miércoles, febrero 10, 2010

Van dos piezas de César Rengifo

La primera actriz Dilia Waikkarán con su tropa de actores, que integran la fundacion cultural Ayanamsh, ha logrado, durante los últimos ocho meses, llevar a escena dos de las tres obras que Cesar Rengifo escribió sobre la Guerra Federal (1859-1863): Lo que dejó la tempestad (30 de julio de 2009) y Un tal Ezequiel Zamora (5 de febrero de 2010). Ahora, esta indomable artista esta dispuesta a iniciar la preproducción de Los hombres de los cantos amargos, con lo cual su homenaje al dramaturgo y al legendario Ezequiel Zamora que es el protagonista de esa trilogía, habrá culminado. “Nuestro general del pueblo soberano vuelve a combatir por su gente, pero desde la escena teatral. Más no podemos hacer”, comenta la comedianta.
El espectáculo Un tal Ezequiel Zamora, presentado recientemente en el Teatro Municipal de Caracas, bajo la dirección de Henry Manganiello, comienza un día cualquiera a la media noche del año 1859, en el rancho de una familia campesina, los Yari, de cinco miembros, sumidos en la más profunda miseria económica uy sus almas rebosantes de dolor y angustias permanentes. Afuera se organiza el enfrentamiento entre liberales y conservadores, para lo cual los hombres jóvenes son reclutados por la fuerza para servir al gobierno y enfrentarlos al mismo pueblo. El terror de la Guerra Federal que durara hasta el año 1863, se aproxima en medio de la fanfarria de los disparos de fusiles, chopos, cañones y machetes rastrillados. La familia Yari decide ocultar a sus dos hijos aptos para la conflagración, en un refugio retirado del conuco donde viven. Carlos, el hijo mayor, con profundo sentimiento revolucionario, decide convencer a sus padres y a su hermano José Antonio que el camino del triunfo esta en alistarse en las filas de Zamora, con la esperanza de lograr el sueño revolucionario de “Tierra y hombres libres”.
José Antonio cree en la guerra como una oportunidad para surgir, aunque se juegue la vida, mientras que su hermana menor, la enfermita Gemma, sale en busca de los pasos de la sombra imaginaria de Zamora, convencida de poderlo alertar sobre un posible atentado que ha divulgado un herido. A los días regresa…pero en los brazos de su hermano Carlos. Y aquí es donde aparecen las lanzas de la independencia, ocultadas por el viejo Juan Yari durante varias décadas, las cuales se sumaran ahora al conflicto. La madre. Guadalupe, con su sentencia definitiva cierra el espectáculo: ¡No iré al Algarrobo…marchare con ustedes…si hay que arder en esa inmensa hoguera de la guerra…arderemos juntos…el cielo encapotado anuncia tempestad!
El montaje, gracias a las características descriptivas y didácticas de la dramaturgia de Rengifo, estremece al más duro de los espectadores por la fuerza y el verismo de sus acciones escénicas. La guerra esta ahí con sus llamas y sus muertos inocentes. El ritmo en ascenso atrapa y el desenlace resulta demoledor. Se recuerdan así todas las madres y las mujeres que el teatro universal atrapó en sus cuatro mil largos años de lucha por la paz. Y se les enseña a los venezolanos la huella nefasta de las conflagraciones civiles.
Aura Rivas, Frank Maneiro, Germán Mendieta, Virginia Urdaneta, Frank Francisco, Elitse Sánchez, Elvis Chavente, Guido Falcone, Frank Francisco, Julio Liendo, Luis Villegas, Mariana Calderón, Mariana Gil, Mauricio Maldonado, Cesar Maneiro, Henry Álvarez, Eduardo Bravo y Sara Tovar, integran el hábil elenco de esta segunda producción, el cual, como la primera, ha sido auspiciado por el Ministerio del Poder Popular para la Agricultura y Tierras.
Ahora lo que hace falta es que Dilia y su tropa de comediantes puedan hacer una temporada con los dos espectáculos logrados, porque como ella ha expresado “nosotros los creadores, los intérpretes y el Estado venezolano estamos obligados a reivindicar la obra de uno de los más grandes exponentes del teatro popular y campesino en nuestro país, un autor que ha sido desechado por unos supuestos puristas estéticos”.
Pienso, añade, que “la obra teatral de Rengifo no ha sido lo suficientemente expuesta para que nuestro pueblo lo conozca y sobre todo para que la mayoría, viéndose reflejada en ella, sepa de su trayectoria, de toda su angustia y preocupación porque se realizaran cambios profundos que favorecieran a este pueblo y dignificaran a nuestros campesinos y así, comprendan la lucha que en estos momento estamos librando para lograr esa dignificación y que la apoyen. Pero lo más importante, para que la defiendan”.
Comenta Dilia que para los dos primeros montajes se hicieron grandes esfuerzos y están seguros de que con “los argumentos bien sustentados lograremos completar, para el segundo semestre del 2010, la famosa trilogía sobre la Guerra Federal. Los hombres de los cantos amargos no puede quedar fuera de esta reivindicación que exigimos como cultores para nuestro Cesar Rengifo. No nos olvidemos que además de la lección histórica que necesitamos aprender sobre el héroe anónimo de estas lucha, también estamos conmemorando el bicentenario de nuestro Independencia y, con el proceso de cambio y la lucha contra el latifundio tenemos que lograr nuestra independencia productiva de la tierra para celebrar la fiesta de la culminación con éxito de la revolución alimentaria”.
La acción de Los hombres de los cantos amargos, primera pieza de la trilogía, recuerda Dilia con libreto en mano, ocurre entre los años 1854 y 1855, alternativamente en el despacho del Secretario de Gobierno y una calle en Caracas, una hacienda cacaotera en los Valles del Tuy, y un campamento de negros cimarrones en las montañas de Capaya. La tesis central de la pieza es que la abolición de la esclavitud tuvo su origen en razones puramente económicas, ya que, según cifras de la época, resultaba más costoso mantener a los esclavos como tales que liberarles y contratarles como peones, por jornales de hambre, sólo en las épocas del año que requiriesen su trabajo. Mediante una técnica de acciones paralelas, Rengifo muestra los distintos niveles en que se desarrolla el proceso socio-económico de la liberación de los esclavos, acciones ágiles, en ocasiones violentas, en las que cada personaje usa un lenguaje propio de su psicología y su situación, enriquecido, en el caso de los esclavos, con elementos folklóricos y poéticos auténticamente populares.


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