo marido, acompañada de la actriz Marie David, reconocida luchadora por los derechos de las mujeres y quien es supuestamente amante de Siri. La misoginia del escritor estalla, porque él considera que todas las mujeres progresistas son tríbadas o lesbianas. Es, pues, un dramón, donde se rescata al unipersonal strindbergiano, que se transforma en una pieza donde las féminas se aman y excluyen al hombre por su irracionalidad.
¿El público qué hace o dice? Si la audiencia está enterada o interesada en la saga personal y literaria de Strindberg, pues es casi seguro que capte el sufrimiento del personaje y de los que lo acompañan, pero si es neófita, como ocurre en la mayoría, porque el teatro no se inventó para los cultos o recultos o instruidos, no hallará jamás las razones y las sinrazones del atormentado Strindberg que al parecer no sabia que tenía una mujer por dentro y de ahí su misoginia exacerbada, a pesar que usó y abusó de las féminas.
El escritor Enquist perdió la oportunidad de hacer una gran pieza sobre la homosexualidad femenina. Dicho, en palabras criollas, mató al tigre y le tuvo miedo al cuerpo. Tenía que jugársela más y verdaderamente hacer una creación redonda, asumir el conflicto. Él también se asustó con lo que tenía en las manos y se quedó en la mera creación de un hecho supuestamente histórico, pero no rompió lanzas por la liberación femenina en general o por las tríbadas en particular.
Pero, y aunque esto excede a mi trabajo crítico aquí, Enquist si nos ha dado una pista o una huella para dedicarnos escribir una pieza teatral sobre un célebre autor venezolano, usando su biografía y algunas de sus piezas que están muy ligadas con su propia vida. Creo que es la mejor forma de rendirle homenaje a este artista criollo, pero de eso no escribiremos más hasta que el proyecto esté concluido. Nosotros nos “embarcamos” con esta obra que vino de afuera, de eso no nos queda duda, pero de ahí sacaremos algo diferente y hasta mejor, como tiene que ser. Carlos Giménez, de estar vivo, nos diría, su frase favorita: “Donde perdí, gané”.
.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario